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Paolo Sorrentino: espectáculo y provocación

22/09/2023 - 

VALÈNCIA. Es imposible no amar Italia. Sus paisajes, su cultura, su arte, su gastronomía, incluso los clichés asociados al carácter explosivo italiano. Vamos allí, admiramos la belleza y nos sentimos un poco como en casa... al mismo tiempo que nos preguntamos, ante la enésima demostración de caos y desorden, cómo es posible que ese país esté en el G7. Porque amamos Italia, pero ese país, lo sabemos, no funciona, o funciona más allá de la lógica y el orden.

No es extraño, pues, que de esa compleja mezcla de talento, belleza, creatividad, desastre y caos hayan surgido artistas que son todo eso a la vez y más cosas. Como el que aquí nos ocupa. Provocador, excesivo, diletante, superficial, grandilocuente, esteticista, felliniano, barroco, grotesco, frívolo. Hay muchos adjetivos para definir el cine de Paolo Sorrentino, tanto desde el lado de sus admiradores como el de sus detractores. Porque tiene mucha gente en ambos bandos: digamos que no deja indiferente. 

El anuncio de que la Mostra de València. Cinema del Mediterrani y La Filmoteca Valenciana van a traer en octubre a la ciudad a Sorrentino ha levantado una gran expectativa. Su muy personal estilo, lo califiques como lo califiques, levanta pasiones. Seguramente ningún otro de los grandes cineastas que estos años han visitado València en el marco del festival ha tenido tanto eco al anunciarse. Y eso que estamos hablando de Robert Guédiguian, Liliana Cavani o Abdellatif Kechiche. Pero seguramente la mirada aparentemente sencilla, siempre a la altura de nuestros ojos, humanista y empática, además de obrerista, del gran Guédiguian, tiene poco que hacer, en nuestros tiempos, frente a los ostentosos travellings circulares, planos cenitales y aparatosos contrapicados al ritmo de Rafaella Carrà o de Vivaldi según se tercie, que tan bien se le dan a Sorrentino. El parque de atracciones manda en estos tiempos. Y la mayoría de sus películas lo son.

Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que no merezca la pena la obra del cineasta. En un país de excesos, que convirtió la política en puro espectáculo mucho antes que la mayoría de los países de su entorno, con aquellos gobiernos inestables que duraban un suspiro y, posteriormente, con la llegada de Berlusconi y mucho más puede que no haya mejor forma de retratarlo que en lo grotesco y en la grandilocuencia. Ahí están sus despiadados y cáusticos retratos del poder, el de Andreotti en Il divo (2008) y el de Berlusconi en Silvio (y los otros) (Loro, 2018). O el de El Vaticano, a través de un Papa imaginario, el inolvidable Lenny Belardo, interpretado por Jude Law, en la serie The Young Pope, magnífica en su primera temporada, quizá una de las obras donde mejor encajan forma y contenido, el esteticismo marca de la casa y el interior de un mundo cuyos ritos e interioridades nos deja atónitos. 

Puede que muchos se rasguen las vestiduras, pero este tipo de cine que busca la provocación, que quiere que reaccionemos a base de estímulos sensoriales, al que no le importa incluso irritarnos, es necesario y, a veces, hasta terapéutico. Como esa extraordinaria secuencia de arranque de la fiesta de La grande belleza (2013), al ritmo de la Carrà, que explica en sí misma tantas cosas de un mundo desquiciado. Mucho más, a veces, que las conversaciones que su cínico protagonista mantiene a lo largo de la película. Por cierto, excepto en la serie, todas las citadas hasta ahora coinciden en otro elemento, su actor protagonista. Es Toni Servillo, un actor camaleónico y superdotado, compinche del director desde su primer largo, El hombre de más (L’uomo in più, 2001). 

También es verdad que el peso de la historia del cine italiano es brutal sobre cualquier cineasta actual de aquel país. Tras la Segunda Guerra Mundial llegó el Neorrealismo, un movimiento de extraordinaria importancia cultural, y de él o tras él o contra él, una sucesión insólita de grandes creadores entre los años 40 y 60: Roberto Rossellini, Vittorio de Sica, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti, por citar solo los pesos pesados. Es difícil sobrevivir a ello. Pero, además, Italia nos ofreció en los sesenta y setenta, además de grandísimo comedias, un cine profundamente político, con obras como Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970) y La clase obrera va al paraíso (1972), ambas de Elio Petri; El conformista (1970), La estrategia de la araña (1970) y Novecento (1976) por parte de Bernardo Bertolucci; Sacco e Vanzetti (Giuliano Montaldo, 1971), El caso Mattei (Francesco Rossi, 1972), Noticia de una violación en primera página (Marco Bellocchio, 1972), entre muchas otras. Un tipo de cine político que, hoy en día, de otro modo y con un indudable sesgo autobiográfico, practica de forma muy personal otro gran cineasta italiano, Nanni Moretti. 

Un cine, el italiano, que es una mezcla incomparable y riquísima de sentido del espectáculo y profunda carga política y social. Sorrentino es hijo indudable de su tiempo y también de ese extraordinario legado cinematográfico. También ha habido otras corrientes en el cine italiano menos vistosas, aunque muy populares. El Neorrealismo acabó derivando en lo que se llamó el Neorrealismo rosa, donde solo quedaba el protagonismo de la gente de las clases populares, pero nada de la carga política y crítica del origen. De ahí surgieron un montón de películas amables, entrañables y simpáticas que siguen operando hoy en día en su producción. Son esas comedias costumbristas que tienen un gran éxito, o el cine de algunos directores que, en origen, parecían apuntar a otros lugares, como Gabriele Salvatores, y de la que tampoco se libra Sorrentino, como puede comprobarse en Fue la mano de Dios (2021). Muchas veces estas historias se enmascaran tras una supuesta impronta felliniana, en concreto la que procede de ese monumento que es Amarcord (1973), pero qué más quisieran. 

No cabe duda que es todo un acontecimiento la estancia en València de Sorrentino y la oportunidad de poder escucharle en una charla con el público, además de ver todos sus largometrajes en el ciclo que La Mostra y La Filmoteca le dedican. El espectáculo está garantizado. 

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