VALÈNCIA. Un cartel mal pegado sobre un muro anticipa una noche para no olvidar. Es viernes y hace un frío que pela. “Corren nuevos tiempos”, reza el afiche, que presenta a dos hombres –o, al menos, eso parece- desnudos y con la piel azulada. Son los ochenta, así que eso de que corren nuevos tiempos suena a obviedad. Corren nuevos tiempos desde que estiró la pata ya sabe usted quién, y menos mal. En la segunda línea de lectura otro mensaje: “Barraca: lo que hay que oír”. Y otro más: “Viernes 25 noviembre ‘88”. El frío es cada vez menos frío. Esa noche tocaba sudar en la discoteca. Salto en el tiempo. Ahora estamos en 1981, la ciudad está en plena ebullición; las salas, a rebosar. Y entonces, ante nosotros, una nueva imagen, en este caso la cara de una mujer en blanco y negro que dice simplemente: METROPOLIS DISCO, con una tipografía que recuerda a la de la película de Fritz Lang. En pequeñito, en un rincón de la imagen, un enigmático nombre: ‘Torres’. Pero, ¿quién es Torres? Esa noche daba igual. Dirección: calle San Vicente. Nos volvemos a montar en el DeLorean. Regresamos a 1988 y nos topamos con otro cartel. En este caso aparece un coche estrujado como un acordeón, un vehículo que no se sabe si va por encima o debajo de la carretera. Esperemos que el DeLorean esté bien. La imagen nos promete en esta ocasión “un dulce viaje nocturno”. Lugar: Chocolate. Fecha: sábado 22. Esta noche toca fiesta. Otra vez.
Tras esos carteles se esconden algunas de las firmas más relevantes de la gráfica valenciana –y nacional- de las últimas décadas, aunque en algunas de las piezas ni aparezca su nombre. Y es que tampoco sus autores llegaron a saber el valor que tenía una acción creativa que, en ese momento, era espontánea, pasajera. Nada quedaba, ni siquiera la noche. El primer viaje, a Barraca, estuvo guiado por las manos de Elisa Alaya y Armando Silvestre. Durante cuatro décadas regentaron un taller desde el que despacharon numerosos carteles vinculados a esa noche mágica valenciana, algunos realizados por ellos mismos. A Metrópolis nos guía Daniel Torres, una de las firmas clave de la Nueva escuela valenciana, a quien el promotor Julio Andújar le encomendó la creación del logo y varios carteles promocionales de la sala. La tercera parada está patrocinada por Edu Marín, con una serigrafía que, precisamente, realizó en el taller de Armando Silvestre. Estos son algunos de los nombres propios del diseño en la Ruta, pero no los únicos, una historia que no se entendería sin la mano de Paco Roca, Sento Llobell, Mariscal o Lola Vázquez, esta última uno de los pocos referentes femeninos en un momento claramente masculinizado. Ah, claro, y a todos ellos hay que sumar a aquellos autores anónimos que nunca firmaron sus carteles o flyers.
Treinta años después de su creación, estos y otros tantos carteles forman parte de un exhaustivo estudio sobre el diseño durante el periodo de la Ruta del Bakalao, una investigación que ahora se traduce en una exposición que acogerá el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) a partir de la próxima semana, en lo que supone un espaldarazo definitivo de la institución artística a un movimiento social y cultural que muchos han mirado con reticencia. Este proyecto se suma a otras publicaciones -pocas- y hasta a una serie de televisión –que actualmente está rodando en València para Atresplayer- a través de los que se está revisando una época que hasta ahora correspondía a los márgenes. Pero, en esta revisión, ¿hay nostalgia, quizá algo de romantización…? “Lo que se está haciendo es justicia. Recuerdo que a finales de los 90 fuimos a pinchar unos cuantos de València en el Sónar y estaban un poco a ver qué pasaba... no teníamos muy buena fama. Esta exposición pone en valor ese movimiento social y cultural que hubo esa época. Hay que quitar ya esa caspa, porque había algo más que desfase”. Estas palabras las firma el promotor y dj Antonio J. Albertos, quien junto al productor audiovisual Moy Santana y el editor Alberto Haller se ha encargado de llevar acabo una profunda investigación que, además de en la galería 6 del IVAM, también tendrá eco en la publicación Ruta gráfica: el diseño del sonido de València (Editorial Barlin).
El proceso no ha sido nada sencillo. Cuando uno posee un objeto, por ejemplo, del siglo XVIII o XIX, aunque no tenga ni la más pajolera idea de lo que es, le dota de un valor inmediato. Hablando en plata: sabe que podría sacarse algunos euros vendiéndolo. Pero cuando hablamos de piezas producidas en las décadas de los ochenta o los noventa la cosa no está tan clara, a pesar de la fiebre por la nostalgia que nos engulle en este nuevo -o no tan nuevo- milenio. Prueba de ello es que hasta el momento ninguna institución –pública o privada- se había encargado de custodiar unas piezas que forman parte indiscutible del patrimonio gráfico de València. Algo similar ha pasado históricamente con el mundo del cómic y los fanzines, material fungible que lo ha tenido difícil para hacerse un hueco tanto en museos como en espacios de investigación. En esto, entre otras cosas, radica la importancia del proyecto que presenta el IVAM, pues reconstruye una historia gráfica de la que poco estaba archivado y muchos menos divulgado.
