Las series y la publicidad presentaban a los jóvenes de los 90 como lo más sofisticado, preparado y transgresor al mismo tiempo. Sin embargo, desde Seattle, Peter Bagge dibujó una serie de novelas gráficas que suman más de mil páginas que iba por el camino contrario. Entre los jóvenes cool de los 90 no faltaban los cantamañanas, los pintamonas, los inseguros y la inmensa mayoría de los proyectos ilusionantes y artísticos rompedores acababan en la ruina. Bagge lo sabía bien, era uno de esos jóvenes
VALÈNCIA. Las crónicas de Odio es una nueva reedición de la obra magna de Peter Bagge, la siguiente después de Odio Integral, que apreció en 2007. Ahora tenemos nueva presentación por el 30 aniversario del inicio de la saga en cinco tomos. Hace un par de años también se reeditó Mundo Idiota, la recopilación del material de su fanzine Neat Stuff que se publicó entre 1985 y 1989, cuando se gestó lo que se llamaría escena alternativa que, en los 90, pasó a ser mainstream, una contradicción en términos que no pasó desapercibida para el dibujante.
Odio tenía muchas virtudes. Era posiblemente lo más divertido que se podía leer en aquella época, puede que también en esta, y su formato de extenso culebrón hacía que seguirlo formase parte de tu vida durante años. El lector envejecía con los personajes y la vida patética de estos se entrelazaba con la suya. No obstante, ahora, bien entrado el siglo XXI, hay que añadir una virtud más. En Odio se le decía a los jóvenes lo que no querían oír.
Es algo que contrasta con algunas novelas gráficas que se publican actualmente de corte autobiográfico, como era frecuente en el underground norteamericano, que ahora no tienen un mensaje estridente o contracorriente, dicen lo que piensa la mayoría y, remando en la misma dirección, el autor te cuenta lo guay que es y lo bien que encaja. Lejos quedan los años en los que la viñeta servía para reflejar contradicciones inconfesables.
En Odio no había una narración autobiográfica explícita del autor, que en algunas ocasiones sí ha dibujado en primera persona, pero el mosaico de personajes era tan amplio y sus interrelaciones estaban contadas en un género naturalista tan corrosivo que difícilmente nadie podría interpretar que el autor estaba presumiendo. Bagge era un francotirador contra una sociedad hipercomercial, sumida ya en el capitalismo global con todas sus consecuencias, que regurgitaba tendencias del pasado para reciclarlas vaciadas de contenido. La juventud, chispeante y maravillosa en teoría, pasados los años opresivos de la adolescencia, no era más que dar tumbos hasta darse cuenta de que ya se era demasiado viejo para seguir dando tumbos, momento en el que ya es demasiado tarde. Hace poco Bagge se partía de risa en El Periódico con una reflexión ¿viejos amargados? para él, no hay nada más amargado que un joven.
Estos nuevos tomos traen material adicional, como las portadas extra y un curioso texto del autor. Es muy interesante, como todo lo que suele escribir este hombre, siempre desafiando los pensamientos e ideas dominantes cualquiera que sean estas. Cuenta que los años en los que circulaban discos y fanzines y la gente hablaba por teléfonos fijos le suenan ahora a la época en la que los coches eran tirados a caballo. Aunque su humor sobre la vida en los 90 haya sido ácido e incisivo, subraya que para él esa década fue mejor que los 80, un periodo en el que, como reacción a las revoluciones y utopías de los 60 y 70, la mayoría de la población le dio la espalda a cualquier tipo de alternativa a nada. Fueron los años de máxima comercialidad de todo y eso se vio reflejado, por ejemplo, en la música, sobre todo en esas producciones estériles de las que solo hoy, y con reservas, se han rescatado algunos sonidos.
