ALICANTE. Fuerte no soy. Yo he llegado a temblar al oír la canción que antes me hacía feliz. Suelo admirar las cosas como un enamorado, no como un entendido. Nunca es mi deseo ofender, pero soy tan neciamente tímido que a menudo parezco desatento, cuando sólo me retiene mi natural torpeza.
“Un poco abrumada y, probablemente, con menos valentía que Lee”, confesaba Kate Winslet –la actriz que interpretará a Lee en la nueva película sobre su vida– en el prólogo de Lee Miller: Fotografías (Editorial Blume, 2023), escrito y recopilado con las fotos de Antony Penrose. “Para entender a Lee Miller primero hay que entender las ideas básicas del surrealismo: no estar limitado por las convenciones y las ideas de los demás, encontrar lo maravilloso en lo ordinario, aceptar la irracionalidad de los sueños y explorar el subconsciente. Luego, además de todo eso, hay que recordar que el surrealismo surgió del movimiento dadaísta, nacido de la rebelión contra la sociedad que creó la Primera Guerra Mundial. Aquí está la raíz de su pasión surrealista por la paz, la libertad, la justicia y la verdad y estos son los valores que impulsaron a Lee Miller. Utilizó su fotografía para hacernos evidente su importancia y su trabajo transmite su pasión”, me confesó Penrose.
Lee Miller fue una mujer valiente que encontró la belleza. Por su objetivo pasaron diversas personalidades, desde Picasso hasta Leonora Carrington. Definida como una “fotógrafa artística”, vemos en su trabajo un compromiso social. Se inició en el mundo de la moda y acabó retratando la Europa de la Segunda Guerra Mundial. Desde una Francia sitiada por el ejercito nazi al horror de los campos de exterminio.
No debemos de olvidar que la vida de Lee fue una relación constante para la moda y que su compromiso con contar la realidad de su tiempo llegó después. Rondando ya la veintena, su vida daría un cambio cuando un hecho digno de película de tarde (y muy probablemente más leyenda que realidad) marcó su futuro: caminando por las calles de Nueva York, un hombre evitó que la atropellaran. Aquel hombre era Condé Montrose Nast, fundador de la revista Vogue, y que al momento quedó prendado por su belleza. Aquel encuentro le llevó a la portada de la revista y en muy poco tiempo se convirtió en una de las modelos más cotizadas de Estados Unidos. Eso fue hasta que en 1928 protagonizó el primer anuncio para la marca Kotex, convirtiéndose en la primera mujer en hacer publicidad de productos de higiene íntima femenina de la historia. Aquello fue un escándalo familiar y nacional, y hay quien considera que fue el punto final de su carrera como modelo.
Lo cierto es que Miller no parecía estar especialmente contenta con su trabajo, y estaba decidida a dar el salto al otro lado de la cámara. Pero quería aprender del mejor, de su idolatrado Man Ray. Así que ni corta ni perezosa, hizo las maletas y en 1929 se marchó a París para conocerlo en persona y prácticamente lo obligó a aceptarla como aprendiz.
Roland Penrose –segundo marido de la fotógrafa– consiguió que se instalase con él en un Londres convulso anterior a la guerra, donde el destino la devolvió a las oficinas de Vogue. Al principio tan solo trabajó como asistente en los estudios de fotografía, pero poco a poco fue ascendiendo. La Segunda Guerra Mundial había estallado y la revista de moda quería incluir reportajes sobre cómo el conflicto había afectado a las mujeres británicas. Pero aquello a Miller se le quedaba corto, y logró algo que, por entonces, tan solo consiguieron otras tres mujeres estadounidenses: convertirse en reportera de guerra. “Había otras mujeres fotoperiodistas de guerra, en particular Margaret Bourke-White, pero Lee Miller fue, hasta donde sabemos, la única que estuvo con las fuerzas terrestres para la guerra en Europa. Después de la guerra escondió todo su trabajo de guerra en el ático de nuestra casa de campo en Sussex. Creo que se vio gravemente afectada por el trastorno de estrés postraumático y ciertamente pasó por momentos muy difíciles durante la siguiente década”, me confesó Anthony Penrose, hijo de la fotógrafa y mente creativa tras el libro Lee Miller: Fotografías (Editorial Blume, 2023).
Estuvo a punto de perder su puesto a causa de un arresto temporal que sufrió por saltarse las normas para cubrir la liberación de Saint-Malo. Ella nunca tenía suficiente. Quería contar el conflicto hasta el fondo, su compromiso era total. De hecho, las únicas fotografías de aquel acontecimiento son las suyas, pues ningún otro fotógrafo pudo acompañar a las tropas. A partir de entonces comenzó un periplo por una Europa devastada en compañía de su amigo, el también fotógrafo, David E. Scherman, corresponsal de la revista Life. Juntos se convirtieron en algunos de los primeros fotoperiodistas en entrar en el París liberado o dar testimonio gráfico de la liberación de otras ciudades como Rennes. Recorrieron Francia y Alemania y la que un día protagonizó campañas de Vogue y fotografió a las modelos más cotizadas de un tiempo para las grandes revistas de la moda internacional, llegó a entrar y fotografiar el horror de los campos de concentración nazi, cómo las pilas de huesos se apilaban y los prisioneros vivían hacinados en barracones o cómo era vivir en una Alemania o Francia en la que las bombas caían como despertador o te despertaban en mitad de la noche. Ella nunca se quedó fotografiando a mujeres británicas y su vida durante el conflicto. Ella quería más.
Pero es más, la que probablemente se ha convertido en una de sus fotografías más populares la consiguió colándose en la casa del mismísimo Hitler en Múnich: un retrato de ella misma desnuda bañándose en la bañera del dictador alemán. Según contó ella misma, durmió en su cama y decidió bañarse para desprenderse del polvo y el barro del campo de Dachau. Miller no lo sabía, pero aquel mismo día, mientras Sherman le tomaba la fotografía metida en su bañera, Adolf Hitler se quitó la vida en un búnker de Berlín. La Segunda Gran Guerra llegaba a su fin.
La vida de Miller es una de esas vidas que podría viajar entre la realidad y la ficción. “Dejó de fotografiar para la revista Vogue en 1953, pero continuó fotografiando a sus amigos artistas hasta aproximadamente un año antes de morir. Deliberadamente se aseguró de que la olvidaran como fotógrafa porque quería su nueva carrera: convertirse en una cocinera gourmet surrealista. Logró un amplio reconocimiento por esto antes de morir en 1977”. Nunca se rindió. Y yo escribo esto y pienso en las palabras de Kate Winslet. Tampoco tengo su valentía. Ella siempre prefirió hacer una foto que ser una foto. Y así, sin más, aprendí que la valentía era algo que no se podía aprender. Quizá por eso nos encontramos con tantos cobardes a lo largo de la vida –a veces, sin darnos cuenta, hasta nosotros mismos–.