La autora de 'Vaquera invertida', que ha visitado el IVAM para hablar de la mirada cis, repasa algunas cuestiones relevantes de su obra y pensamiento
VALÈNCIA. McKenzie Wark es una de las grandes pensadoras de nuestro tiempo. Desde lo 90, ha apuntado y acertado en su obra a problematizar las identidades obreras en la era digital, el fin del capitalismo, el cambio climático o el movimiento de la Internacional Situacionista. Ahora, en Vaquera Invertida (Caja Negra, 2022), su primera novela, reúne de una manera única y sensible, unas memorias desordenadas de cómo ha sido la búsqueda de su identidad a través de episodios sexuales que ha acabado desembocando en declarase como mujer trans a los 50 años.
Wark, que estuvo en València para dar una conferencia sobre la mirada cis en el IVAM, atendió horas antes las preguntas de Culturplaza.
- Que el desafío queer haya sido asumido por los museos, y por tanto, institucionalizado, ¿es una buena noticia o un retroceso?
- ¡Empecemos con una fácil! (Risas) Es complicada y no sé la situación local, así que no puedo hablar de lo que está pasando en València o España. Pero, en general, es cierto que las instituciones de cultura alta se han implicado en las cuesitones queer y trans, y eso ha tenido sus pros y sus contras. En cualquier lugar donde los artistas trans tengan visibilidad y —espero— pagados es una buena noticia, pero no nos otorgan la responsabilidad sobre cómo nos percibimos, y las prioridades de estas instituciones no necesariamente son nuestras prioridades: estas instituciones no están interesadas en los problemas del día a día de las vidas trans. Es la violencia, las dificultades de acceso a un empleo y vivienda digna, el camino casi único del trabajo sexual, quieras o no. Ese ese el día a día de las vidas trans.
- Igual que hablamos de que la mirada femenina pone el foco en los cuidados, ¿cuál es el gran foco de las realidades trans en su producción cultural?
- Cuando hablo de la mirada cis me refiero a ese sistema de vigilancia y categorización que busca disidencias al binarismo y luego las tratan o como un peligro o como un problema o como una burla. Esas son las opciones: cualquier cosa que no sea un hombre o una mujer tendrá que estar en alguna de estas categorías. Puede ser un mero entretenimiento si es drag, o puede ser algo percibido como peligroso.
Y las personas trans tienen que negociar esto todo el tiempo, especialmente las personas trans femeninas porque la feminidad ya llama cierta atención. Parte de nuestro arte es la capacidad de cómo gestionar eso: el arte del passing, el arte de hacer parecer encajar, el arte de negarse a ello, o el arte de hablar sobre cosas que realmente nos importan fuera de esa visibilidad.
Partiendo de eso, varias preguntas. ¿Cómo haces arte que se dirija a todos y hable sobre qué es la mirada cis y cómo esta afecta también a las propias personas cis? Pero también, ¿dónde está el arte hecho solo para nosotres? ¿Dónde están nuestros dominios culturales separados y comunidades? Y, bueno, ¿quién nos ayudará a pagar el arte que queramos hacer?
- Lo trans como una escena. ¿Es una hoja de ruta correcta arrinconarse o solo es la manera de poder mantenerse a salvo de la normalización?
- Creo que hay muchos deseos diferentes en las realidades trans. Por un lado, algunas personas simplemente quieren ser mujeres o hombres en formas bastante convencionales. Y ese es un derecho muy importante, el derecho a ser corriente [traducción de ordinary]: no ser normal, no ser lo mismo; sino que, sea lo que quieras ser, eso sea corriente. No nos paramos a pensar en la identidad o en la forma de ser de un hombre que sea más alto que otro, porque es una característica corriente.
Pero, por otro lado, hay personas trans que no quieren ser corrientes, quieren ser fabulosas, rechazar la normatividad cis e intentan vivir algo diferente. Y la actitud es: “ven y únete, nos estamos divirtiendo con esta mierda del género aquí. Cuando nos dejes en paz, tú también podrás hacerlo. No hace falta ni siquiera que transiciones, pero te divertirás y eso puede estar bien”.
