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el interior de las cosas / OPINIÓN

Peligrosa, nueva y mejorada normalidad

22/06/2020 - 

 Pancho ha devorado dos macetas. Esconde sus tesoros, busca, rebusca y cuando consigue el triunfo marea la tierra y, además, engulle las raíces. Uno de estos días florecerán margaritas, jazmín y geranios de sus orejas o de su hocico. Mi perro anda desquiciado entre el calor, las tormentas, y esta nueva normalidad, la novedad normal, la normalidad mejorada, la mejora normal. Pancho se pierde entre eufemismos ridículos, entre las definiciones de una realidad que, aparentemente, se amolda minuciosamente a las estrategias del poder, del poder de todos los poderes de siempre. Mientras, comemos tierra y, en el negro subsuelo, descubrimos aquello que no es visible a los ojos, aquello que no sabemos pero intuimos y sentimos en los huesos como una racha de humedad maldita. El reúma anímico nos ha calado hasta la última fibra del cuerpo, cada punto sensorial del organismo emite señales de alerta. 

"Esta nueva normalidad, novedad normal, la normalidad mejorada, mejora normal… Nos perdemos entre eufemismos ridículos, entre las definiciones de una realidad que, aparentemente, se amolda minuciosamente a las estrategias del poder, del poder de todos los poderes de siempre".

Escribo, este domingo, con el primer golpe de calor del recién inaugurado verano. Escuchando en la radio los relatos de supervivientes de esta crisis, de las colas del hambre, de la alarmante y creciente cifra de personas que sufren extrema pobreza en este país. Y todo son campañas de solidaridad, demasiadas. Sientes que el Estado debe tener más respuestas y soluciones rápidas. Escucho, además, la importancia del buen urbanismo en momentos que nos están cambiando la vida. Nadie había valorado los significados de la vivienda hasta este confinamiento de casi cien días. Mi amigo y colega periodista VdG se dio cuenta en este encierro que su casa, en el barrio valenciano de Ruzafa, no tenía balcones. Hablando con él sufrimos la vida de miles y miles de familias confinadas en pocos metros cuadrados durante más de tres meses. ¿Qué tipo de viviendas habitamos, qué tipo de espacios públicos compartimos?. Alguien critica en la radio, -un corresponsal alemán que reside en Madrid-, la tendencia de ser fachada en los edificios madrileños, tan políticamente correctos, viviendas que no muestran la ropa tendida, donde la vida se concentra en patios interiores y anodinos. Puede parecer certero porque la evolución urbanística de este país en las grandes ciudades quedó marcada por el franquismo y esas grandes moles de hormigón donde las ventanas eran la única vía para divisar el cielo y la tierra. Bloques malditamente ordenados con fachadas impolutas que mostraban la normalidad y el progreso de una época. 

Pero Madrid son otras miles de historias. Los patios interiores, lo que fueran las corralas, han ido definiendo una ciudad que escapa a los ojos del asentado establishment. Crecí sin balcones y con ventanas diminutas en un séptimo piso de viviendas militares clasistas e injustas. Es cierto que muchos madrileños vivían de fachada, de apariencia, en la ciudad villa y corte de tantas miserias. Pero otros miles vivíamos en cotos cerrados del centro y en los barrios periféricos donde se convivía con una muy digna conciencia ciudadana. Convivir y compartir en plazas improvisadas y vitalistas. Las ciudades son siempre sus personas. 

"NADIE HABÍA VALORADO LOS SIGNIFICADOS DE LA VIVIENDA HASTA ESTE CONFINAMIENTO DE CASI CIEN DÍAS, NI LA VIDA DE MILES Y MILES DE FAMILIAS CONFINADAS EN POCOS METROS CUADRADOS DURANTE MÁS DE TRES MESES. ¿QUÉ TIPO DE VIVIENDAS HABITAMOS, QUÉ TIPO DE ESPACIOS PÚBLICOS COMPARTIMOS?".

En el Mediterráneo, en nuestro pequeño gran país valenciano, la vida es también otra historia. En este encierro han convivido miles y miles de familias en espacios reducidos, quietas, en silencio, jodidas. Niñas, niños y jóvenes que han permanecido encerrados con quienes no ven ni comparten la  rutina de la normalidad, mujeres viviendo con sus maltratadores, mayores que han soportado una soledad insoportable. Pero, paralelamente, la sociedad castellonense, valenciana y alicantina, ha mirado todos los días al cielo. Tal como nos ha ido mostrando en imágenes desde su balcón mi querido Miguel Miró. Cada día una fotografía de una ciudad transparente, impresionantemente bella, divisando a lo lejos la costa sur de nuestro territorio, hasta el final del estado de alarma, cuando la luz se va volviendo sombría y la ciudad emerge con sus ruidos y excesivo tránsito de vehículos. Es un nuevo reto postcoronavirus que debemos asumir. Habitar ciudades limpias, amables y felices.

