En política, por lo general, no se dimite. A veces hay quien se va, por razones personales o para hacer otras cosas. O porque siente que su tiempo ha pasado. O para ir posicionándose mejor para el futuro. Pero en realidad estos casos no los solemos pensar como dimisiones. Simplemente, es gente que se lo deja. Momentáneamente o para siempre. Dimitir cuando asumes responsabilidades por errores o por ser un lastre para los tuyos es otra cosa. Y ahí, normalmente, no se dimite. Te dimiten. Es lo que le ha pasado a Mónica Oltra.
Las razones por las que los partidos políticos “dimiten” a sus cargos suelen ser, en la práctica, dos: que se tenga el convencimiento de que la persona a la que se solicita amablemente que coja la puerta ha hecho algo mal o es culpable de lo que se le acusa, por un lado; o que se haya producido una situación en que el mantenimiento en el cargo de esa persona es muy nocivo para el partido político de turno, por otro. Idealmente, ambas razones deberían ir de la mano, pues sería bonito pensar que ningún partido dejaría en el cargo a uno de los suyos al que supiera un malhechor o un desalmado aunque no les perjudique (o que, incluso, les puede beneficiar). Pero ya sabemos que la vida real no es necesariamente así. Y, a su vez, también somos ya mayorcitos y por ello plenamente conscientes de que puede darse el caso de que la opinión pública o la construcción mediática puedan llegar a convertir a alguien en un fardo perjudicial para los intereses de los suyos aun sabiendo éstos (e incluso la propia prensa que se encarga de ir forjando relatos que por mucho que vendan mejor no tienen por qué ser exactamente lo que pasó) que esa persona es perfectamente inocente de todo lo que se le imputa. La vida, que no es perfecta. Tampoco la política.
En cualquier caso, como somos ya mayorcitos, lo que sí sabemos es que en ninguno de estos supuestos lo relevante es la imputación penal como punto a partir del cual los partidos hacen dimitir a sus cargos. Incluso los niños pequeños exigen cuentos para irse a dormir algo más anclados en la realidad que ése. Más allá de retóricas bastante desafortunadas por muchas razones, y no sólo de presunción de inocencia, sino también de preservación de la voluntad democrática expresada por los electores, ningún partido político hace dimitir a sus cargos por una mera imputación. Lo hemos visto en el pasado y lo seguimos viendo a diario. Así han obrado el PP, el PSOE, Podemos, Izquierda Unida, Ciudadanos y, por supuesto, también Compromís. Antes y ahora. Y seguirán haciéndolo en el futuro. Con buenos motivos. El primero y principal es que en la actualidad en España los jueces imputan en general (y no digamos ya en particular en algunos casos) con mucha facilidad, porque se suele entender que ante cualquier indicio, por nimio que sea, y más si el asunto se ha mediatizado, ya se sabe, “hay que investigar con todo el rigor”. Pero, además, porque se argumenta que la condición de imputado (ahora “investigado”) es la que permite a la persona en cuestión defenderse “con todas las garantías” y poder explicarse, debidamente amparado y asesorado. De modo que establecer la imputación como umbral automático que obligaría a la dimisión no sólo permitiría a cualquier partido político o asociación de intereses bien asesorada cargarse a discreción a cualquier cargo público a base de escrutar su actuación e ir planteando denuncias más o menos articuladas, sino que además convertiría lo que nuestros jueces consideran una “garantía” de mínimos en un baldón de consecuencias paradójicamente letales en términos políticos. Asunto, pues, cerrado. Y, si no, pues repasemos la hemeroteca de imputados y veamos cuántos dimiten por eso… y a cuántos sus partidos les dimiten si ellos no dan el paso.
