Finalizaba el último artículo sobre la nueva Ley de Restauración de la naturaleza argumentado lo importante que serán las próximas elecciones al Parlamento Europeo, junio 2024, de cara al futuro de Europa y de España, sobre todo para poner fin a la deriva regulatoria que en materia de sostenibilidad emprendió Estrasburgo hace unos años. Decía que “al fin y al cabo se trata de libertad y tengo la sensación de que se nos está escapando por las grietas del sectarismo y la politización ideológica. Pero esto ya es materia para otro artículo”.
Bien pues creo que hoy, por considerar altamente importante el concepto, hablaremos de la libertad y de su relación con la sostenibilidad. Todos tenemos la percepción, desde amplios sectores sociales, de haber sufrido una pérdida o merma sustancial de libertad en estos últimos años, en gran parte por la aplicación sectaria y polarizada de nuevas leyes sobre sostenibilidad (cambio climático utilizan en Estrasburgo) desde el PE y también desde el gobierno español y los distintos gobiernos autonómicos.
La realidad, como un mal sueño, una pesadilla, es que la percepción de que en Europa y también en España hemos sufrido una merma de libertades como consecuencia, en muchos casos, de la copiosidad y profusión de leyes relacionadas con el cambio climático, es de sensación mayoritaria y, comoquiera que se nos pueda achacar que esta percepción es subjetiva, incluso amparada en una animadversión hacia la realidad oficial, la que nos cuentan, vamos a utilizar métodos científicos para validar dicha percepción.
La ventaja de tener una mentalidad basada en datos es que puedes utilizarlos para la toma de decisiones, para evitar, sobre todo, que la intuición y las malas experiencias te jueguen una mala pasada. Es verdad que la opinión personal es muy relevante, pero se retroalimenta de los datos que la realidad nos aporta a millones y debidamente extraídos y analizados nos ayudan a modificar dicha opinión a medida que avanzamos. La libertad humana es un concepto social que reconoce la dignidad de las personas y que podíamos definir como ausencia de coacción. Y, por supuesto, se puede medir utilizando un índice de libertad humana sobre la base de una medida amplia que abarca la libertad personal, civil y económica. Debido a que la libertad es intrínsecamente valiosa y juega un papel en el progreso humano, hay que medirla cuidadosamente. Este Índice de Libertad Humana es un recurso que nos puede ayudar a observar de manera objetiva las relaciones entre la libertad y otros fenómenos sociales y económicos tales como la sostenibilidad.
Con el nombre de “The Human Freedom Index 2022, A Global Measurement of Personal Civil and Economic Freedom” coeditado por Cato Institute (1000 Massachusetts Ave. NW Washington, DC 20001
United States of America) y Fraser Institute (4th Floor, 1770 Burrard Street Vancouver BC Canada V6J 3G7) y firmado por los investigadores Ian Vásquez, Fred McMahon, Ryan Murphy y Guillermina Sutter Schneider, este índice corrobora el retroceso que ha tenido la libertad humana en el último ejercicio evaluado, del que se tienen datos, de 2020.
Se trata del octavo índice anual editado y utiliza 83 indicadores distintos de libertad personal y económica en las siguientes áreas:
“El HFI es el índice de libertad más completo creado hasta ahora para un conjunto de países y jurisdicciones significativo a nivel mundial que representa el 98,1 por ciento de la población mundial. El HFI cubre 165 jurisdicciones para 2020, el año más reciente del que hay suficientes datos disponibles. El índice clasifica las jurisdicciones a partir de 2000, el primer año para el que se pudo producir un índice lo suficientemente robusto.
En una escala de 0 a 10, donde 10 representa más libertad, la calificación promedio de libertad humana para las 165 jurisdicciones cayó de 7,03 en 2019 a 6,81 en 2020. La mayoría de las áreas de libertad cayeron, incluidas disminuciones significativas en el estado de derecho y la libertad de expresión, circulación, asociación y reunión, y la libertad de comercio. Según esa cobertura, el 94,3 por ciento de la población mundial vive en jurisdicciones que vieron una caída en la libertad humana de 2019 a 2020, con 148 jurisdicciones disminuyendo sus calificaciones y 16 mejorando”. (Los autores)
Para resumir, pues se trata de un amplio informe que llena 433 páginas, España ocupa, a nivel mundial, al finalizar el año 2020, el puesto número 31 del ranking mundial, cayendo 5 posiciones con respecto a 2019; en libertad personal puntúa 8,40 y posición 35 del rk; en libertad económica puntúa 7,63 y posición 28 y en libertad humana puntúa 8,08 y posición 31.
