El tiempo le ofreció oportunidades y, al mismo tiempo, iba arañando sus esperanzas. R.S. acaba de salir del pozo negro de la violencia machista. Ha logrado, tras largos años, cerrar la puerta de una casa maldita. Ha conseguido escapar de una feroz rutina que iba destruyendo silenciosamente su vida. Dos hijas y un esposo diabólico que encadenó sus sueños y destruyó los días. Ella vivía como viven muchas mujeres, atrapada en la dependencia que ha lastrado varias generaciones. El machismo ambiental se respira en el aire de una sociedad que reproduce roles y estigmas. Machismo violento, mortal, también sutil, cotidiano, consciente, reincidente. La rutina de R.S. era una constante lucha entre el entendimiento de la realidad, la asunción, la rebeldía, la negación, la sumisión y el silencio. Ha permanecido ingresada en varias ocasiones. No denunciaba, no podía. Ha rozado la muerte y ha vivido inerte. Ha visto crecer a sus hijas tristes, vacías. No entendió que era presa de la violencia, poseída por su maltratador.
Primero fueron las humillaciones en privado y en público, las faltas de respeto, el maltrato verbal, la invisibilidad, la soledad. Después llegaron las vejaciones y los insultos, los gritos y susurros simultáneos. La tortura. Y al final, la violencia física comenzó a mermar su capacidad, a empequeñecerla y a callar. El miedo y el dolor colapsaron su vida. Dos hijas que miraban y que acabaron siendo también maltratadas. Ella, por fin, escapó de su agresor, del padre que no debe serlo, del esposo que no debió ser. R.S. recuerda su experiencia tras unos días trágicos en los que han sido asesinadas varias mujeres, tras unos años dramáticos en los que han perdido la vida más de 1.000 mujeres y decenas de hijos e hijas. Habla de su vivencia tras escuchar a Penélope Cruz en la entrega del premio Donostia por su trayectoria, en la 67 edición del festival de Cine de San Sebastián. Que el premio fuera entregado por Bono, el líder de la banda irlandesa U2, rebasó las lagrimas de emoción de R.S. La actriz madrileña aprovechó el momento de máxima audiencia para exigir que se escuche a las mujeres que sufren, que denuncian ser víctimas de violencia de género. Que sean escuchadas la primera vez y no cuando sea demasiado tarde. 44 mujeres asesinadas este año, según las cifras oficiales, 78 feminicidios según el listado de la red Feminicidio.net que contempla todos las muertes y no solo las ‘oficiales’ cometidas en el entorno familiar. En estos malditos datos se incluyen los asesinatos de hijas e hijos como víctimas de la más cruel violencia machista.
El miedo y el dolor colapsaron su vida. Dos hijas que miraban y que acabaron siendo también maltratadas. Ella, por fin, escapó de su agresor, del padre que no debe serlo, del esposo que no debió ser.
El feminismo, el movimiento más importante de este siglo junto a la defensa del medio ambiente, avanza a trompicones, según dictan las influencias y tendencias mediáticas y sociales. En estos momentos de revuelo político, de tránsito electoral, los pactos contra la violencia de género sufren cierta parálisis cuando deberían estar activos y ser eficientes. Los asesinos de mujeres no se detienen en la escalada del horror, las denuncias experimentan modestos aumentos, las campañas de concienciación solo repuntan en fechas claves como el 8 de marzo y el 25 de noviembre. Luchar contra el terrorismo machista debe ser una contienda diaria, plural, constante, no debe detenerse. Hay, todavía, demasiados silencios en torno a la violencia, y hay mujeres dos veces asesinadas y dos veces agredidas, condenadamente maltratadas. No hay que bajar la guardia, hay que proteger a las mujeres, prevenir y alcanzar la igualdad real como el eje de más avances sociales, económicos, políticos y culturales. Es la única salida al maltrato y a la exclusión que sufrimos. Las mujeres no podemos permitirnos que este proceso se detenga. Como dijo Carmen Alborch, no tenemos límites en esta lucha, porque nuestro límite es el cielo.
