el interior de las cosas / OPINIÓN

Los espacios del odio

14/10/2019 - 

Desde aquella casa, entre las sierras de Guadarrama y Navacerrada, los atardeceres eran un espectáculo sensorial. El Escorial se alzaba con su autoridad histórica, marcando el horizonte frente a una enorme pared de cristal que se abría a una sala entrañable donde aún se escuchan los pasos de aquellos mayores que construyeron sueños y la algarabía las niñas y niños que jugaron a soñar. Junto al monasterio, otra imagen se estampaba en la pantalla visual, era esa enorme cruz de piedra que surgía de un valle gris, envuelta casi siempre en una escalofriante neblina. Aquella cruz de piedra producía un miedo devastador. El valle de los caídos, la gran fosa de la guerra civil española, ha sido lugar de peregrinaje y espacio propagandístico de la dictadura. Un lugar siniestro, frío, inhóspito. Un enclave para el miedo y el horror que muchos visitaban por temor a no ser registrados en los libros de visitas, como sucedía con aquellos desfiles desproporcionados que cada mes de mayo organizaba el dictador para que el pueblo rindiera pleitesía. Entre aquellas multitudes que se agolpaban en el paseo de la Castellana, la misma vía que sigue viendo pasar desfiles, había un padre que apretaba fuerte las pequeñas manos de sus hijos. Había muchos padres y madres que apretaban las manos de sus pequeños, temerosos de que la historia continuara castigando siempre a los mismos. Ahora, por fin, se pretende cerrar un capítulo negro de esta historia maldita y reciente. Uno más, porque aún quedan demasiadas personas desaparecidas en ese valle, en cunetas y tierras de nadie, demasiadas familias que no han podido enterrar a sus muertos.

La patria es otra historia. Aquí ya se sufrieron varias décadas de una ignominia que ahora pretenden restaurar como si aquello fueran tiempos modernos

El choque contra una farola de ese paracaidista y su bandera, el pasado sábado en el mismo paseo de la Castellana, fue la perfecta metáfora de una realidad que pretende seguir hiriendo a gran parte de la sociedad de este país. Demasiados patriotas, demasiados desfiles, demasiadas ofrendas de nuevas glorias a España. La patria es otra historia. Aquí ya se sufrieron varias décadas de una ignominia que ahora pretenden restaurar como si aquello fueran tiempos modernos para la placidez de esta península ibérica, para esa piel de toro que dibujó el franquismo y su nacionalcatolicismo. Menos mal que Tania Baños, alcaldesa de La Vall d’Uixó, ha quedado eximida de toda responsabilidad tras el derribo de la cruz de la plaza de la Paz del municipio. Como bien escriben Ángel Báez y Roger Lorgeoux en Castellón Plaza,  la causa contra Baños, impulsada por la Asociación de Abogados Cristianos, acaba con una contundente decisión del juez, que no ve delito alguno y ni "un solo indicio" de que actuara para promover el odio o la hostilidad, sino que cumplió con la normativa legal. El colectivo ultracatólico ha anunciado que va a recurrir la sentencia, pero la decisión judicial ha marcado un referente para la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, un modelo que otros ayuntamientos pueden seguir con esas cruces y placas que aún ocupan espacios públicos, esas señales que siguen recordando un injusto y oscuro pasado. Como es el caso de Castellón y el contencioso abierto contra el Ayuntamiento por la cruz del paseo Ribalta.

En este país están pasando cosas preocupantes, el conductor de un programa de masiva audiencia juguetea con la ultraderecha y, además, le ríe las gracias a su líder como si el avance de unas siglas fascistas fueran algo natural y lógico. Aquí todo vale por una cuota de pantalla. Las declaraciones de representantes de este partido están provocando discordia y aversión, están dividiendo y manipulando. La proliferación de falsas noticias y las graves advertencias de este partido no tienen ninguna gracia. Sembrar el odio y la confrontación empieza a ser deporte nacional.

Existen multitud de conductas discriminatorias que se están asumiendo en el marco de una normalidad que asusta

En este sentido, la fiscal Susana Gisbert, coordinadora de la sección de Tutela Penal de la Igualdad y contra la Discriminación en Valencia, ha llegado a plantear un #MeToo para luchar contra los delitos de odio. "No podemos reír las gracias a alguien que utiliza el humor para burlarse o discriminar a una minoría", ha indicado la fiscal en unas declaraciones a Europa Press. Existen multitud de conductas discriminatorias que se están asumiendo en el marco de una normalidad que asusta. Los chistes racistas, homófonos o machistas son cuestiones cotidianas que no deben tolerarse y menos reír sus gracias porque no tienen ninguna gracia. La negación de la violencia de género, las vejaciones a personas inmigrantes y la proliferación de bulos contra estos colectivos que mueven las filas de Vox, son ejemplos de la inestabilidad social que se está generando.

Este país ha vivido un fin de semana rodeado por una bandera, centrado en el accidente de un paracaidista, celebrando el falso día de la hispanidad mientras en Ecuador el sufrimiento está llenando las calles, con el toque de queda y la violencia extrema el pueblo ecuatoriano está siendo traicionado. Muerte y desesperanza, abusos de poder e intromisiones internacionales. Otro país latino que camina con pies de barro, que produce dolor y que está sufriendo el silencio de los otros. Allá y acá, porque en este Mediterráneo estamos atados a las estrategias y al poder económico de los señores del planeta. En estas políticas no hay principios, hay intereses, y todos están pendientes de los planes de Trump en Siria. Las grandes potencias se mueven sobre un tablero usando a capricho países, grupos y personas, como escribe Ramón Lobo. Este mundo navega entre incompetentes, mediocres y dictadores.

A partir de este lunes este país que habitamos será diferente. A la espera de una sentencia, una decisión que será desproporcionada y marcará un antes y un después. Una situación insostenible que podría haberse evitado por las vías del diálogo. Esta semana se bombardearán, aún más, las palabras.