VALÈNCIA. En Matilda, el libro infantil escrito por Roald Dahl publicado en 1988 —con unas magníficas ilustraciones de Quentin Blake—, hay una tierna escena en la que Matilda, niña prodigio y lectora voraz en ciernes, llega a la biblioteca regentada por la señorita Phelps y se asombra ante la posibilidad de llevarse todos aquellos libros gratis. El acceso a todas esas historias, cultura, mundos de fantasía, o similares a la realidad, pero cuestionados, sin soltar una mísera libra —un dólar en el caso de la adaptación cinematográfica que realizó Danny DeVitto en 1996—.
En esta conversación mantenida con el bibliotecario Nèstor Mir Planells también se invoca a la gratuidad del saber, uno de los servicios básicos que proporcionan las bibliotecas públicas. Pero hay más.
Nèstor es, como hemos dicho, bibliotecario, pero también músico, dramaturgo, escritor y dinamizador cultural. Desde el año 2009 hasta hace unas semanas, era uno de los responsables de la Biblioteca Pública del Estado de València (Pilar Faus, conocida informalmente como la biblioteca de la calle Hospital). Allí puso en marcha la remodelación conceptual de la sala infantil-juvenil y las actividades culturales del centro.
“Ser bibliotecario en el 2022 supone para mí la definición clásica de bibliotecario. Aunque cada uno la define de una forma diferente, desde mi situación personal es irme de la función pública para intentar que las bibliotecas públicas se transformen en algo diferente a lo que son en estos momentos: unos lugares infrautilizados que se tienen que convertir en lo que eran antes, en lugares de encuentro de la comunidad que cubran un amplio espectro de necesidades de la sociedad civil. Para mí ser bibliotecario es recuperar la bibliotecas para las personas”.
Partamos de la idea de que en los 60 y 70 las bibliotecas públicas tuvieron la misión de alfabetizar la población. Una vez cumplido con su cometido, tendieron a convertirse en depósitos de libros o salas de estudio. Recipientes de información sin una clara vocación de ayudar activamente a la comunidad. “En el caso de Pilar Faus, es una biblioteca que adolece de falta un plan estratégico y de acción para autodefinirse sobre qué quiere hacer con ella misma. Es un barco sin rumbo. Hay unos usuarios que la sustentan pero que no sabemos dónde va la biblioteca. Si la comparas con lo que ves en el extranjero, se ve que carece de una voluntad de modernidad y de ejemplificar lo que es la biblioteca pública del siglo XXI”.
“En estos momentos es sobre todo un aulario de estudio, que no es ni positivo ni negativo. Un aulario de estudio más un lugar donde se prestan libros. Está bien, pero teniendo en cuenta que hoy en día cuando el libro físico ha dejado de ser el centro neurálgico de la búsqueda de información y conocimiento, la biblioteca pierde el sentido a pasos agigantados. En equis tiempo la gente no va a saber para qué ir a la biblioteca. En la sociedad civil, queramos o no, no todas las personas leen, no todas se acercan al conocimiento a través de la lectura, y ahora tan siquiera a través de los libros. El conocimiento está en las personas, está en hacer, debemos vincularnos al movimiento maker”.
El movimiento maker, o cultura maker, hace referencia la subcultura contemporánea que es una extensión del 'Hágalo usted mismo', es decir, de la aplicación real de la tecnología y el uso de herramientas. “La biblioteca ha de ser un lugar en el que se pongan en práctica los saberes contenidos por los libros. Tanto por ser un espacio en el que otras personas nos enseñen a hacer las cosas que ahora buscamos en internet, como para ofrecer la función de ser un lugar para la integración de colectivos vulnerables. Hay que recuperar la biblioteca no solo para los electores, sino para toda la ciudadanía”.
¿Es el futuro una amenaza para los libros en papel? “El papel no va a desaparecer porque habrá gente que siempre querrá leer en papel, o habrá gente que lo tenga como objeto de colección. ¿Pero leemos en pergamino? ¿En papiro? ¡Nadie se enfada es que no tiene una biblioteca de papiro en casa! La lectura no está amenazada, pero el soporte en papel, sí. Las bibliotecas somos un lugar de consulta de la actualidad, y la actualidad ¿dónde está? ¿En todos los libros que había hasta ahora? Si comprábamos mogollón de morralla. Estábamos sosteniendo una industria con libros en los que la mitad de las publicaciones eran malísimas, estábamos pagando a la industria libros que el propio mercado no absorbía. Los que se venden se leen, pero los que no lee nadie están en la biblioteca. Todos esos libros se harán digitales y no estarán físicamente presentes. Los que se lean de verdad y la gente los pida pues a lo mejor sí que estarán en papel. Vender 300.000 libros dentro de diez años yo lo veo complicado”.
Nèstor también reflexiona sobre la posibilidad de que una figura privada, o consorcio como La Marina, puedan ser titulares de una biblioteca abierta al público. “En España tenemos un prejuicio, cosa que en Canadá y Estados Unidos no se interpreta así, no se concibe a la iniciativa privada como Satanás. Las instituciones privadas se pueden convertir en sociales porque tienen una serie de objetivos sin ánimo de lucro directo”.
“Nuestra tradición es muy institucional y sindical, en ella se interpreta que lo que es una merma de la institución es una amenaza al sector público. Es cierto, hay que defender lo público, pero no cerrarse a otras iniciativas. Tenemos una función pública superígida a nivel de creación de empleo, a nivel de satisfacción de necesidades inmediatas. Necesitamos de 30 a 40 funcionarios pero estamos a la espera de una oposición que quién sabe cuándo narices va a salir. La administración no es capaz de resolver estas movidas porque tiene un procedimiento administrativo para defender al trabajador, pero al mismo tiempo no da trabajo”.
Bajo el hashtag #hacialabibliotecadelsigloXXI, el bibliotecario busca crear un espacio de reflexión sobre las nuevas necesidades que ha de satisfacer una biblioteca pública. “La idea es hablar de esta movida, despertar conciencias. La biblioteca es la gran olvidada, queremos que sean imprescindibles, pero nadie va. O vuelve a estar presente en las necesidades cotidianas o se extingue. Hay mucha gente que no lee, que no leerá jamás, y tenemos que asumirlo y entender que también necesitan un espacio. Es un hashtag para reflexionar sobre qué hemos hecho bien y mal y ver cómo podemos sobrevivir, si no a la biblioteca le queda poco tiempo, porque hay otra serie de iniciativas como los fablab o los medialab que satisfacen mejor las necesidades de la sociedad civil”.