VALÈNCIA. Las portadas del ‘New Yorker’ suelen ser una obra de arte. Hace unos días, por pura casualidad, cayó delante de mí la ilustración del ejemplar de marzo de este año. La imagen es preciosa. Un partido de baloncesto de los Knicks en el Madison Square Garden con diez estilizadas figuras debajo de la canasta. Me gustó la sensación de movimiento que transmitía esta imagen estática y por eso dediqué la siguiente media hora a averiguar quién era el autor, que sorprendentemente tenía dos apellidos muy españoles: García Sánchez.
Sergio García Sánchez es un sobresaliente ilustrador granadino, de Guadix, que ha hecho varias portadas más para ‘The New Yorker’ y que también ha recibido encargos del ‘New York Times’ o ‘El País’. Vi que ha ganado un montón de premios y que algunas de sus obras las colorea la artista Lola Moral, que además es su mujer desde hace 30 años.
El artista granadino, que también da clases en la Universidad de Granada, practicó atletismo de niño: velocidad y salto de longitud. Y quién sabe si aquella experiencia le inspiró para dibujar un mural que me enamoró en cuanto lo vi. Sergio Sánchez ha sido uno de los artistas elegidos para decorar las estaciones de la línea 14, una nueva línea de metro que recorrerá, sin pasar por el centro, la periferia de París. El español tiene la misión, según leí, de decorar 50 metros cuadrados de la estación Saint Denis-Pleyel, junto al Stade de France.
Uno de los paneles los ha dedicado al atletismo, el deporte de su niñez. La imagen representa el momento de la llegada a meta de una final de los 100 metros, el instante en el que los ocho velocistas se lanzan hacia adelante, sacando el pecho y echando atrás los brazos, para arañar unas milésimas al cronómetro. Detrás, además, se ve a una saltadora de altura, uno de longitud y una lanzadora de jabalina, junto a jueces, fotógrafos y, al fondo, el graderío con el público.
Me tiré un buen rato ojeando la ilustración que decorará uno de los paneles cuando la estación se inaugure en 2024. Y de nuevo me quedé atrapado durante un buen rato. La obra cuenta tacon el sello de la colorista Lola Moral.
El deporte y el dibujo han ido de la mano desde la Antigua Grecia. Y en los modernos Juegos Olímpicos también ha tenido un papel importante para exportar la imagen que quería el comité organizador. A mí me encandiló el diseño de los carteles de México 68, que son fruto de la colaboración de Pedro Ramírez, Eduardo Terrazas y Lance Wyman. Su diseño recuerda los patrones de huichol, un pueblo indígena. Sus pósters son memorables y tienen un punto psicodélico, que por algo estaban en los 60.
Muchos de los carteles de los Juegos Olímpicos son una maravilla. Como el que hizo Yusaku Kamekura cuatro años antes para Tokio 64. Es tan sencillo como impactante: los aros olímpicos debajo del círculo rojo de la bandera de Japón, el sol naciente. Tan deslumbrante como el concepto del Múnich radiante ideado por Otl Aicher en 1972, que también creó los pictogramas para representar cada deporte.
Hay excepciones, claro. Los Juegos estadounidenses son más bien horteras. Especialmente los de Los Ángeles 84. O, más adelante, el diseño más bien insulso de Rio 2016. Pero Barcelona llegó para romper con todo gracias, más allá del Cobi de Mariscal, con el emblema de Josep Maria Trías, que diseñó una figura dinámica con apenas tres trazos de color azul (el Mediterráneo), amarillo (el sol) y el rojo. La sombra de Barcelona 92 fue alargada en todos los sentidos y ocho años después la figura de Sídney 2000, con los mismos colores, recordaba a su predecesora. Luego llegó Pekín, que decidió representar en 2008 la cultura china con el color rojo y la caligrafía elevada a la categoría de arte.
Londres 2012 apostó fuerte por el arte y, en colaboración con la Tate Modern y otras 19 galerías, eligió a seis artistas, todos ellos ganadores del premio Turner -un galardón anual que se concede a artistas de origen británico menores de 50 años-. La última muestra del diseño ligado al olimpismo llegó en Tokio 2020, donde apostaron por el ‘ichimatsu moyo’, los patrones a cuadros.
Hay que animar a los organizadores de cualquier evento a invertir algo de su presupuesto en ilustradores locales que rompan con los estereotipos y los lugares comunes de los carteles y aporten algo de frescura, belleza y originalidad. Es la mejor forma de atraer las miradas.