Que compañeros de partido y gobierno, e incluso que la prensa, hayan presionado como han presionado por creer a Oltra culpable, por mucho que es inevitable que acabe siendo la idea que se asiente en muchos ciudadanos, resultaría inquietante pero es afortunadamente poco probable. No parece razonable que unos hechos conocidos desde hace años, respecto de los que no se han aportado ahora ni con motivo de la imputación nueva luz ni datos adicionales que alteren lo que ya se sabía, hubieran generado hasta la fecha en nadie la convicción o sospecha de que Oltra hubiera hecho lo que se le imputa (que en lenguaje llano, florituras jurídicas al margen, habría sido aprovechar su condición como responsable máxima de los servicios sociales valencianos para ocultar unos abusos sexuales, proteger al supuesto abusador por ser su pareja del momento y, además, poner trabas a los debidos procedimientos internos y externos de averiguación de lo ocurrido y consiguiente depuración de responsabilidades). Tan es así que, más allá de que se pudiera pensar si era o no razonable por cuestión de una mínima prudencia mantenerse entonces en el cargo para evitar que se pudiera generar cualquier sospecha, no consta que nadie le pidiera que lo abandonara entonces. Ni Ximo Puig, que incluso volvió a configurar gobierno en 2019 asignándole de nuevo estas responsabilidades, ni sus compañeros de partido; ytampoco la prensa valenciana ni estatal plantearon nunca objeciones al respecto. Sabiéndose ya lo que ahora sabemos, e incluso con más información interna, que todos asumimos que todos ellos habrían de manejar, en todo momento consideraron que no había problema alguno en que Oltra siguiera al frente de la conselleria. Si la razón por la que se ha pedido (y logrado) ahora su dimisión es que se consideraba que algo inapropiado hubo en su conducta, dado que ésta ya era conocida desde hace años, hay que plantear que en tal caso la responsabilidad sería conjunta y la compartirían con ella todo el Consell, el president de la Generalitat, sus respectivos partidos… e incluso unos medios de comunicación que sólo ahora han pedido, eso sí, unánimemente y con enorme entusiasmo, su cabeza.
Dado que no hay elementos nuevos que permitan cambiar la opinión que a todos estos actores mereció la actuación de Oltra estos años más que el hecho de que poco a poco haya ido subiendo la presión judicial, iniciada por actores reconocibles y sostenida e incrementada con el apoyo de fiscalía e instructor (ya se sabe, a fin de que todos los imputados, como siempre, “puedan defenderse adecuadamente y con todas las garantías”, muchas gracias), hemos de entender que la unánime exigencia de asunción de responsabilidades de estos días es por la segunda de las razones que apuntábamos: Mónica Oltra como vicepresidenta de la Generalitat se había convertido en un lastre para sus socios de gobierno y compañeros de partido… y estos y aquellos, finalmente, la han dejado caer. Que lo hayan hecho desde el convencimiento de su inocencia, y que la opinión pública lo haya vivido a pesar de ello como algo inevitable y normal, deja algunas lecciones que creo que conviene repasar, aunque sea rápidamente:
- 1. En política, o al menos en política española, dimitir tiende a ser entendido por casi todos como asumir, al menos, cierto grado de culpabilidad y así lo entienden la opinión pública (por eso los retornos son tan difíciles), los medios de comunicación (y así en cuanto se dimite el poder del personaje de turno tiende a cero y se abre la veda de modo que se empiezan a contar cosas, o a relatarlas desde prismas radicalmente imposibles sólo horas antes, como hemos visto también en este caso), los compañeros de partido (que se aprestan a ocupar los espacios liberados), los rivales (que por esta razón siempre buscan con denuedo, como ha hecho el PSOE valenciano con Oltra, derribar por esta vía en cuanto es posible a quien más les incomoda) y, ojo, los propios actores de los procesos judiciales, que de manera quizás involuntaria “toman nota” y pasan a ser mucho más inquisitivos a partir de ese momento que cuando se enfrentaban a todo un rutilante cargo público (y quizás por esta razón a muchos responsables políticos no les hace demasiada gracia dimitir, aunque por muchas otras razones estén deseando mandar a todo el mundo a la porra y recuperar su vida).
