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obituario / OPINIÓN

Nuccio Ordine: la muerte de un humanista

Foto: EFE/PEPE TORRES
13/06/2023 - 

Leemos una noticia que no esperábamos: Nuccio Ordine ha muerto. El enunciado nos desgarra. El estupor nos obliga a volver a releer lo leído. No hay error posible: nos ha dejado. Un ahogado lamento se instala en nuestra alma. Hemos perdido –todos– a un gran humanista, a un hombre tan cercano como esas obras y esas reflexiones que nos acompañarán el resto de nuestros días.

No hay hipérbole posible. Nuccio Ordine era una humanista. Era una isla en la que ni la banalidad ni la impostura actual tenían cabida. Era un profesor que huía de la fragmentación del saber, de esta Universidad que se adentra en ese período de "noche y más noche" del que hablaba Nietzsche, y de esa vacía burocracia que nos cierra la puerta del futuro y del conocimiento, y al hacerlo, no precipita a una época de indiferencia y desencanto como la que vivimos.

Ordine no desconocía que probamente la cultura nunca nos aportará esa felicidad que prometían Voltaire y el resto de los ilustrados (G. Steiner), pero era consciente de que sin ella no cabe construir “un estilo de vida” anclado en el conocimiento y la educación, en "todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido", como escribiera la voz autorizada de T.S. Eliot.

Pocos como él supieron advertir que estamos viviendo un proceso de metamorfosis, un proceso que nos hace contener el aliento ante este presente incierto, en el que cada vez más la imagen sustituye a la expresión verbal, a la paráfrasis, a la memoria y al conocimiento de los libros clásicos, a aquellos textos que fueron el alfabeto corriente de nuestros antepasados, lo que nos lleva a preguntarnos si deseamos conservar el legado cultural de nuestra civilización o si preferimos ver el grueso de nuestra Literatura y de nuestra Historia adormecidas en las grises salas de una envejecida biblioteca o en los solitarios pasillos de un museo al que nadie visita. Si este es nuestro deseo, no cabe duda de que estaremos contribuyendo a fomentar esa estéril vida intelectual que destierra de las aulas a esas humanidades tan queridas por Ordine, sin las cuales no tiene cabida la Cultura con mayúsculas, porque la cultura, como escribiera Vargas Llosa, "no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida", un saber que nada tiene que ver con esa cultura del espectáculo que ha contribuido a generar la opinión –muy difundida, y ciertamente poco razonada– de que sólo lo último, lo novedoso, merece nuestra atención; pero la moda, como bien sabemos, puede ser tan vistosa como elegante, pero al igual que esos castillos construidos sobre la arena, es tan frágil que se deshace al primer golpe de mar.

Ante esta realidad, Nuccio Ordine nos deja una reflexión que no por dolorosa es menos cierta: "Existen saberes que son fines por sí mismos y que –precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial– pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y el desarrollo civil y cultural de la humanidad […] Pero la lógica del beneficio mina por la base las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios, museos, bibliotecas, archivos) y las disciplinas (humanísticas y científicas) cuyo valor debería coincidir con el saber en sí, independientemente de producir ganancias inmediatas o beneficios prácticos […] En este brutal contexto, la utilidad de los saberes inútiles se contrapone a la utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana" (La utilidad de lo inútil).

Sus palabras nos congratulan y nos alientan. En ellas vemos recogidas, con una claridad que no albergamos, lo que hemos visto y lo que explicamos en nuestras clases. Esta es la razón de nuestro pequeño homenaje a un hombre y a un saber que se aloja en otra época: la del Renacimiento. Lo plasmamos por escrito con la finalidad de que el lector pueda sopesar una verdad que sentimos y a la que hemos entregado buena parte de nuestra vida, y que no es otra que la nos recuerda que la búsqueda del conocimiento y del saber, la que animó a Humboldt para fundar la Universidad de Berlín, por muy ardua e incierta que pueda parecernos, es la única vía que puede estimular a los jóvenes universitarios a incentivar su curiosidad y a conocer a esos "seis honrados servidores que me enseñaron cuanto sé", de los que nos hablaba Kipling, y cuyos "nombres son, Cómo, Cuándo, Dónde, Qué, Quién y Por qué".