Comparativamente con la Europa del Oeste, España ocupa el puesto 16 de 18, solo por delante de Italia (17) y Francia (18).
Italia, 8,46 7,40 y 8,02
Francia, 8,14 7,33 y 7,80
Aprovecho la enumeración de indicadores principales de arriba para incluir la calificación de España en cada uno de ellos. Recuérdese año 2020.
Por hacer alguna comparación, por debajo de España están: Marruecos ocupa el puesto 136, Qatar el 129, China el 152, Venezuela el 163, México el 98, Argentina el 74.
Por encima de España, países como Armenia en el puesto 26, Lituania el 17, Estonia el 3 y Suiza el 1.
Si realizamos una proyección de los resultados obtenidos y aplicamos los nuevos datos, para 2021 y 2022 y lo que llevamos de 2023, confirmaremos unas nuevas caídas en el ranking, tanto mundial como europeo, y, lo que es más preocupante, los indicadores principales ya arrojaban cifras alarmantes, para el caso de España, que tras nuevas caídas confirman el retroceso en libertades que padecemos y que el nuevo gobierno (sea cual sea el color) deberá corregir para no instalarnos definitivamente en el rango de países autocráticos.
Por todo ello, tanto la percepción subjetiva como la realidad de los datos, nos llevan a la conclusión de que hemos sufrido un retroceso en cuanto a libertad; pero también es cierto que se nos abre una puerta a la posibilidad de aprovechar nuevas oportunidades a la investigación sobre las formas complejas en que la libertad humana influye y es influenciada por los regímenes políticos, el desarrollo económico y otros muchos indicadores del bienestar humano, entre ellos la sostenibilidad y la imposición regulatoria respectiva.
Sin embargo, el entusiasmo regulatorio por parte de la Comisión y el Parlamento Europeo en materia de sostenibilidad (cambio climático en Bruselas y Estrasburgo) con toda una batería inagotable de leyes climáticas que nos imponen, presionando la libertad de empresas y ciudadanos europeos, imagino que bajo la presión de sectores del activismo y del progresismo, es consecuencia de la presión para demostrar su compromiso, legislando e imponiendo la aplicación de nuevas leyes sobre sostenibilidad, lo que a menudo conduce a resultados como el de dispararnos en el pie (ver anteriores artículos sobre consecuencias de la aceleración regulatoria por parte de Europa) ya que no se han realizado los preceptivos análisis cuidadosos de las repercusiones que dichas leyes tendrían en la economía Europea. No es bueno aplicar la intuición en lugar de recurrir a décadas de investigación en finanzas que han estudiado cómo crear valor a largo plazo; décadas de investigación económica que han analizado cómo mejorar el bienestar social...
Los problemas que enfrentamos en Europa, referidos a la sostenibilidad, son urgentes y esto nos lleva a pensar que debemos actuar de inmediato en lugar de esperar el tiempo necesario para validar las consecuencias de ciertas leyes publicadas, revisando e informando sobre los estudios de impacto que generarán, tras las preceptivas investigaciones académicas. Pero la misma urgencia significa que los peligros de tomar acciones incorrectas también son graves y afectan significativamente al futuro de Europa. También, por la forma en que son impuestas, repercuten en una merma de libertad de los europeos y por tanto de los españoles.
El tratamiento de una enfermedad grave es urgente, por eso los médicos hacen el Juramento Hipocrático de “primero no hacer daño”.
La pregunta es: ¿Qué hacer si la política no se corresponde con la realidad? Un reflejo común es: hacer más política. Y esto creo que es un mal plan.
Según dice la escritora e investigadora Marije van den Berg en su nuevo libro “The policy bubble” que es un alegato a favor de la política basado en la evidencia de la práctica y que podríamos aplicar a nuestros políticos europeos. Existe una tríada truco-habilidad-arte. Primero (los políticos) aprenden el truco: ¿cómo funciona exactamente esto? En algún momento se acostumbran a eso y al cabo de un tiempo quizá durante una discusión sobre el presupuesto, comienzan a tener una idea del mensaje detrás del mensaje, a quién y a qué deben prestar atención. Eso es en parte talento, pero en parte experiencia. En la transición de la habilidad al arte, pueden jugar con todo ese conocimiento y luego… se vuelve peligroso. Ya no tienen una visión de lo que inconscientemente saben y pierden la conexión con las personas a quienes se deben y a las que deben prestar atención. Entonces están en la burbuja política y…esto es lo que está ocurriendo en Europa con las imposiciones regulatorias en materia de sostenibilidad y/o cambio climático.
Ricardo Romero es consultor en Sostenibilidad y Estrategia de Impacto