el interior de las cosas / OPINIÓN

Palestina, Gaza, entre la muerte y la nada

17/05/2021 - 

No es un conflicto como están describiendo gobiernos y portavoces gubernamentales. Es un largo apartheid, una ocupación y genocidio de Israel contra el pueblo palestino ante el que la comunidad internacional siempre ha guardado silencio. Hoy, es lo de siempre, condenas a la violencia, reivindicaciones solidarias, declaraciones institucionales unánimes para exigir el cese de la violencia y reconocer la soberanía del estado de Palestina, pero nada más, apenas nada más. El silencio y la ausencia de actuaciones internacionales es indignante y doloroso, como en anteriores ocasiones donde la muerte masiva de la población civil ha quedado impune, a pesar de resoluciones de la ONU y del Tribunal de La Haya, a pesar de seguir siendo una violación constante de los Derechos Humanos. Hace unos meses, la Corte Penal Internacional se declaró competente para investigar crímenes de guerra en Palestina, aceptando la jurisdicción sobre las acciones del Ejército de Israel.

Sheikh Jarrah es un barrio palestino de Jerusalén Este, a unos dos kilómetros al norte de la Ciudad Vieja. Hace una década estuve en este barrio y conocí la dura realidad palestina por sobrevivir en su propia tierra, en su propio barrio y en su propia casa. Una de las muchas normativas injustas, -atropellos que el apartheid israelí aplicaba, y sigue aplicando-, expropiaba a una familia palestina de su casa por “incumplir” una licencia de obras para la construcción de un tabique en el interior de la vivienda. La expulsión de su hogar coincidía un día después con la cesión de la propiedad a un grupo de jóvenes judíos ultraortodoxos procedentes de Argentina y EEUU. La familia palestina decidió resistir y denunciar, instalándose en el jardín de una casa que habitaron varias generaciones de este núcleo familiar. Fueron expulsados de su propiedad. (En la imagen podemos ver como “el vecino” sionista sale de la vivienda al mismo tiempo que la familia palestina sale de su jardín). 

En Hebrón, hace once años, la ocupación cobraba formas crueles. Remodelar una cocina suponía la suspensión de la propiedad de la vivienda. Las calles de esta emblemática ciudad de los montes de Judea, Patrimonio de la Humanidad, lugar que veneran cristianos, judíos y musulmanes, y que guarda en su casco histórico la Tumba de los Patriarcas y Matriarcas bíblicas, son el espacio urbano más controlado de Cisjordania. Hay controles del ejército israelí para cruzar una calle, para llegar al colegio, al trabajo, a comprar a los mercados. La ciudad es un enjambre de interminables check-point. Allí, en aquel entonces, la ocupación era la cesión progresiva de viviendas a jóvenes sionistas procedentes de cualquier país. En la planta superior o inferior de muchas casas seguían residiendo familias palestinas, compartiendo espacio y habitaciones con soldados israelíes. 

En Qualquilia, población de cerca de 60.000 habitantes, rodeada por el maldito muro levantado por Israel, solamente hay un acceso, un único check-point que no siempre abre y cierra a diario. Es la prisión más grande del planeta. Quién no conoce esta realidad, quién no sabe lo que significa ser prisioneros en su propia casa, guardar colas interminables para ir de Belén a Jerusalén, o a Ramala, escuchando megafonías estridentes con sonidos de aviones de guerra, escuchando las conversaciones humillantes en la zona de acceso… Quién no ha vivido esta ignominia y el proceso de apropiación de la tierra y de los pueblos palestinos, difícilmente puede entender lo que allí está sucediendo. Es una realidad mortífera. 

El muro, lo que Israel denomina la Barrera, recorre y se adentra en el 90% del territorio palestino. Desde Israel no se percibe, transcurre camuflado con lonas de promoción turística. Hace diez años conocí una Ong israelí que realizaba viajes a Cisjordania para que la población de Tel Aviv conociera esa verdad oculta. El muro recuerda, en sus garitas de control, los mismos sistemas de vigilancia de los campos de concentración nazi. Y no solo pretende separar y aislar territorios, también viviendas, acuíferos y zonas de cultivo. Es humillante. Y sigue creciendo, porque no han dejado de construir y alargar esta muralla de la vergüenza.