Para adentrarnos en la aventura del saber, o, si se prefiere, para no dormitar en ese invierno de la conciencia en el que plácidamente nos hemos –y nos han– instalado, Ordine se pregunta el porqué y el para qué de la Universidad, del Saber y de la Cultura. Preguntas que para un docente no constituyen, o al menos así lo entendemos nosotros, un simple interrogante, sino una necesidad vital. Por esta razón, como nos dirá Vargas Llosa, "tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo". Estos son los medios que tenemos a nuestro alcance para "aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible". Son los medios para acabar con el letargo de una burocracia académica que ahoga y encorseta a los docentes. Son los medios para censurar a unos cronogramas que son el encefalograma plano del profesor universitario. Son los medios para cuestionar unos planes de estudio que parecen estar diseñados por esos científicos de los que nos habla Jonathan Swift en su obra Los viajes de Gulliver, unos curiosos personajes que, tras subir a la Isla Voladora, regresaron con una mentalidad ajena a toda racionalidad. Son los medios propicios para censurar a una ortodoxia académica que exige adecuarnos a los férreos cánones de esa maldición bíblica que supone lo políticamente correcto, una concepción de la vida pública que propicia la existencia, que nadie ignora, de un doble lenguaje: el público y el privado. El primero se asienta en la amarga mentira. El segundo se reserva para la conciencia y para el amigo más cercano. Son los medios que nos permiten reivindicar esa Paideia que llevó a Heidegger a sostener que "el saber no está al servicio de la profesión, sino al revés". Si lo está, que lo está, no se equivoca Libero Zuppiroli cuando afirma que la Universidad se ha convertido en "un supermercado gigantesco", al que nos han introducido sin consultar a nadie. Una verdad que hoy es un sacrilegio, un anatema para buena parte del ámbito universitario. Ponerlo por escrito te excluye. Pero poco importa. Lo que importa, en el ámbito personal, es vivir con nuestra conciencia, y en el académico, reivindicar espacios para la verdad y la Cultura, no para el mercado, porque la Universidad no es una Escuela de Negocios, sino una Universitas. ¿Tanto cuesta entenderlo? Ya lo creo que cuesta.

Pensadores como Ordine nos reconfortan. Nos hacen ver que no somos hombres que viven en un plácido refugio interior (S. Espriu), porque, tras una vida como docente, he experimentado –no sin tristeza– que quizá no iba mal encaminado Ray Bradbury cuando escribió la siguiente reflexión en su novela Fahrenheit 451: "Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario. Los diccionarios únicamente servían para buscar referencias. Pero eran muchos los que sólo sabían de Hamlet a través de una condensación de una página en un libro que afirmaba: Ahora, podrá leer por fin todos los clásicos. Manténgase al mismo nivel que sus vecinos. ¿Te das cuenta? Salir de la guardería infantil para ir a la Universidad y regresar a la guardería. Ésta ha sido la formación intelectual durante los últimos cinco siglos o más". Es un texto que leo a mis alumnos cada curso. La sorpresa de estos es pareja al agrado que siento cuando reconocen su vigencia. Meditarlo les ayuda. Pero meditarlo no nos aleja del desconsuelo. Esta es la verdad.

Nuccio Ordine lo supo advertir con suma claridad. Su lucidez y su cultura le permitieron escribir, entre otras perlas que guardamos para siempre: "Los clásicos, en efecto, nos ayudan a vivir: tienen mucho que decirnos sobre el ‘arte de vivir’ y sobre la manera de resistir a la dictadura del utilitarismo y el lucro" (Clásicos para la vida).

Como buen clásico, su obra, por imperecedera, nos seguirá ayudando a vivir y a resistir. Aunque solo fuera por esta verdad: eternas gracias, querido e inolvidable Maestro.

Ahora, descansa en paz.

Juan Alfredo Obarrio es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Valencia

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