Pasaban los minutos, caía esa noche otoñal que se junta con el atardecer, ahí estábamos todos mirándonos las caras, matando el tiempo posando en el photocall; la espera a un político local liberaba de la vergüenza a los más tímidos desatando su faceta más postureta. Hasta que no llegara el alcalde, la gala en cuestión no podía empezar, nos mirábamos las caras, se terminaban los frívolos temas de conversación, la imaginación ya no daba con más chascarrillos ingeniosos, daban ganas de sacar las bebidas y la cena de picoteo. Se terminaba la saliva y algunos pedían vino con la mirada. Tras la espera, el susodicho llegó y seguidamente todos los desorientados por el plantón de cuarenta minutos entraron por la puerta del salón de actos. En breves minutos, el hall, que había ejercido como telonero circunstancial, se quedó vacío.
No quisiera ser aguafiestas, y menos de aquellos de los que no se pierden un sarao, pero estoy un poco saturado de que en todas las galas que se celebran en todas las ciudades de España empiecen a salir políticos por debajo de las piedras. Galas empresariales, galas solidarias, galas universitarias… da igual la velada que sea que todas y cada una de ellas congregan siempre a los dirigentes domésticos. El protocolo les termina profiriendo un estatus superior al del resto de asistentes aunque los protagonistas debieran ser otros; no sé cómo se lo montan, pero todo termina girando en torno a su figura. Pese a que la celebración en cuestión tenga poco que ver con lo político adquiere el ambiente cierto tinte institucional aunque esté teniendo lugar un evento de premios deportivos. Circunstancia desatada por la inercia de los propios organizadores, que en una sociedad sobre politizada no piensan en alejar estas galas de la pompa y circunstancia habitual; sin quererlo se consigue que en una fiesta empresarial se dé más relevancia al político de turno que a los empresarios. Creo que debería salir de los propios dirigentes la sencillez suficiente para no pretender ponerse siempre en los primeros puestos. Vivimos en un mundo con inflación de políticos y carente de profesionales independientes que ejerzan de líderes de la sociedad civil.
Se necesita un cambio de mentalidad, y quizá pueda sonar un poco anárquico lo que voy a decir, pero habría que relativizar la autoridad de la clase política, creo que no es necesario estar recordándoles lo importantes que son. Costumbre que es herencia de nuestros antepasados, de un sistema antiguo en el que seguimos rindiendo un respeto excesivo a todo aquel que tiene un cargo institucional; me recuerda a la época feudal en la que había un pueblo llano y una nobleza, y esa clase alta tenía que hacer gala siempre de su clase superior. El ambiente que rodea a la farándula patria me hace pensar mucho en eso que escribió hace tiempo Ignacio Ruiz-Quintano en ABC sobre la sumisión de la ciudadanía a la clase dominante heredada de una sociedad esclavista, y en que el hecho de que Franco muriese en la cama, viene, como señaló José Antonio Montano, de la docilidad de los españoles con el poder establecido. Notoriedad a la que no resisten ni sacerdotes ni obispos, siempre recuerdo con una mezcla entre sorna e incredulidad aquella vez que en la misa de Navidad en un recóndito pueblo de Castilla el cura empezó el sermón rindiendo mención al alcalde y a su equipo de gobierno; hasta ese momento un servidor creía que en la casa de Dios todos éramos iguales.
Otro gallo cantaría si la sociedad civil fuese consciente de su importancia, del verdadero poder que representa para el ecosistema. Se habla de la falta de concienciación de parte de la ciudadanía de la importancia del empresariado, creo que los que no asumen su capacidad de cambiar las cosas son ellos mismos. He visto empresas que con una idea han hecho más por su país o por su ciudad que todos los presidentes y alcaldes que han pasado por las instituciones. Parecen olvidar que el tejido productivo seguirá intacto y con los mismos nombres cuando el dirigente de turno pierda las elecciones. Somos todos víctimas de un síndrome del impostor sistemático que nos hace pensar que los políticos son los que nos hacen la vida más fácil.
Y no sabemos si eso es bueno. Los políticos tras un descanso estival más o menos liviano y tras castigarnos por las redes sociales para que se les viera, han vuelto con renovados bríos. Hay mucha tela que cortar. En este mes de septiembre tenemos de todo: pandemia, reparto fondos europeos, PGE, recibo de la luz, mesa de diálogo, resaca de Afganistán y las cuestiones partidarias con congresos y convenciones varias.