Decretada la alerta amarilla por vientos, Morella amanecía este domingo espléndida. Hemos rozado los 120 km/hora. Los vientos del norte han rugido y limpiado el aire de las impurezas, de los deterioros que respiramos. Son rachas desbocadas, desordenadas. Remolinos de aire que se llevan las bellísimas hojas amarillas de los chopos de Enduella y de los plataneros de la Costa de Sant Joan. En medio del vendaval, volamos de la mano por la Alameda mientras el pequeño Aimar sonreía y balbuceaba sus primeras palabras, sonidos celestiales que chocaban con el viento y sus aullidos. Los ojos de mi pequeño han sido un remanso para los sueños, su sonrisa es esa señal que marca la esperanza. En sus ojos caben todas las palabras, en sus manos, todas las caricias. Con él esperamos la llegada de Biel, otro pequeño que llenará grandes vacíos. Ellos son ese futuro que deseamos y por el que luchamos, limpio, justo, solidario y libre.
Morella, por fin, se ha vestido de otoño, despojándose de esas sensaciones pegajosas que nos alejan de la realidad. La ciudad, abrazada por sus murallas, ha vivido un fin de semana de ruidos electorales, de esas promesas que se pierden en el tiempo, se dilatan y no llegan a cumplirse en la mayoría de las ocasiones. Ni las montañas aireadas han escapado a esta campaña electoral bulliciosa, fatua, vanidosa y tan cargada de cinismo. Ha sido un acierto, por otra parte, que la noche del sábado desfilara la Trobada de Dimonis, la sexta edición de un evento tan bello como exitoso. Es la forma morellana de celebrar un halloween autóctono y maravilloso. El día de las ánimas la ciudad se llena de este fuego y el movimiento vertiginoso de decenas de dimonis que prendieron miles de cohetes. Els Dimonis de Morella organizan este encuentro y cada año se superan. Han participado Dimonis de la Jana, Castelló, Benicàssim, la Ràpita, la Riera de Rubí, Alcanar y Zaragoza. El fuego hermana sin fronteras ni límites. Las personas, también. Tres territorios que conviven y se estiman. Morellanos, catalanes, aragoneses. Todo es mucho más fácil que aquello que nos están vendiendo desde estrategias de acoso y derribo.
Los gringos nos han sitiado grotescamente, además de vetarnos la exportación de las clementinas castellonenses
Aquí se viven de otra manera las cosas que suceden en el entorno y en el más allá. El Dia de les Ànimes, animetes i espelmetes, ha encendido en las casas las lamparillas en los cuencos de aceite y se ha purificado el aire con el fuego del gran correfoc dels demonis. Cordura ambiental para combatir la invasión anglosajona del 1 de noviembre. La noche del 31 de octubre, el barrio valenciano del Carmen era un planeta extraño, una tarde y noche fallera fuera de calendario. Inundación de disfraces comunes, americanizados hasta las últimas consecuencias frente a escasas castanyeres y castanyades. Yanquees hasta en la sopa. Gringos para todos los gustos. Como en Cuba, debemos seguir suscribiendo el yanquees go home. Porque nos han sitiado grotescamente, además de vetarnos la exportación de las clementinas castellonenses. Tan dados a copiar costumbres, podríamos haber clonado la fiesta mexicana de los muertos con su Catrina o Calavera Garbancera, una tradición que sí visten con orgullo, menos mal, mucha población latina del cap i casal. A parte de la masiva circulación de personas por el Carmen, la noche dejó numerosos check point entre la Plaça de la Verge, de la Reina y otras calles. Controles de la policía local que asustaban. Infinidad de vallas amarillas que cerraban el paso. Pero el paso, pasó. Y no pasó nada.
se espera el gran debate. Los cinco principales líderes batirán el cobre, jugando con los picos de audiencia y con una ciudadanía cansada, desencantada y sufridora.
En la noche de las ánimas la televisión ejerció su propia versión del día de todos los santos y difuntos. Dos debates ocuparon esa noche del viernes, uno en la televisión autonómica donde, solamente, uno de los participantes habló en valenciano. Tremendo. El otro, en la televisión española, donde todos los participantes ondearon la bandera de la mediocridad de un país que el 10N volverá, probablemente, al bloqueo o, quizás, observe estupefacto la llegada de la tan trabajada y preparada gran coalición. En este debate la izquierda se agredió tristemente, y la derecha se creció tristemente. Tremendo. Este lunes se espera el gran debate, -todo es a lo grande en estas elecciones-, ese encuentro español de la testosterona a cinco bandas. Los cinco principales líderes batirán el cobre, jugando con los picos de audiencia y con una ciudadanía cansada, desencantada y sufridora.
Precariedad laboral, el coste de la vida cada vez más caro, clases medias cada vez más pobres, clases ricas cada vez más ricas. El ambiente no es propicio para las ilusiones y la felicidad. Todo tiene un precio. Ahora estamos rodeados de publicidad, de la algarabía y contundencia de los discursos, entrevistas, declaraciones, rodeados de mítines, actos sectoriales, actos a domicilio, actos llenos, actos vacíos. Actos y actores con público propio. Como bien escribe una estupenda amiga “el mundo cayéndose a trozos y nosotros haciéndonos selfies hasta el abismo y el más allá”. Porque ante la banalidad de los discursos autorretrato habrá que fijar, más aún si cabe, los pies en la tierra.
Dos debates el viernes, uno en la televisión autonómica donde solo uno de los participantes habló en valenciano. Tremendo. El otro, en la televisión española, donde todos los participantes ondearon la bandera de la mediocridad de un país que el 10N volverá, probablemente, al bloqueo o, quizá, observe estupefacto la llegada de la tan trabajada y preparada gran coalición
La realidad es tan grave y, aparentemente, desconocida por la clase política que estos días es preciso retener las recientes palabras del activista y genial cineasta británico Ken Loach denunciando que la derecha trata a los pobres como si fueran culpables de serlo. Tiene razón. En este país que habitamos, en plena campaña electoral, hay miles de ciudadanos invisibles, silenciosos, dolorosos. Miles de personas que luchan cada día por sobrevivir sin conseguirlo.
Entre el cierzo, poniente, levante, el gregal… nos va la vida y su devenir. Esos vientos favorables que se convierten en aires difíciles como en la novela de Almudena Grandes. La realidad, sin quererlo, está sucediendo penosa, miserable, precariamente. Somos personas extrañas que huimos del pasado y también del presente, porque la vida es puro movimiento, es la certeza de sentirnos libres en un mundo donde casi todo se está corrompiendo irremediablemente. Quizás alguien, alguna vez, en este planeta cercano y lejano, pueda orientar la rosa de los vientos para modificar la fuerza e intenciones de quienes están inmersos en tanta desidia y destrucción.