Es clave en este punto la labor de los coleccionistas privados, personas anónimas que se han encargado de custodiar con mimo unas piezas que, para su sorpresa, ahora ocupan los muros de un museo. En concreto 132 carteles, 86 flyers y 2 películas documentales. Tal es el caso de Moy Santana, que guardaba aproximadamente 2.000 flyers en su casa, una colección que acabó convirtiéndose en el punto de partida del proyecto. “Durante la cuarentena se me ocurrió digitalizarlos y en ese proceso empecé a darme cuenta de que muchos estaban firmados por artistas muy relevantes como Montesinos o Paco Roca”, relata. A partir de ahí comienza un proceso de reconstrucción histórica a partir de esos nostálgicos, entre los que destaca la figura de Armando Silvestre, que guardaba gran parte de su trabajo archivado y, ojo, en buenas condiciones, algo que no se puede decir de todos los materiales que fueron encontrando.
La muerte del dictador y la explosión de libertad trajo consigo una revolución en la fiesta, pero que no se puede entender sin el auge creativo en otros ámbitos como la moda, la performance y, por supuesto, el diseño gráfico. “Lo primero que viene a la mente [con la Ruta] es la música, pero este es un apartado muy desconocido. Es muy importante porque estamos hablando de que la parte gráfica era producción propia. En lo musical había mucha vanguardia, pero en gran medida era importación. Es un motivo de orgullo para València, es importante poner en valor”, relata Alberto Haller. “Veníamos de la dictadura de Franco, en la que el tipo de cartel que se hacía era muy funcional. A partir de los 80 aparecen autores que dan ese mensaje de modernidad. De hecho, de los primeros carteles de Barraca o Chocolate se hacían tiradas de 20 o 30 carteles. Otros tantos se hacían a mano, con rotulador. No eran conscientes de que esto podía tener una repercusión”, añade Albertos.
Pero, ¿era el diseño en la Ruta un movimiento gráfico en sí mismo o un movimiento social afectado por distintas sensibilidades creativas? Alberto Haller lo tiene claro: “Es más un movimiento social que está atravesado por una serie de corrientes estéticas, sin una coherencia per se. Esto es lo que se está haciendo ahora tanto con la exposición como con el libro, crear ese relato”. Y en esa historia hay un icono indiscutible: ACTV. Inaugurada en 1986, su imagen fue obra de Quique Company y Paco Bascuñán, quienes recibieron el encargo del promotor Julio Andújar. El encargo llegaba en un momento clave para el diseño, unos años en los que La Nave, el mítico grupo de diseñadores afincado en València, ya había tomado forma, convirtiéndose en un factor clave del impulso del sector. Sin La Nave no se entendería la Capital Mundial del Diseño.
“ACTV dio un vuelco a cómo se estaban haciendo las cosas, fue la primera imagen que nace con la conciencia clara de crear una marca desde el diseño puro y duro, sin improvisación. Además, el momento en el que se desarrolla coincide con la eclosión de este fenómeno”, relata Alberto Haller. “Hay una coherencia estética, abandona el eclecticismo de otras discotecas como Barraca, Spook o Chocolate”, apunta Antonio Albertos. Para componer su imagen los diseñadores tiraron del repertorio de pictogramas para la señalización de la seguridad laboral que utilizaban en otro proyecto para la empresa Saludes, unos símbolos que les dieron todas las herramientas para crear un lenguaje propio de influencia industrial, imágenes que acabarían siendo reproducidas hasta la saciedad en carteles, pins o abanicos.
El recorrido de Ruta gráfica. El diseño del sonido de València pasa por la gloria, sí, pero también por su decadencia, unos años noventa en los que hubo excelencia, con proyectos destacados como los desarrollados por Manuel Olías, pero fue mucho más puntual, una creatividad que no evitó un final abrupto que no solo tuvo que ver con el aspecto musical. La creciente presión mediática e institucional tuvo un doble efecto: por un lado, la masificación de las salas de fiesta hasta el punto de que el público genuino se había diluido; por el otro, la creciente leyenda negra con el foco puesto en el consumo de drogas. Este proceso, que hoy llamamos gentrificación, impuso la lógica del mercado en un momento en el que llenar las salas costaba poco y lo barato imperaba. La lógica capitalista, ni más ni menos. “La decadencia musical, fue acompañada de una decadencia grafica. Algunos de los autores nos comentaban también que no se sentían tan identificados con el movimiento en esa década de los 90, mientras que en los 80 había más relación, la escena estaba llena de conciertos, performances...”, relata Albertos, a lo que apunta Santana: “En los 90 se convirtió en un parque de atracciones".
Quizá por este final abrupto, o quizá por cosas del centralismo de Madrid, la movida ha gozado de una prensa y difusión posterior –de hecho, hasta la saciedad- que poco o nada tiene que ver con la repercusión de la Ruta. “Nunca se ha hablado en negativo de la movida madrileña, en Alemania el techno es un símbolo nacional… Aquí solo primó el escándalo, no se puso el valor la parte creativa”, se lamenta Albertos. La cosa sin embargo, y prueba de ello es esta exposición, está comenzando a cambiar. “Durante quince años hubo una mancha en torno a eso. Nadie quería que lo relacionaran con la Ruta, ni a nivel musical ni a nivel gráfico. Ahora es al contrario”, apunta Haller. Tanto es así que ahora los sonidos de la Ruta se oyen y, también, se ven.