En Castelló, donde nunca pasa nada según se mira desde el Cap i Casal, el regreso a la normalidad, o lo que sea, es diáfano. No se necesitan filtros. Aquí la vida fluye cada día a golpe de optimismo y convivencia. Piensas, a veces, que no hay más remedio cuando la geografía te ubica en la discriminación y casi el olvido de tanta y diversa administración centralista. Pero, aquí, caminamos hacia nuestro devenir inmediato. No se necesita mucho más para que las sociedades sean medianamente felices. Entramos en el verano con la alegría de acercarnos y tocarnos, con la disciplina ciudadana de mantenernos escondidos tras las mascarillas. Aquí, muy a pesar del Apocalipsis que anuncia y machaca la derecha y sus ultraderechistas, vivimos amablemente,  sin grandes sobresaltos, habitando esa máxima de que lo pequeño es hermoso. 

La vida mediterránea nos blinda, con su mirada abierta, afortunadamente, ante las grandes hipocresías de un poder mesetario que, a partir de ahora, va a ocupar nuestras playas y pueblos. Y no es cuestión de ser antimadrileños o fanáticos defensores, se trata de respeto y dignidad. En estos tiempos del coronavirus, y en otros tiempos, nos abrimos en canal para recibir al turista un millón. Obviamente el turismo es una gran aportación a nuestra economía, pero no debería ser monocultivo. Es el momento de definir la relación y convivencia de los habitantes con los foráneos, con el tipo de personas qué queremos que nos visiten, con el tipo de oferta turística que queremos ofrecer. Y es el momento de definir y decidir nuestra relación con el entorno, con la producción y comercio de proximidad, nuestra relación con el medio natural. Las crisis son también grandes oportunidades de supervivencia y de futuro. 

Mis vecinas caribeñas perrean este domingo. Música de alto volumen que mezcla, además, bachata y merengue. Sus pasos de baile se sienten bajo el techo de esta casa nueva y revuelta. Te mueven las caderas mientras escribes, admirando el poder de la alegría de quienes han tenido que abandonar su país y su familia, en busca de un sueño. Mi vecina Carmen tiene muchas ganas de que se abran todo los centros de mayores, esos espacios en los que convivir y pasar buenos ratos cada tarde. Está contenta porque se están actualizando progresivamente, las personas mayores de esta ciudad los necesitan, tienen una estrecha red de relaciones maravillosas. Para ellas y para ellos es regresar a la normalidad, sin etiquetas ni otras definiciones. Mi otro vecino no ha interrumpido sus charlas consigo mismo, día y noche. Reconforta escucharlo, ha sido la voz de este encierro, ese acompañamiento de tantas personas anónimas que nos han llenado, que nos han recordado que no estamos solas y solos. 

"Tenemos un nuevo reto postcoronavirus que debemos asumir. Habitar ciudades más limpias, amables y felices".

Mi perro Pancho sigue en su actividad frenética de combatir el calor comiéndose las macetas y revolviendo las pocas cajas que quedan para que termine una más de las mudanzas que nos brinda la vida. Un poco antes, asomó enredado en mi melfah saharaui, los cuatro metros de tela coloreada al natural que me regalara mi amiga R.S. en los campamentos de Tinduf. Además, ha devorado unos cuantos recortes de periódicos, de episodios nacionales destacados, que no deben gustarle porque los ha rechazado. No tiene remedio. Pancho es contestatario, amoroso, gratamente desobediente y revolucionario. Es su manera de protestar ante las decenas de cajas de embalaje que hemos vaciado sin orden ni concierto. Entre ellas hemos encontrado unas cuantas fotos de mi amigo tan querido, que partió la pasada semana, J.B., esa persona que nunca te abandona, que siempre ha sido cariñoso y generoso, íntegro, coherente con sus ideas y afectos, y que ha dejado tan solos a B, J, y M. Con la tristeza a cuestas. Un amigo al que se ya se le añora. Jugando con la ternura de Pancho le he envuelto en las banderas palestinas de Hamás y Al Fatah para que no olvidemos las luchas compartidas, también le he vestido con una amorosa camiseta del Aplec dels Ports, y con una enorme bandera cubana que me regalara un amigo guajiro. Mi casa se ha quedado bella, libre y habitada. Cada día que pasa me pregunto hacia dónde vamos. Qué será de nosotras y nosotros. Miramos al cielo y a la tierra, ¿pero estamos sintiendo algo?.

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