VALÈNCIA. El teatro siempre ha estado en crisis. Diría que desde que se conoce su existencia. Y más aún si vive de la subvención. Es una rama complicada; como el arte contemporáneo. Lo de las artes escénicas habría que preguntarse si está en crisis por identidad o conexión social. Son lecturas distintas pero cuyos polos se atraen. Por eso me sorprende leer a los “teatreros” quejarse siempre de que las ayudas no llegan o llegan tarde. Que es lo mismo.
Tampoco entiendo por qué siempre han de estar bajo un cielo protector infinito. Al menos desde hace muchas décadas, pero más aún desde que la política las hizo suyas o las convirtió en un brazo armado al que agarrase o utilizar en tiempos de crisis, bonanza, precaución… Siempre. Lo llaman cultura, como al cine, cultura europea aunque no sea cultura sino industria y menos aún europea. Salvo si la financian los estados. No todos. Hay muchos que hace años descubrieron otra verdad.
Por eso me han sorprendido unas declaraciones efectuadas por el actual responsable de artes escénicas del Instituto Valenciano de Cultura, Roberto García. Él también forma parte de la tragicomedia. Dice algo así como que la dependencia de las ayudas oficiales al sector teatral genera una gran fragilidad y que siendo insostenibles merecen una nueva reflexión. Que la abra. Es su obligación. Él pensará así sobre un sector que mayormente, y él mismo, dependen de la panacea publica pero ha olvidado su función pública y la mera diversidad. Funcionan al dictado de una idea no siempre acorde con la sociedad sino con el criterio único y/o político. Él sabrá también si existe disonancia. Así que se cuestiona a sí mismo y a los suyos. Al menos los pone en el punto de mira.
Las generosas ayudas públicas a los sectores culturales llevan años rociando de millones a todo aquel que cumple unos 'requisitos evaluables' en función de criterios cuestionables en sí mismos. Tampoco han sido nunca extremadamente exigentes en su función. Más bien un reparto global y generoso. Y con una utilización/función política. Por eso me descuadran sus declaraciones a este diario cuando ellos mismos en estos últimos ocho años apenas han cambiado nada y han abocado a las artes escénicas al mismo escalón de siempre en el que no sirven las oportunidades sino las menudencias de la subsistencia. El inicio del error.
Cuando la gestión cultural española apostó por la dependencia del sector público lo hizo siguiendo patrones franceses. Eran validas en su tiempo ya que buscaban la creación de fórmulas y formularios. O de una simple identidad de supervivencia. Pero vivir de lo público cada vez ha venido siendo más difícil, aunque los propios gobiernos lo hayan seguido tolerando. Con el problema de que no ha sido nunca bajo criterios objetivos sino de proximidad ideológica o teórica. Y ahí es donde ha quedado el error imposible de regenerar siendo la propia Europa la que lleva tiempo advirtiendo de que ya está bien, aunque no atienda a otros consejos como dejar de avalar un sector público que apenas se controla.
Este mismo poder que ahora se extraña y pide debates y reflexiones cuando ha huido siempre de ellos para convertir el arte o la denominada cultura en simple clientelismo. Se ha encontrado con su horma. Tenía que llegar.
Las críticas del sector privado frente a la 'poca' colaboración de lo público tiene dos lecturas: el propio uso o utilización política que se ha hecho del mismo y la continua y exigente dependencia. Por un lado para continuar sintiéndose arropados ideológicamente y por otro para continuar viviendo de esa creatividad que no se sabe hoy mismo quién controla o por qué. No todo ya es posible.
En esta autonomía llevamos décadas financiando compañías y proyectos que se apresuran a recordarnos los años que ya han cumplido viviendo de lo terrenal, pero no de la genialidad. Y amparados en iniciativas denominadas como Mesas de la Cultura y Muros Culturales de apoyo político a determinados grupos y partidos a cambio de fidelidad y silencio. Todo por una foto de falso apoyo y dependencia. Hasta que las cosas revientan por sí mismas. Que es lo que nos está pasando cuando el dinero público es requerido para otras necesidades mayores.
Es como querer hablar del mundo audiovisual tan necesario, según el sector, pero que no encuentra el mínimo apoyo necesario desde los instrumentos de difusión privados o hasta públicos de los que nos hemos dotado, llámense canales autonómicos de televisión, ese gran problema que devora millones a fondo perdido pero sin resultados objetivos más allá de la complacencia de los llamados comités de 'expertos' que no se guían por criterios de calidad y menos objetivos, salvo la pleitesía de turno y que cuando desaparezcan dejaran al aire sus propias vergüenzas y la dependencia orgánica, que es lo que importa para tener voces silenciadas.
No es que el teatro esté en crisis. La crisis es del teatro sumiso al poder público y dependiente. La ausencia de políticas reales y objetivas sin autocrítica.
¡Abran debates! Así llevamos años. Entre fragilidad y dependencia. Hasta que revienta entre los que daban para alienar y quienes vivían alienados a una memoria escrita con forma de eterna subvención.
Vamos, puro teatro público que está comenzando a eclipsar y que nadie remedia y menos ordena desde la objetividad y la pura realidad.