La noche del pasado sábado, Morella vivía uno de los instantes más emocionantes de las fiestas del LV Sexenni, la entrada en el Pla d’Estudis de la Verge de Vallivana, trasladada desde su Santuario a pie por centenares de morellanas y morellanos. La luz centelleante de las antorchas acompañaban el inmenso silencio que contiene un pueblo cuando rememora tradiciones centenarias que han ido sobreviviendo gracias a los sentimientos y memoria colectiva de un pueblo. De seis en seis años.
Mientras se producía el descenso de la Rogativa para realizar, al día siguiente, el traslado de la imagen de Vallivana hasta Morella, las calles de la ciudad amurallada iban vistiéndose para celebrar estas fiestas mágicas, magistrales. Cada calle engalanada es un referente único de la artesanía del papel rizado, de la imaginación de las vecinas y los vecinos, de largos meses de trabajo, de entrega, de esfuerzos. Cada calle ofrece una temática, y cada calle es bella. Son muy bellas.
Calles adornadas y coloristas, balcones vestidos para la ocasión, integrados en el paisaje artístico, sonrientes al paso diario de los Retaules, al paso de las miles de personas que habitan estos días Morella y de las también miles de personas que se desplazan para admirar y disfrutar esta enorme muestra de artesanía efímera.
Las fiestas del Sexenni son cultura, identidad, historia y, sobre todo, el pulso y el latido del pueblo morellano. Cada seis años la vida se transforma, el tiempo se sucede vertiginosamente. Cada familia ha sentido las ausencias de los seres queridos, y también ha vivido la llegada de nuevos pequeños morellanos. En estos seis años he perdido a personas muy queridas y añoradas. Al mismo tiempo, estos días camino de las pequeñas manos de mis nietos por estas calles que forman parte de mi geografía humana.
Mi pequeño nieto Quim forma parte del Carro Triomfant, el hermoso carro con adornos al óleo del pintor Cruella, realizado en el siglo XIX con alusiones celestiales. Sobre este importante elemento del Gremio de Profesiones, Industria y Transporte, un grupo de niñas y niños representan las virtudes caridad, fe y esperanza, así como los atributos de la ciudad de Morella: fiel, fuerte y prudente. El Sexenni se estructura, desde sus orígenes en el mes de febrero de 1673, por los gremios profesionales y artesanos, además del clero y el poder civil.
Hoy sigue siendo una fiesta hecha por el pueblo morellano, con grandes esfuerzos y trabajo, con la satisfacción de mantener viva la cultura propia, evolucionando con el tiempo. Este año es la primera vez en la historia que cuatro jóvenes morellanas participan en la Danza de los Torneros y, ahora, también Torneras; Laura, Isabel, Clara y Natalia ya han debutado... y ha sido muy emocionante.
La piel se pone chinita cuando tu nieto de dos años vibra con las emociones de ir sobre el Carro Triomfant. Porque desde arriba, como dice, puede ver de cerca el rostro de los gigantes. La piel se eriza cuando escuchas a tu nieto Aimar entonar el Ave Maris Stella junto a otros niños vestidos de frarets en el Conventet del Sol de Vila. En esa estampa maravillosa participan otros niños, hijos y nietos de amigos, de seres queridos…
Y así sucede, de seis en seis. Todo se repite y se transmite. Desde la infancia las niñas y los niños morellanos saben que algo excepcional está pasando en sus vidas cuando llega el Sexenni. Mi pequeño Biel, otro de mis nietos, está viviendo sus primeras experiencias sexenales con una emoción enorme, absorbiendo cada instante, cada nota de la música, cada danza, cada indumentaria, cada paso de Els Gegants, que son sus superhéroes. Su hermano Guillem, de pocos meses, comparte los sonidos de la fiesta que transcurre en el Carrer La Font, esa larga calle de mis lugares anímicos que en este Sexenni representa el año chino del Dragón, un periodo para la esperanza.
El paso del tiempo se detiene, tiende trampas anímicas. Mis hijos, padres de mis nietos, ya participaron en varios Sexennis en la danza de Teixidors, las madres de mis nietos también participaron en los cuadros de Heroínas Bíblicas. La vida sigue, y siempre recuerdo con enorme cariño cada Sexenni, como Elodia repetía orgullosa los pasos de la danza de Llauradors i Llauradoretes, que bailara siendo una niña, hace más de ocho décadas.
Las fiestas del Sexenni son únicas, sobreviven porque la historia la escriben los pueblos, porque la cultura permanece en los corazones y porque la memoria colectiva mantiene toda la fuerza necesaria para no borrarse.
Para mi, Morella, el Sexenni, representa esa manta morellana sobre la que amar y sentirse abrazada, tal como escribiera el añorado José Agustín Goytisolo, en 1996, en su bellísimo poema Hacia Morella.
A horas altas revivo tu contorno
me acerco en duermevela
para besar tu aire y rodear
tus murallas Morella
y acogerme a tu asilo y asimiento,
pues soledad me muerde
araña negra quiere envenenar
el vino de mi bota de montero
por detener mi viejo corazón:
yo solo quiero recordar ahí
a alguien que amé
feliz sobre una manta de colores:
revivirnos a mí y a la muchacha;
nuestras siluetas juntas:
lo más hermoso que jamás yo viera.
José Agustín Goytisolo, 1996