No se te trata de categorizar una cosa o la otra, hay que buscar la posibilidad de tener un abanico de posibilidades entre estos polos opuestos.
- El capitalismo, o lo que sea en lo que estamos actualmente, ha conseguido coptar una parte relevante de la identidad y cultura gay. ¿Hay riesgo de que suceda eso con la utopía queer?
- A veces, lo que parece una utopía queer en la pista de baile esconde detrás límites y restricciones para las personas trans. Nuestra admisión en espacios queers no es incondicional: tenemos que comportarnos de una manera determinada, o tenemos que ceder a los hombres gays nuestro vestuario, que solo lo usan en el club por la noche y nunca lo harían por la calle… En el club nos aman, pero en la calle no, y ni nos reconocen. Hay lugares en los que lo trans y lo queer no son la misma cosa: también puede haber transfobia en los espacios queers. En Estados Unidos, los hombres gays blancos son los que tienen el dinero para gestionar los espacios y organismos queer, así que básicamente se convierten en espacios y organismos queers blancos, y la admisión del resto tiene condiciones.
Eso no es queer, sino buscar versiones de la homosexualidad que sean aceptables para las personas cis y heterosexuales al dejarnos fuera intencionalmente. Es como, “oh, no, no somos como esos horribles trannies de ahí, somos gays respetables, con un perro de urbanización”. Habría que preguntarse quién se queda atrás en esa asimilación.
- Analizando la producción cultural, ¿la izquierda se ha conformado demasiado con la simple representación?
- La visibilidad tiene sus ventajas y desventajas. Por una parte, ayuda a las personas trans a saber que somos posibles y que existimos en todo. Y eso es muy importante porque somos muy raros, no somos muchos, así que la mayoría de las personas trans crecen sin saber que lo son. Pero por otra parte, la visiblidad es peligrosa porque te convierte en objeto de ataque.
¿Cómo podemos ser visibles a las personas que necesitan saber que son como son sin acabar siendo simplemente un punto en la lista de la representación al que poner un tic? “Mira, tenemos a una persona negra, otra gay y otra queer, ya no hace falta que discutamos cómo redistribuir recursos o luchar por su seguridad o algo así porque aparecen en películas”.
No sé por qué la gente se opone a que haya gente no-blanca o queer en sus programas de televisión. Somos interesantes, y contamos otro tipo de historias y experiencias en el mundo. Si no quieres eso, probablemente todavía haya algún programa que te encaje en alguna parte. Pero claro, la representación no es la meta final de las personas queer.
- Hablemos de tu próximo libro, Raving. En un artículo reciente en Frieze hablas del techno como un música hecha para aliens, donde has podido volver a bailar en sintonía con tu cuerpo. ¿Por qué hay sonidos o escenas culturales que sintonizan mejor con cuerpos disidentes?
-Hay una infinidad de escenas culturales y sonidos diferentes, y de algunas puedo hablar más que de otras. La música country queer en Estados Unidos no la acabo de entender, pero mi novia siempre ha tenido muy presente la cultura country, así que entiende esa lengua y esa tradición, y es genial. También está la maravillosa historia del house, que es una creación de gays negros que ha sido un regalo para el mundo y me encanta. Pero con ninguna de esas escenas encuentro lo que sí encuentro con el techno.
Este es uno de los temas que trato en el libro: el techno hard o minimal no parece que sea música. De hecho, es como si ni siquiera estuviera hecho para la gente: todo el mundo tiene que adaptar su cuerpo a 140 beats por minuto y mantenerlo así durante horas sin melodías. Eso hace que no me sienta un alien ni excluída más que ninguna otra persona: todo el mundo ha de buscar su manera de estar allí.
Esta sensación particular también la tienen muchas otras personas trans con el techno en Nueva York. La clave es ese baile durante horas que te lleva a una especie de estado disociativo. Desgraciadamente, disociarse es algo que a las personas trans se les da muy bien porque guardamos muchas experiencias traumáticas en nuestro cuerpo. Pero tal vez podamos aprovechar eso también de una buena manera para reconectar. Te disocias y regresas a tu cuerpo, y por el camino te pierdes de alguna manera. Y hay personas para quienes ese estado parece ser una necesidad.
