Tengo la suerte o la fortuna de vivir en cierta medida distanciado del feroz consumo. Enfermizo. Cansino. Monótono. Y, además, soy consciente de navegar entre las aguas de la austeridad.
No poseer nada líquido es alcanzar plenamente la felicidad. Me conformo con una furgoneta sin centralita, pasear a mis perros, una modesta casa, almorzar y trabajar todos los días en el campo. Viajo poco. Leo mucho. Por no tener, no dispongo ni de televisión. He aprendido a reciclar la vida.
Vivo en una zona donde todavía existen hornos, carnicerías, modernas lecherias prevaleciendo el trato personal. El celular que utilizo es del mi vieja que, al morir, me responsabilice de él por salvaguardar sus amistades. Tres años después de su marcha, el sábado pasado, una de sus mejores amigas natural de Lugo, Mely, telefoneaba para saber de nosotros. La mujer había perdido todos los contactos y en una libreta mantenía el número de su amiga.
En mi pueblo, un apretón de manos y una sonrisa bastan para que los comercios de proximidad no les haga falta embarcarse en la falsa ruleta del estresado crecimiento. Son negocios estables. Productivos. En algunos casos, los más mayores ni utilizan una servilleta de papel para cerrar un trato. Basta con la palabra. Son fieles al legado que recibieron de sus padres. Lo han conservado. Lo han mantenido. Ni tampoco echan de menos cotizar en la Bolsa de València.
Otros, inclusive, los jóvenes emprendedores levantan las persianas de sus negocios en época turística, y el resto del calendario disfrutan de la vida, y menos aún, pretenden ser agresivos con macrodescuentos que intenen arrebatar al vecino (aquí no existe el concepto de la compentencia) parte del pastel.
Ser más que nadie es ridículo. Y el haber leído un par de veces la novela valenciana Arroz y Tartana me hizo entender como se las gastaban mi paisanos ¡Ay! ¡Sí Blasco levantara la cabeza!
Nos encontramos en un mes que sin quererlo ni beberlo nos bombardean con esa otra chorrada que hemos comprado los valencianos en November Rain. Me cuesta mucho traducir lo de viernes negro. Una idiotez más. Hasta en el consumo despersonalizado en la era del pulgar, la humanidad cada vez es más deshumanizada. No caigamos en esa trampa mortal. Consumamos responsablemente.
Y como dijo un día el expresidente uruguayo José Mújica respecto a la era digital ni es buena ni mala, es diferente Pues eso, seamos diferentes evitando que el pulgar nos domine. Yo no quiero viajar a la Luna, prefiero tener los pies en la tierra.
Al Black Friday le siguió el Cyber Monday donde se dispararon las ventas online respecto al mismo periodo del pasado año, tal y como explica el experto