CASTELLÓ. Empiezas un nuevo día, sales a la calle y, de repente, te sientes desnuda, algo te falta cuando inspiras y espiras, caminas unos pasos y regresas a casa a buscar esa mascarilla que has olvidado y que nos ha ocupado el rostro durante más de dos años. No sé si vivo pegada a un cubrebocas o esa tapadera permanece ya por siempre unida a mi cara, a mi piel. Hay quien tiene problemas para expresar ese lenguaje no verbal que tanto nos caracteriza. La mirada abierta, la sonrisa, la mueca, la tremenda luz de unos labios expresivos, los centenares de músculos que se organizan para manifestar bienestar, dolor, ilusión, tristeza o toda la felicidad disponible. Hay quien desea, por fin, alumbrar sus posibilidades comunicativas. Y hay quien precisa sentirse enmascarado, ocultar expresividad y emociones, seguir viendo en un confinamiento que está siendo dañino para muchas personas.
Sin mascarilla, comentan las personas expertas, nos enfrentamos a situaciones vulnerables. La pandemia nos ha marcado con cierto halo de melancolía e individualismo. Llevamos dos años sin acabar de digerir qué nos ha pasado y qué nos tiene que seguir pasando. Las puertas se han abierto de par en par, la fuertemente reclamada normalidad acaba de instalarse. Pero, aún, debemos superar la gran inseguridad que nos secuestró y nos aisló.
Este lunes es muy especial. 25 de abril. Primer rotllo en la ermita de Sant Marc del ciclo de romerías de Morella. También es la Fiesta de Sant Vicent Ferrer en Gavarda, el pueblo de mi familia materna y de mis recuerdos adolescentes. Ese día llegábamos exhaustas de fiesta, de alegría, con la plena primavera adherida a los cuerpos, con ese penetrante aroma de la flor de azahar que recorre la Ribera Alta. Las fiestas de Gavarda no daban tregua. Este año han podido celebrarse tras dos años de silencio. Gran fiesta desde el viernes hasta mañana, dia del gos. Ya no hay cordà ni cohetes borrachos, pero mi gente estimada ha vuelto a vibrar en este pueblo que truncó su futuro tras la pantanada de Tous. Hoy es Sant Vicent, y siento desde Castelló los mejores aromas de las mejores paellas valencianas. Y veo a mi querida abuela Pepica, trajinando en la cocina, bajo la chimenea, con su delantal de fiesta, poniendo la mesa grande con sus entrantes celestiales de salmorra, con sus caracoles picantes, su paella y aquellos pimientos rellenos de arroz que jamás he vuelto a disfrutar y que se reservaban para la cena, la víspera del dia del gos.
Este lunes es demasiado emotivo y combativo. Un 25 d’Abril más, un Aplec que se vivirá en Castelló el próximo 7 de mayo. Una cita que nos identifica tras aquel saqueo de los derechos del pueblo valenciano en la batalla de Almansa. Castelló no es la primera vez que acoge el Aplec, en los años ochenta viví un encuentro comarcal brutal, con Lluis Llach, Ovidi, Al Tall, entre otras muchas actuaciones. Unos años antes también saltamos y alzamos cuatribarradas en València. Eran momentos maravillosos, de una gran identidad y emotividad colectiva que crecía sin saber, entonces, hacía dónde se dirigían los símbolos y los sentimiento del país valenciano.
Con el paso del tiempo los sentimientos colectivos y personales se van diluyendo, pero no podemos permitirnos el olvido. Somos un gran país valenciano que debemos proteger, compartir y difundir. Somos un país creativo, emprendedor, creativo y pionero en la puesta en marcha de industrias vanguardistas. No venimos de agujeros negros, venimos de la luz, de las ideas, el trabajo, los derechos y la justicia, pero parece que estemos abocados a un injusto e incomprensible abismo.
Hoy, segundo lunes de Pasqua, fiesta de Sant Vicent, es la conmemoración de la nefasta Batalla de Almansa o día del duelo nacional, y también coincide con el 25 de Abril portugués, la Revolución de los Claveles de 1974 que combatió la dictadura militar en Portugal y conquistó la democracia, a diferencia de España que no pudo o no supo y su dictadura terminó con la muerte del dictador.
Visitando Lisboa se respira este orgullo ciudadano, sintiendo que se eriza la piel con cada paso propio que caminas sobre sus adoquines. Cualquier mes de abril, cualquier día 25, el pueblo portugués se ilumina, se viste de claveles y sale a la calle para seguir reivindicando los derechos ciudadanos. Salen a la calle para recordar que no podemos perder la memoria. Porque, aquí, también deberíamos salir a la calle para seguir defendiendo esos valores democráticos que vemos, con sufrimiento, cómo se están esfumando frente a la creciente presencia de la ultraderecha.
Hoy, 25 de abril, me acompañará la flor de azahar de la Plana, el aroma salado de un mar mediterráneo que ha acogido este fin de semana en Castelló el anclaje de numerosas naves históricas, réplicas de aquellas que dieron la vuelta al mundo. Hoy recibimos a esas embarcaciones intentando buscar la paz de sus travesías. Porque el mundo sigue siendo el mismo, el tránsito histórico entre guerras. Pero, ahora, ya no somos los mismos de entonces. Así que les dejo una maravilla musical, la versión de Grândola, Vila Morena, de Amàlia Rodrigues y Zeca Alonso. No perdamos la memoria.