También hay mucha gente trans haciendo música electrónica con sintetizadores y con mucho ruido y cosas así. Tal vez la experiencia de la disforia de género es en sí misma una especie de ruido en el cuerpo y exteriorizar eso en el sonido tiene sentido como forma de arte para muchas personas que conozco.
- En el libro hablas, no solo de la música, sino de la socialización, las drogas y las propias raves como punto de encuentro interseccional. ¿Es una de las grandes fisuras culturales de la actualidad?
- La propuesta especulativa y estética de Raving era centrarse en esos espacios en vez de en los clubs: las raves son ilegales y se apropian de un espacio. Eso es una pasada. Pero los clubs también tienen algunos de esos elementos que señalas: al final, también se genera la experiencia de meter la música en tu cuerpo; y, al experimentar la repetición, experimentas una especie de tiempo alternativo que se bifurca lateralmente y te libra de la narrativa y de la historia un rato. Puede que necesitemos eso. En particular, las personas trans y queer, pero en realidad todo el mundo en esta época. Aún queda historia y aún queda futuro por recorrer, así las formas de arte que presuponen un principio, un nudo y un desenlace no tienen mucho sentido en la experiencia de la pista de baile.
Por otra parte, los espacios del techno no se centran en la mirada, sino en otros sentidos. Están muy oscuros y hay luces estroboscópicas; la máquina de humo parece que te lo meta hasta en el cerebro. Así que no puedes ver nada, tienes la vista anulada. Tienes que percibir el resto de cuerpos casi oliéndolos. También tienes que moverte, pero no sabes donde están las paredes. Estás tratando de alejar el sentido de la vista hacia otra cosa, o al menos mirar de una manera diferente.
Todo esto hace posible una pregunta: ¿podemos salir de la narrativa única de la visión y pensar en formas de arte que vayan más allá a través de otros sentidos? ¿Podríamos generar sensaciones o situaciones en lugar de historias? ¿Cuál es la estética de eso? Realmente no tenemos un lenguaje para eso. Y eso es lo que trato de encontrar en Raving.
- ¿Cuál ha sido la importancia del precedente del pensamiento de Mark Fisher en obras como Raving?
- Hay un pequeño tributo a Mark en uno de los capítulos. Estaba escribiendo sobre su proyecto de Comunismo Ácido que nunca terminó, pero yo lo llamo Ketamine Feminism. Me hubiera encantado que Mark se hubiese unido a la pista de baile. Su aproximación a la música se quedó un poco en lo que podía escuchar en sus auriculares, así que hubiera estado bien que hubiera relajado su masculinidad un poquito. Creo que no fue consciente de que se estaba perdiendo cosas.
Coincidí con él un par de veces, y como persona es genial. Pero sí, nunca pensé que ese proyecto en particular fuera contemporáneo. No es donde está la gente. Tampoco pensé que la hauntología fuera a funcionar. Entiendo que ese fue un momento por el que todos pasamos de luto por los futuros pasados perdidos. Pero ya no estamos ahí porque sabemos que esos futuros no pasarán. Y ahora tenemos que procesar el daño emocional de un mundo sin futuro. Por eso me interesa el tiempo perpendicular [traducción de sideways time] que se genera en la pista de baile como una figura temporal diferente.
Me parece delirante el aceleracionismo, pero tampoco creo que la hauntología funcione como figura temporal, así que yo propongo tiempos perpendiculares y otras formas de pensamiento. Ya somos conscientes de este mundo sin futuro, ahora tenemos que decidir como manejarlo, porque, por un lado tenemos a la derecha, que aspira al fascismo y a las privatizaciones; y por otro, a la izquierda, que no nos ofrece mucho más que un poco menos de fascismo y un poco menos de privatizaciones. El futuro del pensamiento político está en cómo afrontar eso.
- En Vaquera invertida muestras un coro de voces de pensadores. ¿De qué manera el pensamiento te ha ayudado en la búsqueda de una identidad?
