VALÈNCIA. Es Jacques Audiard un director impredecible (y siempre sabio), capaz de cambiar de registro en cada una de sus películas. Todas ellas poseen sus propias reglas, giran alrededor de un universo propio y el director se sumerge en las historias de manera instintiva, tanto física como sensorialmente, como si lo que ocurriera se captara en tiempo real.
Después de adentrarse en el wéstern con Los hermanos Sister, ahora regresa a la Francia contemporánea, basándose en varios relatos del historietista Adrian Tomine, para narrar una pequeña historia de encuentros y desencuentros entre varios treintañeros que buscan su lugar en el mundo. Se desarrolla en un espacio muy concreto, en el barrio de Olympiades, en el centro del distrito 13 de París. Un espacio multicultural que surgió a partir de un programa de rehabilitación durante los años setenta como tributo a los Juegos Olímpicos de Invierno de Grenoble en 1968 y en el que cada torre de rascacielos toma el nombre de una ciudad olímpica. Allí cruzarán sus caminos varios personajes que se encuentran un tanto perdidos y desanimados por la falta de oportunidades, dentro de un sistema profundamente viciado: Émilie (Lucie Zhang) inmigrante taiwanesa con dificultades para relacionarse; Nora (Noémie Merlant), que quiere olvidar el pasado y empezar de cero, aunque cargue con una mochila llena de traumas; Amber Sweet (Jehnny Beth, ex líder de la banda Savages), una cam girl que simboliza las fantasías dentro de un mundo en el que la hiperconexión condena al aislamiento y, por último, Camille (Makita Samba), que vive sin preocupación su condición de seductor.
Entre ellos surgirán diferentes lazos emocionales. Todos están solos y cada uno se protege como puede, formando su propio caparazón. En esta ocasión, Audiard ha contado con la colaboración para escribir el guion de dos mujeres cineastas, Céline Sciamma (Retrato de una mujer en llamas) y Léa Mysius (Ava) para hablar del desencanto de una generación. Su inspiración fue desde el principio Mi noche con Maud, el clásico de Éric Rohmer. Quería aproximarse al discurso amoroso que tenía esa película, pero desde una perspectiva contemporánea. ¿Cómo se habla del amor hoy en día? ¿Cómo nos enamoramos o sentimos atracción y cómo dejamos de tenerla? ¿Cómo afecta el uso de las redes sociales en ese proceso en el que las reglas tradicionales parecen haberse difuminado?
Audiard filma en blanco y negro una historia urbana sobre una juventud frustrada. La crisis generacional entronca con la crisis de una sociedad en la que parece imposible labrarse un futuro. Camile está desilusionado con el sistema escolar, es profesor y no tiene contratos de más de seis meses. Nora quiere retomar los estudios, pero sus compañeros terminarán haciéndole buyilling cibernético y decidirá desaparecer. Por último, Émile ha elegido sobrevivir a base de empleos precarios. Todos ellos intentan liberarse de las ataduras de alguna forma, del peso de la familia, de sus decisiones, de sus complejos. En ese sentido, Audiard compone una película orgánica, juguetona, que se centra en las luces y las sombras de sus personajes en su particular proceso de autodescubrimiento.
‘París, distrito 13’ es, en efecto, como un cuento de Rohmer en la era millennial. Presenta a unos personajes que se mueven por unas determinadas pulsiones, que se conocen, tienen sexo, se separan, se confiesan, se esconden de sí mismos y terminan revelándose como seres más fuertes, primero a través de la carne, y después del amor.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres