Ya tú sabes querida Minerva que este pequeño país mediterráneo se transforma periódicamente, mudando la piel, cambiando la epidermis del frío por los colores que trae la primavera. Los almendros ya protagonizan la fotografía fija del Maestrat y, en Castelló, en València, hasta en Morella, se llenan los parques y terrazas de una ciudadanía tendida al sol del mediodía. Además, estamos cerca de los dos grandes eventos mediterráneos, las Fallas y la Magdalena. Esas fiestas que tanto te gustan, sobre todo, ese primer fin de semana de las celebraciones castellonenses, cuando la ciudad estalla y festejamos por todo lo alto aquello de la festa, la vespra, y compartiendo la pólvora entre las dos ciudades festivas, viajando tantas veces a València para no perdernos la mascletà del Cap i casal.
La pólvora mantiene viva nuestra memoria y nuestros corazones. Somos pólvora, sonidos y explosión. Nos colocaron, con escasos años, frente a una valla que vibraba con cada disparo, nos enseñaron a estimar las tradiciones, y crecimos con la necesidad de respirar pólvora una vez al año. Guardamos en los pliegues emocionales esos breves instantes de las primeras mascletaes a los pies del Ayuntamiento valenciano, y el gran breve instante de la mascletà que anuncia las fiestas de la Magdalena. Nos enseñaron a festejar la primavera y la vida, pero también el aprendizaje de sentir, de navegar entre sacrificios y obstáculos. Las fiestas son un paréntesis de optimismo en medio de realidades que son como una pandemia permanente.
Detrás de cada producto hay una persona cercana, una familia y un pueblo próximo. La lucha contra la despoblación pasa, sobre todo, por empoderar y proteger el sector agrario
La primavera también nos está dejando la desesperación de un sector agrario cansado e indignado, que precisa todas las ayudas posibles para garantizar su futuro, en medio de los mercados globales que están perjudicando y de un sector envejecido que lucha por una supervivencia que pasa por una modernización que no llega. La transformación y porvenir del campo pasa por sus gentes y por el contundente apoyo de todas las administraciones. Agricultores, ganaderos y apicultores han tomando las calles de numerosas ciudades para advertir que el campo requiere una urgente atención frente a los abusos de las multinacionales, exigiendo un precio justo para sus productos. La situación es alarmante, pensemos cada vez que adquirimos fruta, verdura, carne, miel procedentes de países africanos y asiáticos, cuando cerca de casa poseemos todos estos alimentos de la tan publicitada dieta mediterránea. Detrás de cada producto hay una persona cercana, una familia y un pueblo próximo. La lucha contra la despoblación pasa, sobre todo, por empoderar y proteger el sector agrario.
El último Punt Docs de la televisión autonómica, realizado por nuestro estimado colega Vicent Garcia Devís, uno de los mejores periodistas de este pequeño gran país, ha sido impresionante, imprescindible. Con el título de Náufragos, Garcia Devís ha puesto la voz a los más vulnerables de nuestra sociedad. A los más pobres, empobrecidos aún más con las crisis económicas cíclicas que se repiten cada diez o quince años. Son las capas más bajas de la sociedad, las que no tienen oportunidades ni posibilidades, las excluidas o en riesgo de exclusión, las que se ven más afectadas, según explica Garcia Devís.
Las calles de las ciudades muestran imágenes desoladoras, colchones sobre las aceras, improvisadas tiendas de campaña, y centenares de personas viviendo y durmiendo el calle. Según los datos, cerca de mil personas viven en la calle en la ciudad de València. Personas que arrastran carros de supermercado con sus escasas pertenencias, personas que recorren los contenedores en busca de comida y objetos que vender, personas que conviven con nosotros y que son invisibles. El sistema les ha destrozado la vida. La pobreza es extrema y afecta también a las clases medias, a pequeños empresarios, a trabajadores de empresas que cierran. Personas que no llegan a final de mes, que no pueden permitirse vacaciones ni gastos básicos extras. Los indicadores de la pobreza, ya lo hemos advertido en otras ocasiones, siguen siendo alarmantes en nuestro entorno.
Los Centros de Mujer han atendido a 5.960 mujeres víctimas de violencia de género durante el año 2019 en la Comunitat Valenciana, cifras que son alarmantes
Vivimos en una sociedad veloz e incompleta. Una sociedad que camina con pies de barro y que no supera sus debilidades. Cuando miramos alrededor, cerca de nosotros, somos incapaces de descubrir la infelicidad, el dolor y la rabia que nos rodea, de mirar a esas personas que se ven obligadas a defenderse de un sistema que ha ido mermando sus oportunidades y sus sueños. Aceptamos esta realidad sin remedio, sin sentir que cada cual que arrastra sufrimiento y pesados carros de supermercado podríamos ser una de nosotras, uno de nosotros. La película Parásitos, del surcoreano Bong Joon Ho es, precisamente, una mirada a las personas que nacen y mueren como las castas más bajas de la sociedad, mostrando la dureza de ser pobre, la miseria de la insolidaridad, las repugnantes discriminaciones que se transmiten con el rechazo del rico al olor del pobre. Un profundo análisis de la desigualdad que se extiende en este mundo como una pandemia y que está sacando a la calle a millones de personas.
Caminamos hacia el 8 de Marzo, seguimos elevando la voz y exigiendo la igualdad real y efectiva, seguimos exigiendo que se acabe con el terrorismo machista. Los últimos datos desde la Red de Centros Mujer de la Generalitat Valenciana señalan que ha atendido a un total de 5.960 mujeres víctimas de violencia de género durante el año 2019, lo que supone un aumento del 33,12% respecto a las atenciones realizadas en 2018. El aumento, aunque se deba a la ampliación de los recursos de la Red con la apertura de centros en Elda, Sant Mateu, Segorbe y Yátova, según ha explicado Maria Such Palomares, directora general del Institut Valencià de les Dones, no deja de ser alarmante. Cerca de seis mil mujeres han sufrido malos tratos físicos y psíquicos. Más del sesenta por ciento de estas atenciones se han gestionado a través de los servicios itinerantes que recorren los pueblos del interior. Son urgentes más recursos y determinación política. Ya son más de diez mujeres asesinadas en lo que va de año en un país donde la lucha contra la violencia de género no cesa, pero un país donde no se alcanza el consenso social preciso para erradicar el machismo ambiental. Son asesinadas por ser mujeres.