Son ejemplos de las múltiples formas de la ocupación que Israel viene ejecutando contra el pueblo palestino, desde hace décadas, desde la triste Nakba, el 15 de mayo de 1948 cuando se produjo el gran éxodo de decenas de miles de personas que perdieron sus hogares y sus medios de vida. Una expulsión por la fuerza que volvió a vivirse en 1967 con la Guerra de los Seis Días. Israel siempre ha negado toda responsabilidad y siguió  ampliando, con la complicidad internacional, aquel estado sionista en un territorio en el que fueron arrebatando la tierra y viviendas al pueblo palestino, primero con asentamientos ilegales de colonos y después con la expropiación de casas y zonas de ciudades palestinas

Son miles, decenas de miles de muertos desde hace demasiados años. Hoy es Gaza, otra vez, donde se muere por la brutal violencia, la masacre de Israel y, además, por el coronavirus ya que la ocupación y el apartheid les ha privado de prevención sanitaria, asistencia y vacunas. Miles de niñas y niños asesinados, jóvenes, adultos. Es un exterminio. Raquel Martí, delegada en este país de la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo, lleva años informando sobre las carencias sanitarias y sociales de la población de Gaza. Martí, además, ha denunciado los elevados índices de suicidio de la población palestina, sobre todo de jóvenes. 

Hoy la población joven palestina es una nueva generación, decepcionada con la Autoridad Nacional Palestina, heredera de la ocupación, de todas las formas de violencia sionista, cansados de una situación insostenible. También sucede con la población joven judía. Cada vez hay un mayor movimiento de hartazgo y denuncia de la ocupación israelí contra Gaza y Cisjordania. Hay colectivos sociales y políticos que están denunciando al gobierno de Netanyahu, sus abusos y violencia. Parece que cada vez que el primer ministro encuentra problemas en su escandalosa carrera política, casualmente se decide a bombardear Gaza. 

Quienes hemos conocido y vivido esta realidad adquirimos un férreo compromiso con el pueblo palestino. No dejaremos de denunciar el genocidio y el apartheid de Israel, el sionismo, un lobby poderoso que ha crecido arropado por las grandes potencias mundiales. La prestigiosa periodista Lola Bañón, autora del libro Palestinos, es una de las especialistas del mundo árabe y es quien mejor ha retratado la injusticia constante, la herida abierta nunca cerrada, el trauma permanente de la población palestina, el sufrimiento, la esperanza que se ha ido apagando, las persecuciones, tortura y muerte como rutina, la precariedad económica, las secuelas de tanta ignominia. 

He viajado varias veces a Gaza y Cisjordania con la Ong Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género, presidida por Cristina del Valle, compartiendo experiencias con destacados periodistas y fotoperiodistas, entre otras y otros, como Paloma Aznar, Marta del Vado, Nacho Carretero, Ana Terradillos, Carmen Clara Rodríguez, Javier Mendoza, Mavi Doñate, Ana Requena, Cristina Sánchez, Angel Troter, Ángel López Soto, María Dolores Pérez, Martín Carrasco. Luis Mariano Martínez, Gemma Rodríguez, Oscar Garcia Bornay o mi querida amiga Lola Bañón. La diputada y empresaria Paz Martín Lozano. Y con destacadas artistas, cantantes, actrices y escritoras como Ana Rossetti, Marina Rossell, Ruth Gabriel, las hermanas Greta y las Garbo, Ángel Pestime, Belén Arjona, Esmeralda Grao, Cristina Narea, Lidia San José, María Luisa San José, Claudia Gravi, Monica Randall, Aurora Sánchez, Saturna Barrio, Paloma Suarez, Ana Fernández, Pilar Ordoñez, Mercedes Lezcano, Paqui Segura, Pilar Almería, Josep Almería, Huecco, Chojín, Tonxtu Ipiña. Y también he compartido estos viajes con Raquel Orantes, Ana Bella… agentes sociales y de igualdad así como supervivientes de la violencia de género. También viajaron un excelente grupo de mujeres músicas de la Federación Valenciana de Sociedades Musicales. Quiero nombrarlas, y seguro que olvidé a alguien, porque todas y todos seguimos luchando por un pueblo inocente que merece, de una vez por todas, la  paz y la justicia internacional y su soberanía como estado libre de Palestina. 


Teníamos tras la verja
un limonero. Sus granos amarillos
brillaban como lámparas. Sus flores
eran un fragante abanico en nuestro barrio.
Nos dejaron sin nuestro limonero.  Nuestros ojos
no volvieron a ver la primavera.

Mahmud Darwish

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