- 2. En España, como estamos comprobando a diario, es mucho más fácil imputar a personas de determinados partidos políticos que a quienes lo son de otros, y es mucho más difícil que tenga problemas alguien del gobierno central que de uno autonómico, un presidente que una vicepresidenta, un cargo importante que uno menor, un diputado que un político con responsabilidades de partido… La cadena de mando es la cadena de mando, y es increíble cuán importante se demuestra en la práctica a estos efectos. Y así pasa lo que pasa de que los mismos indicios son suficientes en unos casos y no en otros no según los hechos sino según quién. Soy consciente de que plantearlo con esta crudeza es considerado incluso de mal gusto, pero la realidad de las cosas no se le escapa, creo, a ningún ciudadano ya a estas alturas. Pero, por si acaso aún queda algún incauto, la Fiscalía lo ha dejado claro estos días, no ya cuando ha explicado que “M. Rajoy” no es indicio suficiente para entender que esos documentos se refieran a Mariano Rajoy, a lo que apelaba la propia Oltra, sino en asuntos si cabe más simétricos. Ayer mismo nos explicaban, en un caso referido a una presidenta autonómica, que allí donde aquí se entiende que es un indicio relevante de conspiración y orden vertical que una decena de funcionarios refieran no haber recibido instrucción alguna, esa misma coincidencia y ausencia de testimonio o documento que refiera indicación alguna impide abrir cualquier procedimiento penal en otros casos. La evidencia de este doble rasero no es algo que a estas alturas escape a nadie y conviene tenerla presente, porque cuando una sociedad se cuenta a sí misma mentiras sobre lo que está ocurriendo sólo pueden acabar pasando cosas malas.
- 3. En este mismo sentido, nuestra sociedad, o al menos algunos sectores, también se han estado contado no sé si mentiras pero sí barbaridades peligrosas en términos de legitimación democrática de las instituciones y de respeto a la presunción de inocencia y de unas garantías mínimas necesarias en todo proceso penal respecto de algunos mantras como el de la necesaria dimisión tras la imputación o la suficiencia de un testimonio de una de las partes para condenar penalmente a otra persona. Cuesta ir contra la marea, y más cuando además viene reforzada por hashtags molones y personalidades yanquis de fama internacional, pero un proceso penal es algo muy serio y, como es evidente, todos acabamos siendo muy conscientes de ello cuando a quien le toca verse en una situación delirante de tener que demostrar su inocencia no es una persona lejana y a quien incluso puede verse como el enemigo sino una alguien cercano y a quien tenemos aprecio. Quizás la izquierda valenciana y española podría darle una pensadita a esto un año de estos. Nos haría bien a todos… y, a la vista está, también a sí mismos. Quien creyera o crea aún que planteando batallas políticas instrumentado procesos penales o que se hará avanzar a la sociedad en valores progresistas por la vía de incrementar la persecución de conductas o de colectivos y rebajando los niveles de exigencia probatoria o garantías debería tener ya suficientes evidencias de que por ese camino se pavimenta un futuro nada agradable y donde, además, no tienen precisamente mucho que ganar los colectivos que parecen últimamente más entusiastas con emprender esa vía. Que una reflexión desde València pueda ser muy útil puertas hacia fuera es dudoso, pero por algo se empieza.
- 4. Por lo demás, y como casi siempre, ha sido una vez más impresionante comprobar lo poco que pintamos los valencianos, incluso, a la hora de decidir la suerte y el destino de nuestro propio gobierno o de nuestros políticos. Ni la presión de la oposición valenciana, ni la de la prensa de aquí, ni siquiera cierta resonancia en los medios conservadores madrileños… lo que se carga a Mónica Oltra y hace insostenible su situación porque los suyos pasan a verla como un fardo es que en un momento dado, previo pulgar hacia debajo de quienes tienen poder para hacer el gesto, todos los apoyos políticos y mediáticos madrileños que importan a Compromís y que pensaban haberse trabajado estos años dan su veredicto: culpable. Es cuando la Cadena Ser, El País, la Sexta Noche… y sus tertulianos y analistas, incluyendo al entorno áulico mediático de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, dictan sentencia que aquí sus compañeros de partido deciden abandonarla a su suerte. Lo analizaba ayer en Valencia Plaza Guillermo López a la perfección. Pero es que no sólo es que dicten sentencia ellos, es que, además, lo hacen por motivos que nada tienen que ver con la política valenciana, el caso investigado ni con la propia Mónica Oltra: el gran drama es que los rutilantes proyectos políticos de la izquierda estatal, el gobierno de coalición de Sánchez o la aventura que quiere montar Díaz… ¡podían verse puestos en algún ligero riesgo si Oltra no dimitía! Acabáramos. Si se iba a molestar un poquito ya no hay discusión posible: a la calle.
