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Tener un pueblo en verano (y comer en él)

Menú completo: Viver y el arroz con longanizas y ajos tiernos de Milagros

Levantarse y acostarse. Plantar tomates y regarlos. Bañarse en el río y pasear. Cenar en la calle o en el bar. Beber agua fresca. ¿Por qué es tan fácil engancharse a la vida y las comidas del pueblo?

31/07/2022 - 

Amor —la palabra amor— es una palabra que últimamente aparece bastante en los textos que escribo. Pienso en verano y me sale amor. Pienso en alguien preparando comida y me sale amor. Pienso en el pueblo, en un pueblo, el que sea, y me sale amor; basta con que tenga río, que tenga bares en la plaza, que tenga a quien pastoree un rebaño de ovejas, cooperativa donde llevas las olivas y te devuelven aceite, bancales donde cada uno planta sus hortalizas. Pienso en una familia y…

El día (en el pueblo) suele comenzar pronto. Las noches son frescas y uno ha descansado bien. Comienza con un café, con un vaso de zumo, con un tomate abierto, sal y aceite “Lágrima”, el de aquí. Milagros Moncholí Díaz (Milagrín, la de Víctor) se levanta la primera, eso creo. Cuando tienes 84 años el sueño es secundario. Milagros es una mujer paciente, tranquila. De esto uno se da cuenta enseguida, no hay más que dejarla que hable un minuto y te mire. Le gusta pintar, asomarse por la ventana y contemplar el paisaje, cualquier tonalidad verde desde sus ojos azules: el croar verde de las ranas, las nueces verdes de las nogueras, el verde estilizado de los cañares, el de las laderas de los montes de Santa Cruz y San Roque. “Del pueblo me gustan todos los verdes. Como pinto, me fijo mucho”. Su afición por la pintura fue temprana. Desde los 15 a los 18 estudió Artes y Oficios en el Carmen. Tiene cuadros por todas las paredes de casa, y eso que ha regalado muchos. Actualmente está enfrascada en una reproducción de ‘El Faro’ de Edward Hopper, que se lo va a regalar a su hijo Javier.

Javi Bisbal es el pequeño de tres hermanos, un pequeño relativo, pues ya son 56 primaveras (¿se sigue diciendo así?). Va y viene, de València a Viver, en una moto blanca y gris, enorme, como las que me imagino que lleva la policía de Islandia, y cuyas letras de la matrícula coinciden con las iniciales de su nombre y apellidos. Los primeros momentos de las mañanas los dedica a la huerta, si toca regar; o se acerca hasta el paraje del Sargal, a bañarse en cualquiera de las pozas del Palància. “Mira, bajo de aquella peña, la Escavia, nace el río”. Eso es en Bejís y allí el agua es pura y fría, “tanto que te metes y te dan calambres en los dedos de los pies”.


Aunque aún no es hora de comer, Milagros, en torno a la mesa de la terraza, me cuenta algunas recetas típicas del pueblo (la olla, la Sopa del Santo), y un secreto: no es una apasionada de la cocina. “Cuando mis hijos vivían en casa, no entraba a la cocina hasta la una de la tarde, porque había que darles de comer”. Pero eso, aun con lo poco que la conozco, no suena a desidia. Primero me lo confirma Javi, al decirme que su madre tiene un triunvirato de “comidas insuperables”: el arroz al horno, los canelones y el cocido (no puede vivir sin caldo de cocido en el congelador). Y, segundo, esta escena que viene entre madre, hijo y nieta. Cuando Milagros me cuenta que también les gusta mucho este arroz, Javi pone mirada de “¡Mare meua, qué bueno está!”, momento en el que aparece otra Milagros (o Milagrín, quinta generación de mujeres con el mismo nombre) y repite la expresión de su tío.

El arroz con longanizas y ajos tiernos es una reinterpretación o adaptación de la Sopa del Santo de Viver (que se elabora con arroz, bacalao, ajos tiernos y alubias), una receta propia de un espíritu libre, la de Milagros con arroz, longanizas y ajos tiernos. “Porque de Viver también es famoso el embutido”.

Lo primero que hay que hacer es ir a Viver a comprar las longanizas y el aceite. La carnicería de confianza de Milagrín, la de Víctor, es la regentada por Rosita la Salá (Carnicería El Salao, Plaza Mayor del Palancia, 4) y el aceite de la Cooperativa (Camino de la Abadía).

“Empezamos vertiendo el aceite en una olla plana. Se echan las longanizas cortadas a cachitos de un centímetro, seguidamente los ajos tiernos, se remueve unos minutos, estando muy pendientes de que los ajos no se quemen. Cuando aquello tiene color, ponemos el tomate y el pimentón dulce. Sofreímos bien. Añadimos el arroz y agregamos el caldo de cocido. Como el arroz ha de quedar muy seco, la medida será 2 de caldo por 1 de arroz”.

Ese arroz me lo imagino dorado, aunque desde la terraza se vean todos los verdes que he enumerado antes.

Aún no es hora de comer. Así que nos da tiempo a “ir al mercado a por melocotones”, de bajar al río a bañarnos, incluso ir a tomar unas bravas al Millo, que según la Milagros más joven, son las más buenas que ha probado en su vida. Y yo me fío, porque me dice que siempre que puede viene a Viver para desconectar de la ciudad, que aquí tiene amigas; porque cancela planes previstos de antemano si le sale alguno en el pueblo; porque hace poco le tocó en un sorteo un bonobufa —que es una tarjeta para cinco cubatas gratis— y me enseña la cartulina aprovechada de lo que fue el bonobufa; porque al atardecer, ella y la gente de su peña, el Agarre, sacan mesas a la calle y cenan a la fresca; porque anoche dio un paseo para ver las casas tan bonitas que hay en la urbanización cercana al parque de la Floresta.

Al final, no da tiempo a hacer todo. Es lo que tiene ir sin prisas a los sitios. Es lo que tiene que el pueblo no se acabe. Lo que tiene el verano. En los veranos uno se enamora, va al pueblo, come en el pueblo, se engancha a la vida.


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