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EN CONCIENCIA    / OPINIÓN

Pablo Casado y la goma de la lavadora

24/02/2022 - 

Hace unos años tuve una interesante conversación con mi amigo Pedro Herrero que, como yo, había salido de la sociedad civil y entonces trabajaba en el Congreso. 

En nuestro periplo, y viniendo de otros trabajos, ambos nos habíamos sorprendido con las dinámicas del mundo en el que entonces estábamos. En concreto, a mí me intrigaban mucho los procesos  de selección, ascenso y retiro en los partidos.  “¿Cómo se entra, se medra o se sale de la política?”. 

Soy catedrática: después de varios concursos y oposiciones, sé que (mejores o peores) hay, en la administración, criterios cuantificables y públicos para competir. He dedicado también  mucho tiempo de investigación a estudiar factores de segregación vertical (cómo se llega a la dirección) y horizontal (cómo se acaba trabajando en un determinado departamento)  en la comunicación.  Los años en una actividad, por ejemplo, son un factor, tanto en la universidad como en la publicidad, para el ascenso.

Cuando llegué a la política, sin embargo, me di cuenta de que, en los partidos en general (y en los grupos parlamentarios en concreto), no existen reglas, al menos explícitas  y  expresas, que den cuenta de a qué responde no sólo una “ubicación” sino también un “ascenso” o “descenso”. ¿Qué requisitos se exige  para dar a una persona u otra una determinada responsabilidad? ¿Cuán importantes son la formación, la telegenia, el carisma, el conocimiento, la ambición o la capacidad de trabajo…? ¿Cuánto pesan  las relaciones formales e  informales dentro y fuera del grupo? ¿Cómo se valora el espíritu de servicio? ¿Son siempre imprescindibles una falta de ética, el espíritu gregario o las tragaderas para “triunfar”?  

El tema no es baladí, puesto que, al fin y al cabo afecta a los individuos que manejan nuestra vida y nuestro presupuesto. 

Hablaba aquel día con Pedro de que urgía sistematizar esta cuestión, cuando de repente, este me soltó.  “Hay que partir de la ley de la  goma de la lavadora”.  

La teoría de mi amigo es la siguiente. La goma de la lavadora no es en sí un elemento especialmente caro ni valioso: sólo se valora en función de su utilidad con respecto al electrodoméstico. El supuesto es que la goma se desgasta, y que este desgaste puede ser fatal para el aparato. Por eso, hay que cambiarla cada cierto tiempo. Esté bien o esté mal, tenga o no fugas, ya que sustitución produce siempre una especie de “calma mental” -que anima a poner más y más coladas- y que puede convertirse en adictiva.

La  irrupción de la nueva política  introdujo en la esfera pública española la dinámica de la goma de la lavadora. Nunca, en tan poco tiempo, se han cambiado tantas caras, portavoces, ideas, procesos…Todo mucho y ¡ya! Y es que en tiempos líquidos y fulgurantes, la imagen, la novedad, el espectáculo y la rendición de cuentas son una tiranía. 

La dinámica se ha contagiado peligrosa y aceleradamente al resto del sistema. Porque, a diferencia de otras esferas laborales, en política, el tiempo nunca juega a favor. El espacio y la atención en la vida pública son cada vez más  limitados. Los plácets en el circo de los  medios (para montar un relato, plantear un problema y darle una solución) son cada vez más cortos. Si lo consigues, te encumbran. Si no lo consigues, la suerte está echada y tu sentencia es el olvido. Se busca, sin compasión ni muchas explicaciones, el repuesto.

Vean si no los cuatro líderes de las últimas elecciones: en menos de una legislatura sólo queda uno.

Ayer, viendo a Casado salir del hemiciclo (y con independencia del juicio de lo que ha pasado o no) me acordé de la goma de la lavadora. No quería abundar en esta columna en análisis sesudos que se han hecho ya sobre el particular. Quería hacer una reflexión sobre lo general. Porque cualquiera que esté en política tiene la espada de Damocles sobre su cabeza: sabe, que más pronto que tarde, cuando así lo necesiten, los que manejan el sistema le recambiarán. 

Como si fuera la goma de una lavadora.

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