- 5. Una penúltima derivada de todo este proceso es comprobar cómo los dirigentes y cargos de Compromís, y sorprendentemente casi más los de Iniciativa, el propio partido de Oltra, antes que los del antiguo Bloc, han sido una vez más incapaces de soportar ni tres días esta presión. Ya les ocurrió tras las elecciones de 2015, cuando Mónica Oltra tenía detrás varios cientos de miles de votos más y una decena de diputados más que Ximo Puig que la respaldaban para ser presidenta, pero una salvaje presión mediática que defendía que era lógico e ineviitable que antes de que fuera presidente alguien de Compromís el PSPV diera el gobierno al PP, que a fin de cuentas fue el partido más votado entonces, hizo que en cuestión de horas, e incluso con la presión de la propia militancia de Compromís, se renunciara a lo que en cualquier sistema parlamentario habría sido lo normal y evidente. Algo que, además, eran lo que habían querido una mayoría de los ciudadanos según expresaban sus votos (incluso en 2019 las papeletas de quienes preferían a Oltra de presidenta sumaban más que los del PSPV, aunque ya menos escaños). Pero todo eso dio igual ante un órdago del PSOE que supo jugar mucho mejor y más profesionalmente sus cartas, y que contó, acertadamente, con el pavor de una izquierda bisoña muy inocente a quedar retratada como ambiciosa y causante de que no se produjera el cambio de gobierno. Desde entonces, el PSPV ha mandado sobre el Botànic como si tuviera mayoría casi absoluta y no como es el caso, incluso en la actualidad, de contar con menos porcentaje de votos que, por ejemplo, el candidato random que ha presentado el PSOE andaluz y que acaba de estrellarse con todo el equipo allí, en medio de la risión general. Porque, además, ha sabido movilizar a todos los medios de comunicación “afines” a la mínima oportunidad para defender este natural orden de las cosas. Voluntarios para explicarnos las cosas así no le han faltado nunca. Incluso en la dimisión de Oltra, los comentarios de los más sesudos analistas de por aquí han abundado en la mala fe, egoísmo, ambición y falta de lealtad de la dimisionaria, culpable desde el primer día de haber pretendido ocupar un espacio, al parecer, reservado por derecho a otros. Así las cosas, no es extraño que lo que empezó de este modo, con Compromís sacando bandera blanca al primer asalto en cuanto sintieron un mínimo de presión, haya seguido por esta misma senda durante todos los años de gobierno del Botànic I y Botànic II. De hecho, no se puede reprochar al PSPV y a Ximo Puig que hayan hecho siempre lo que han querido si saben que nadie de entre sus socios va a estar dispuesto nunca a dejar de tragar. Ya sea en relación a políticas concretas, ya a la hora de forzar la salida de Oltra cuando han considerado, el PSPV ha mandado y manda en el Consell como si sus socios fueran prescindibles y éstos le han demostrado una y otra vez que, en efecto, es como si lo fueran. Al parecer, lo único en lo que sí se han puesto serios, y porque en su día se lo negoció la ya exvicepresidenta, ha sido en el reparto orgánico de las consellerias, aka mestizaje. Algo es algo. Y quizás eso explica también que ni se plantee nadie ahí abandonar el gobierno autonómico, claro.
- 6. Para acabar, una consideración más de tipo estrictamente emocional (pero no sólo). En esta vida, ¿qué hay que hacer cuando a un compañero de actividad, negocio o de proyecto político se lo quieren llevar por delante y uno sabe o tiene la convicción de que es profundamente injusto e incluso una cacería y que van contra él o ella pero podrían haber ido perfectamente a por nosotros? Por las razones que sean, ya sabemos la respuesta de la mayor parte de Compromís a esta pregunta. Que cada cual juzgue lo que le parece. Personalmente, no entiendo su continuidad en el gobierno del Botànic. Pero, además, me resulta incomprensible que piensen que con ese planteamiento pueden ayudar a avanzar ningún proyecto, demostrado como han demostrado que siempre se pliegan a las exigencias del socio mayoritario… y ahora, pues más aún. Pero más extraño resulta que alberguen la esperanza de que por quedarse, y en esas condiciones, en el gobierno, vayan a obtener rédito electoral o político alguno. Ya sea para un hipotético Botànic III o para pasar en las mejores condiciones posibles, como es más probable, a la oposición es bastante improbable que la apuesta les rente. Fueron ellos los que no hace tanto se presentaban a las elecciones enarbolando la bandera de la valentía. En 2023 van a tener que buscarla en algún baúl, porque lleva allí varios años guardada.