En ese contexto, surgieron personajes como él, que trataron de tomar el relevo del cómic underground ya de capa caída y mantener la llama. Bagge confiesa que pudo hacerlo gracias a su mujer, que tenía un buen sueldo y confiaba en que él llegaría a ser un artista reconocido. Al final, lo único que consiguió fue sentirse cada vez peor al constatar que no alcanzaba el codiciado éxito.
En los 90 empezó a vender más y las cosas mejoraron, pero hubo un hecho que cambió su vida para siempre. Se compró una casa y tuvo una hija. Esos dos cambios le introdujeron en el mundo de los adultos y, de pronto, pudo echar la vista atrás y ver con otros ojos sus años de juventud en las escenas minoritarias y ambientes underground. Le sobraba material para arrojar una visión nada romántica de todo aquello y así surgieron Odio y Buddy Bradley, su protagonista.
Estilísticamente, su mejor aportación fue permitir que sus personajes fueran envejeciendo, algo que no suele ocurrir habitualmente, solo envejecen los lectores, los protagonista del cómic siguen igual, con la misma edad y las mismas relaciones. A Buddy y los Bradley, unas historietas sobre una familia disfuncional con toques autobiográficos, les hizo avanzar en el tiempo. Así, Buddy se emancipó y se fue a vivir a Seattle, donde supuestamente estaba el meollo y luego tuvo que volver al nido arruinado, otra vez a Nueva Jersey, con sus padres se hicieron muy mayores. Los protagonistas, al igual que sus amigos y sus parejas, cada vez estaban más lejos de los adolescentes molones que creían ser. Lo que nos ha pasado a todos y si no te pasa, mal asunto, porque es porque te has muerto.
Es difícil no esbozar una sonrisa cuando Bagge cuenta que eligió el título de Odio para su cómic pensando que el uso político de esa palabra no tendría futuro. A principio de los 90 empezaba a extenderse. Su razonamiento es que la gente que quiere que se tomen medidas contra los que extienden "el odio", cuando no que se les pegue por la calle, claramente odian a esas personas, por lo que se trata de caer en lo que se denuncia. Pues bien, se equivocó de plano y el término está vigente y las consecuencias de ser odiado por odiar las sufren múltiples odiadores de toda clase. Vaya, al final el título encerraba una premonición sobre lo que iba a ser el siglo XXI.
El tomo que ha salido a la venta concluye con la historia Los ídolos del grunge, que en su día era el tomito 3 de la primera colección que se vendió para quien no leyera la historia por El Víbora o quisiese tener encuadernado su buque insignia en los tiempos en los que lo dirigía Hernán Migoya. Esa historieta es ideal para introducirse en este vasto universo porque es la que mejor sintetizó la estupidez inherente al rock and roll y la estulticia de los que lo viven como algo solemne y elevado. Entonces fue como un despertar. Ver a Apestoso triunfar sobre los escenarios desnudo con un plumero metido en el culo te dejaba vacunado de por vida contra los rockeros que se tiran por el suelo de forma rutinaria. Éramos jóvenes y Bagge nos dijo que todo era mentira, pero que había que tener en cuenta que, lo que vendría después, sería peor. ¡Tenía toda la razón!
En esta intro también se pregunta cómo le pudo dar el siroco de encerrarse en una habitación en los 80 a trabajar tan duro por unas recompensas tan minúsculas. Desgraciadamente, ha habido cinco intentos de llevar Odio al audiovisual y todos y cada uno han fracasado. Solo podemos decir que la serie británica Peep Show estaba parcialmente inspirada en este cómic, así lo reconocieron sus creadores (que ahora lo petan con Succession) y el resultado, para muchos entre los que me incluyo, es la mejor sitcom jamás rodada. Bagge ha merecido más reconocimiento por su obra, y sobre todo más pasta, pero no va a ser el primer artista brillante que tiene que vivir modestamente porque su trabajo no llega al gran público o es incomprendido. Por lo que respecta a esta columna, Odio y Bagge son La comedia humana y el Balzac de su tiempo, pero yo tampoco me hecho rico precisamente comentando tebeos.