Les escribo a las puertas de octubre, ese intenso mes de tránsitos que nos recoge en los primeros y tímidos fríos que ya han llegado jubilosamente al interior. Octubre tiene dos caras por su simbolismo. Por un lado es otoño, color violeta, amarillo, niebla sobre un estanque y nostalgia. Por el otro, es rojo, revolucionario y apasionado. Son las palabras de José Luis Sampedro explicando los dos aspectos de la vida, los tiempos, las emociones que unió en la novela Octubre, octubre. Es un mes que mira hacia atrás, a las hojas que se marchitan y caen, y que también mira hacia delante, ese cercano y futuro renacer de la tierra. Octubre es, además, el mes de la partida, cuando las aves viajan para regresar siempre en primavera. El vuelo que planeamos con las alas extendidas, inmóviles, móviles. Conquistamos la cima y, simultáneamente, el abismo. Inmersiones necesarias para avanzar, para entender. El fundamento de todo está en el cambio incesante.
Los asesinos de mujeres no se detienen en la escalada del horror, las denuncias experimentan modestos aumentos, las campañas de concienciación solo repuntan en fechas claves como el 8 de marzo y el 25 de noviembre
Octubre tiene estas diversas e infinitas miradas. El otoño es un tiempo de belleza, de inmersiones, de ese silencio que habla en las montañas y en el mar. Sampedro tardó casi veinte años en concebir, estudiar, amar y escribir este maravilloso libro. El argumento de Octubre, octubre se centra en un personaje de edad avanzada que se despoja de su pasado, y en ese proceso de abandono y cambio encuentra una novela que escribió en su juventud. “Es una novela montaña, porque hay en ella una especie de ascensión mística y, al mismo tiempo, un abismo. Unos personajes se salvan ascendiendo y otros descendiendo”. Sampedro se acercó a la mística sufí en su concepción de la creación del mundo como una pulsación ininterrumpida que crea el mundo en un instante para, en el siguiente, destruirlo. El querido y añorado profesor nos dejó la exploración de todos los caminos y todas las respuestas. Para crear, primero hay que creer. La vida dentro de la vida.
Este mes también nos trae, frente a la calma, este tremendo ruido electoral. Arrancan los primeros actos, los primeros encuentros de masas, los medios cargados de páginas políticas, la confrontación, las imágenes, los directos televisivos, los aplausos, los selfies con cargos y cargas, los lemas cansinos, aburridos, las redes sociales hirviendo, las promesas de siempre, lo gobiernos en clave orgánica y partidistas, los ejércitos de palmeros que no duermen. Calentando la precampaña, provocando al electorado para lograr acción y reacción en un tiempo que no parece nuestro, en un contexto de cansancio y frustración. Y como escribiera JL Sampedro, en un tiempo de ascensión y abismo, de caídas libres y cumbres ignotas.
Sampedro se acercó a la mística sufí en su concepción de la creación del mundo como una pulsación ininterrumpida que crea el mundo en un instante para, en el siguiente, destruirlo
Por último, decirles que octubre me recuerda otros escenarios lejanos y similares, cercanos. Argentina, las convulsiones que hieren, los duros contrastes de la vida. Escucho al dúo Sui Generis y recuerdo a La Negra que canta con ellos y que murió el 4 de octubre de 2019 en Buenos Aires. Mercedes Sosa se apagó en otoño, quedando su esencia, su rebeldía, su voz bella y potente siempre habitada de poesía latinoamericana, como las letras de Charly García. Un montón de diarios apilados, una flor cuidando mi pasado, un rumor de voces que me gritan... Cuando ya me empiece a quedar solo. La Negra también nos dejó los sonidos de Ariel Ramírez y Félix Cesar Luna. Te vas Alfonsina con tu soledad. Una voz antigua de viento y de sal. Sabe dios qué angustia te acompañó. Qué dolores viejos calló tu voz. Su pequeña huella no vuelve más. Octubre, octubre.