VALÈNCIA. Que una conversación sea en un bar, o que parte de experiencias personales no le resta importancia al debate en sí. Entre amigos, o desconocidos que hacen por escucharse, también avanza el pensamiento y la historia. Jorge Alamar y el equipo de Siroco lanzaron una pregunta que es casi una boutade: ¿qué es una buena foto? Para no encontrar respuesta, sino recoger qué se generaba a partir de la cuestión, han reunido a una docena de agentes culturales que trabajan o estudian con la imagen.
El resultado es Buenas Fotos. Conversaciones en torno a una cuestión escurridiza, que inaugura la labor editorial de Siroco. El libro resume algunos de los momentos de los más de 45 minutos que duraban estos encuentros. En ellos, se buscaban perspectivas diferentes pero que partían de dos condiciones, de manera natural: negar —precisamente— que haya respuesta a saber si una foto es buena, y dos, a partir de ahí, no huir de la pregunta sino problematizarla desde experiencias personales o la curiosidad por conocer a la otra persona.
El título es trampa y remite a esos libros grandilocuente de catálogo que venden un cánon, o los manuales de técnica fotográfica digital que enseñan a encuadrar o enfocar. “La intención es la contraria a enconrtar una respuesta; es la de darse cuenta de que no hay respuesta posible, de que doce personas plantean doce respuestas totalmente diferentes”, cuenta Alamar.
El trabajo de este consistió, primero, en decidir los perfiles. “Buscába personas que tuvieran, por una parte, criterio propio, y en segundo lugar, reunir a gente que tuviera interés por escuchar y compartir su visión. Ahora ya no tanto, pero el pensamiento en la fotografía ha sido muy dogmático”, explica Alamar. El planter de libro son Anaïs Florin, Mario Zamora, Sara Marhuenda, Jaime Sebastián, Jesús Monterde, Greta Ramos, Cris Bartual, Martín Bollati, Mati Martí, Chema Segovia, Selen Botto y Alberto Feijóo son los participantes.
Durante las conversaciones, comparten experiencias como espectadores y creadores. Una buena foto es la que hace pensar, la que logra su objetivo, la que traslada a otro lugar, pero también la desesnfocada a la que se le tiene cariño, la que puede resumir una obra artística, o sencillamente la que el artista decide —por cualquier razón— colgar en una pared y darle ese valor.
¿Las conversaciones eran imprevisibles o estaban controladas por la propia selección de los participante? “No teníamos expectativas concreta de las conversaciones, solo podíamos intuir un tono. Sabía que era arriesgado, pero también que nos sorprendería y que funcionaría. Y así ha sido”.
Al texto le acompañan fotografías de Amin Errahmouni registrando las propias conversaciones. “Esto viene de la obsesión de Patri (Miro) por registrar el proceso. En todos nuestros proyectos estamos registrándolo todo en todo momento”, explica Lucas Sáez, de Siroco. “Es también la fuerza de la gestualidad, de saber qué está pasando en esa conversación. Y más aún cuando se trata de un proyecto que habla de fotografía…”, añade la propia Miró.
Una vez desarrollados los encuentros, el diseño corre a cargo de Adrián Beltrán, que propone un contínuo que mezcla texto y fotos para ponerlos, en realidad, a la misma altura. Las marcas de cada nueva intervención, que son un bloque negro sobre letra blanca que copia el subrayado digital, traspasan las páginas en las que hay fotos, para dar entender que la conversación también está sucediendo ahí. Lejos de centrar las fotos o tener un buen diseño, las imágenes se cortan y no tienen un patrón preestablecido. La intención era la de crear la sensación de una línea del tiempo del que se elegían fragmentos, casi al azar.
Alamar, Miró, Sáez y Beltrán han hecho de este puzzle procesual “un ensayo para algo más grande” que no desvelan.
Uno de los elefantes en la habitación que atraviesa varias conversaciones es el de el estado de la cuestión de la fotografía: la sobreproducción y la saturación de la imágenes. ¿Se ha de mirar como una oportunidad para rematar ese determinismo y poder cantar a los cuatro vientos que, con tantas imágenes tan diferentes, ya no hay ni una buena ni una mala, o tirar por el pesimismo de un exceso de imágenes acaba viciando la mirada y hace definitivamente imposible vislumbrar la aguja entre toda la paja? “Son gente tan apasionada con lo que hace, que creo que hay poco espacio para el pesimismo”, apunta Alamar.
En todo caso, “esa cuestión da para otro libro”, opina el mismo. “Yo creo que es la aceptación de la derrota. Y a partir de ahí, será interesante ser críticos con la situación y poder pensar las imágenes desde ahí”, matiza Beltrán.
En todo caso, el libro es sobrio. Y a pesar de la brevedad caben muchas ideas.
- ¿Qué se ha quedado fuera del libro por las transcripciones?
- No te imaginas cuánto, pero había que seleccionar.