Aunque sea por torpeza reiterada, o por maliciosa tajada electoralista, la cuestión es que el sector ganadero se ha colado en la primera plana de la agenda mediática durante varias semanas, y chirría de manera escandalosa la demagogia con la que se está tratando el tema. Parece que solo caben dos posturas desenfocadas y contrapuestas. Por eso, me propongo dar argumentos para intentar hacer ver, que hay una gama de grises entre ambas posiciones partidistas.
En primer lugar, si considerásemos a la ganadería como un sector estratégico para abastecernos de alimentos, cabría subrayar que los españoles consumimos una media de 50 kg de carne al año, y que esta ocupa el 20% del gasto en nuestra cesta de la compra, lo que viene a ser unos 350 euros. Estas cifras, se alejan mucho de las que había en los años 60, cuando el consumo de hortalizas, patatas y cereales constituía el 60% de la dieta de los españoles, mientras que la carne y el pescado suponía apenas el 6% de nuestra alimentación.
¿Por qué cincuenta años más tarde, la población duplicaba el consumo de carne?
Muchos son los cambios que se produjeron en España, pero lo que sin duda fue determinante para el cambio en el sector ganadero, fue el éxodo rural de la población hacia las grandes urbes. Este hecho fue un reto para que la ganadería experimentase una evolución: con menos personas dedicándose a la cría de animales, el sector debía ser capaz de alimentar a grandes masas de población. Mejoras en la sanidad animal, en la genética y en la alimentación, fueron hitos que permitieron intensificar producciones y mejorar de manera muy notable los índices de producción. El resultado fue una ganadería que no solamente era capaz de alimentar a las ciudades, si no de ofrecer al mercado una carne a precios más bajos, lo que la hacía un producto asequible a mucha mayor parte de la población.
Sin embargo, la ganadería intensiva no está exenta de problemas. El aumento de la densidad de animales tiene un impacto en el aire, en la tierra y en el agua. Y por otra parte, nuestra sociedad demanda mejores estándares de bienestar animal. Por ello, se ha regulado el impacto ambiental -especialmente la gestión y el tratamiento de los purines-, exigiendo además una Autorización Ambiental Integrada a aquellas explotaciones que superan un determinado número de animales. Respecto al bienestar animal, se exige un mínimo espacio vital y una serie de condiciones en las instalaciones dependiendo de la especie que se trate.
Si hay, o aparecen "macrogranjas" (que no sé exactamente lo que son) que no cumplen la normativa, los poderes públicos deben sancionarlas. Y si se plantean nuevos problemas, existe un poder legislativo, para hacer leyes que den soluciones para asegurar la sostenibilidad y bienestar que democráticamente decidamos. Este es el deber de los políticos y es el trabajo que deberían realizarse en los parlamentos, en vez de crispar el ambiente con debates demagógicos.
Y hasta aquí, puede parecer que la ganadería intensiva es una solución definitiva para tener un sector estratégico rentable y competitivo, capaz de autoabastecer de carne a nuestro país. Sin embargo, creo que como sociedad tenemos la obligación de pensar en el futuro, porque sería irresponsable quedarnos en el presente.
Efectivamente, la ganadería intensiva tiene unos índices de producción mucho mejores que la ganadería extensiva. Pero entonces, ¿por qué es necesario mantener y proteger la ganadería extensiva? Desde mi punto de vista, voy a dar tres razones:
En primer lugar, porque para producir alimentos, es capaz de aprovechar recursos naturales que de otra forma no serían aprovechables. Si no visualizas un rastrojo, una dehesa, un pasto… es porque estás urbanitamente intoxicado y debes salir a descubrir el mundo rural. Aunque la productividad no es comparable con la ganadería intensiva, hay que tener en cuenta que importamos más de 10 millones de toneladas de maíz y casi 3,5 de soja, fundamentalmente de Brasil y Estados Unidos -con la huella de carbono que ello supone- para alimentar a nuestros animales. Este maíz se obtiene del mismo mercado en el que compite la alimentación de gran parte de la población humana mundial, y la demanda de nuestros animales, influye directamente en el aumento del precio de un alimento de primera necesidad para muchas personas. Por todo ello, que haya animales que puedan alimentarse de recursos no aprovechables por las personas, es algo muy beneficioso para toda la población mundial.
En segundo lugar porque tenemos la obligación de conservar un patrimonio agroecológico y genético que ha moldeado nuestro medio rural durante miles de años. Si solamente existe la ganadería intensiva, sobrevivirán razas de animales que son muy productivas, pero bajo estrictas condiciones ambientales controladas, que requieren un gasto energético y un consumo de agua elevado. Pero por otra parte, perderíamos las razas autóctonas, que son las que han logrado la rusticidad necesaria para ser productivas adaptándose a las exigentes inclemencias climáticas de los diferentes territorios.
Por último, y en tercer lugar, porque la ganadería extensiva aporta mayor riqueza al medio rural. El factor productivo determinante en la ganadería intensiva es el capital, mientras que en la ganadería extensiva es la tierra, y el medio rural es su razón de ser. Esto obliga a fijar la población en el medio rural para poder trabajar con la ganadería extensiva.
Ojalá hayan servido estas líneas para ayudar a la opinión pública a tener más elementos de juicio con los que salir del intencionado debate maniqueo generado, y plantearse: si sería posible alimentar a toda la población sin la intensificación de las producciones ganaderas. Pero también, si como sociedad podemos prescindir de la ganadería extensiva, y si no es justo que para preservarla y protegerla, se fomente dar ayudas a la ganadería extensiva, y valorar así las externalidades positivas que ofrece a toda la sociedad.
Miguel Ángel Aragón Dolz es funcionario del Cuerpo Nacional Veterinario