Llueve a mares literal y metafóricamente. Los partidos tradicionales son los protagonistas absolutos de casos de corrupción ocurridos hace años, pero tampoco hace siglos. Las dos caras de la misma moneda, o mejor, de la misma política, o quizá de una forma de entender la política.
Las noticias de los casos Taula y Azud, especialmente éste último que tras conocerse el sumario podemos comprobar las fuertes implicaciones del PP y PSOE, nos dejan un panorama desolador si pensamos en cómo se han hecho las cosas durante muchos años en la política autonómica valenciana. Los medios están publicando detallados análisis sobre las investigaciones realizadas donde se ve con meridiana claridad que la práctica más habitual para que las administraciones públicas contrataran con grandes empresas era la figura del intermediario. Tanto en el universo del PP como en el del PSOE existían figuras claves que realizaban las tareas de conseguidor, como suele denominarse, pero con un añadido que podríamos calificar de chantaje.
La figura de una persona que pone en contacto a otros para que realicen un negocio es normal, lícita y muy positiva en muchos sectores empresariales, quien ayuda a que otros lleguen a un acuerdo suele tener estipulada una comisión, algo pactado y razonable para obtener unos honorarios a cambio de generar valor. Cosa muy distinta es cuando hablamos de que una de las partes es la administración pública porque esta figura suele entorpecer o anular el habitual concurso público donde varias ofertas se presentan y una resulta vencedora en base a unos criterios objetivos previamente delimitados. De ahí que la figura del conseguidor se enturbia y empieza a parecer otra cosa.
La clave está en que los mediadores recibían suculentas cantidades de las empresas a las facilitaban los contratos con la administración porque urdían todo un plan para que ésta les otorgara sí o sí los contratos a ellas. Al tratarse de relaciones profesionales con grandes volúmenes económicos, las pagas que recibían eran elevadas y solían utilizarlas en inversiones inmobiliarias o intentaban sacar el dinero fuera de España. Si analizáramos las trayectorias vitales de estas personas descubriríamos que no tenían ningún problema económico, profesional y tal vez ni familiar para verse abocados a este tipo de truculentos negocios, posiblemente con sus profesiones podían ganarse la vida y no tener que pasar todo el calvario judicial y mediático que les espera. La ambición humana o quizá la estupidez, no tiene límites.
Les confieso que todo lo relacionado con el cambio climático y sus terribles e inminentes consecuencias, me genera una curiosidad porque desde hace décadas anuncian el apocalipsis y gracias a Dios, nunca llega. Pero he de reconocer que llevamos más de dos meses sin que salgan cinco días seguidos de sol y empieza a preocuparme esta situación. La lluvia se ha convertido en un agente más de la vida en Valencia, los días nublados, los paraguas, los charcos y hasta las goteras. Quizá este tiempo sea una metáfora de cómo la corrupción ha estado presente durante años de manera incesante en la vida política valenciana, calando en todos los estratos del poder político, debilitando algunas estructuras y generando goteras que al final dejaron entrever que había que arreglar muchas cosas.
La justicia realiza una gran labor, aunque con los escasos medios humanos o técnicos de que dispone, siempre llega tarde y por ello parece que es menos justicia. Esperemos que dentro de unos años no tengamos que volver a abrir portadas de diarios con titulares similares relativos a los actuales dirigentes. Porque no olvidemos que el hombre es capaz de tropezar infinitas veces con la misma piedra y aunque ahora parezcan todos a salvo, nunca podemos saberlo con total fiabilidad. La corrupción en política puede ser de grandes o pequeñas cantidades, para que conseguir un macro contrato o para organizar un acto sencillo, pero siempre es una enfermedad que ataca con fuerza a los servidores públicos y especialmente a su entorno de amigos y profesionales. Quizá los plazos de tiempo en un cargo y el prestigio de la profesión política para que los mejores se interesaran por ella, sería una forma de alejar a los arribistas de la actividad pública.