Se ha abierto la caja de Pandora de los asesores políticos. Esos seres que están en instituciones públicas y que a veces se desconocen sus funciones y el sentido de que se paseen por las inmediaciones de los edificios gubernamentales. Representan a aquellos rasputines aprendices de Maquiavelo que guardan la espalda de unos políticos que en ocasiones no tienen ni las actitudes y aptitudes necesarias para ocupar el puesto que ostentan. Es esa falta de capacidades lo que crea la necesidad de que esos dirigentes requieran de unos sherpas que les guíen por las colinas turbulentas.
El abandono de la tecnocracia y la apuesta firme por la designación de perfiles con garra política, genera situaciones surrealistas en las que el cargo de turno no tiene ni idea de lo que se le habla a la hora de abordar un problema de su área. Me contaron técnicos de Ayuntamiento de dos ciudades diferentes, que con el cambio de corporación y el debut de los concejales en cuestión, en el momento de reunirse con sus compañeros, los políticos no sabían por dónde empezar a atajar la disyuntiva que se les presentaba; es lo que ocurre cuando escoges a los responsables sin tener en cuenta sus competencias y trayectoria profesional, que ponen de concejal de Deportes a uno que no ha pisado un polideportivo en su vida.
En una ocasión, en mi etapa política en Ciudadanos, al ver que los asesores del grupo municipal manejaban a su antojo a los concejales, le pregunté a la persona que encabezaba la comitiva, que me daba la sensación de que los que mandaban eran ellos y no los políticos. Él me respondió que los ediles no tenían ni idea de dónde estaban metidos. Hay grupos municipales que parecen un pulpo en un garaje. Tendencia que se ha acentuado con el surgimiento de las nuevas formaciones que han tenido que llenar las listas electorales con los primeros que pasaban por ahí. El problema es que a diferencia de antaño, que se confiaban en profesionales de reconocido prestigio para respaldar a los políticos, hoy en día se perciben los puestos de libre designación como una golosa estructura en la que acomodar a los afines. Javier Ortega-Smith, diputado de Vox en el Congreso de los Diputados y antiguo tótem del equipo de Santiago Abascal ha advertido a su partido que esto no se puede convertir en una empresa de colocación para enchufar a amigos. En ocasiones, los que deberían orientar a los cargos públicos están más perdidos que ellos o se olvidan para qué se les ha nombrado asesores.
El otro día volví a tomar café enfrente de la Diputación, siempre que voy me gusta fijarme como los asesores se recrean sentados en las terrazas mirando el tiempo pasar. No pude evitar percatarme en una mesa en la que había dos trabajadores de la institución tomando dos cervezas bien cargadas con su ración de rigor; eso en el sector privado no se permitiría, a duras penas puedes sacar veinte minutos para el almuerzo en la vorágine diaria como para ponerte sibarita con un pincho de tortilla y una caña. Me fui, pasé por allí media hora después y ahí seguían, trabajando. Hay un asesor que cuando me lo encuentro y le pregunto que qué tal todo, me dice mientras resopla para enfatizar más su sentimiento, que trabajando mucho; siempre me topo con él en una cafetería cerca del Ayuntamiento. Luego están los que dedican tiempo de su jornada laboral para pescar ofertones en las rebajas. Admiro la capacidad impostora de aparentar que trabajas cuando vives mejor que la chaqueta de un guardia; estoy por apostar que los que curran de verdad no necesitan resaltar lo mucho que lo hacen.
Hay que aplaudir la decisión de Carlos Mazón de reducir al 50% los asesores en la nueva Generalitat Valenciana, es de los pocos políticos que se ha atrevido a espantar al elefante de la habitación. Una estructura que hubiese sido plenamente depurada de no haber hecho hueco en el organigrama a vampiros institucionales, representantes de la peor concepción del arte de lo posible; ese tipo de personajes son los que chupan las energías y el dinero público que es de todos.