- Es un libro en el que mi voz se ve interrumpida por otras para que no haya una que sea muy protagonista. Es como si estuviera haciendo scroll en tu teléfono, como un timeline, así no te aburres de mí. Pero también es porque esas voces me han construido a mí. Muchas son voces anglófonas, trans y queer, que han escrito. Yo las tomo como samples.
- ¿El desafío al binarismo de las realidades trans y queer nacen únicamente desde un aspecto sexual o también pueden nacer de otros ámbitos personales o identitarios?
- Hay dos cuestiones en esto. Cualquiera puede experimentar momentos de inestabilidad de género. Eso está bien, no pasa nada. Así que hay una parte de lo trans que probablemente puedan sentir muchas personas. Y mucha gente entra en pánico al respecto: “no te preocupes, has sido un hombre toda tu vida y simplemente no te has sentido como tal durante un minuto. Cariño, está bien”. Pero hay experiencias más específicas de disforia de género y transexualidad. Somos muy pocos —como el 1% de la población— que realmente esa disforia nos resulta insoportable y necesitamos cambiar, así que es una experiencia rara.
En todo caso, puedes comenzar a sentir algo absolutamente en cualquier lugar. Porque el mundo está tremendamente generizado. Cualquier aspecto puede ser donde sientas que no encajas. Cualquier parte de tu cuerpo puede ser la parte con la que sientes que no puedes vivir tal como es.
La feminidad trans se suele hipersexualizar, lo que significa que nuestra literatura a menudo minimiza esa cuestión. Además, en muchas circunstancias, para tener acceso a los cuidados, tienes que evitar hablar de eso. Con todo esto, mucha literatura trans realmente no habla de una manera muy abierta sobre la sexualidad de las personas trans, así que quería contar esa versión de la historia: ¿Qué pasaría si descubrieras, a través del sexo, cuál es realmente tu género? Creo que a menudo están más conectados de lo que sabemos o queremos admitir.
- Tú sueles escribir ensayo. Esto también es no-ficción, pero de una manera totalmente diferente, ¿has desplegado tu escritura más creativa?
- Creo que siempre me han interesado todos los tipos de escritura de no-ficción. Debería buscar un terapeuta al que pueda preguntar por qué me resisto a escribir ficción, porque de verdad no quiero hacerlo. Pero he escrito de muchas maneras diferentes. Me interesa los textos que hacen afirmaciones sobre algo en el mundo sin la coartada de decir que te lo inventaste. Creo que algo así es Vaquera Invertida. Explorando diferentes versiones de lo que podría ser la prosa de no-ficción, es un libro muy personal, pero no son unas memorias en sentido estricto. La mayoría de mis otros libros intentan no tratar sobre mí. Con este, voy a ir directamente a la otra dirección. Sobreexponerme.
- ¿Se puede dar por derrotada la utopía del internet pirata de los 90?
- Sí, hemos perdido. Yo fui parte de toda esa vanguardia, del movimiento social y creativo. Nos preguntábamos qué podíamos hacer con las herramientas digitales, qué pasaría si promoviéramos la información libre, si acaso podríamos crear economías alternativas. Nadie había descubierto dónde estaba el negocio con la tecnología digital en los años 90. Fue este espacio de libertad y experimentación donde construímos redes enteras conectadas con todo tipo de movimientos sociales. Partíamos del fin de la guerra de los Balcanes, y también de las redes queer y trans. Sucedieron muchas cosas.
Y de repente, la clase dominante entró en pánico: “¡Esto es comunismo! ¡La información es gratis! ¡No podemos tener eso!” Pero descubrió cómo comercializarlo. Capitalism Is Dead trata de repensar ese movimiento después de esta derrota. Todo movimiento social que tenga una dimensión utópica ha sido derrotado.
Y creo que todo esto no está desconectado del libro Raving. Pensamos que compartir información era una gran idea. Pero ahora sabemos que la vanguardia es tratar de esconderse. Una buena fiesta que solo ciertas personas conocen. Que no es pública, que no está en Instagram. Tienes que buscar para encontrarla, tienes que conocer a alguien. Es una estrategia diferente después de la derrota del movimiento.