VALÈNCIA. Empecemos por admitir que no es fácil entrevistar a Raphael. El problema no es la falta de materia prima, desde luego. Tampoco su predisposición, que es total porque es un señor muy educado. Más bien al contrario, las preguntas se agolpan en la cabeza del periodista, que no siempre tiene la oportunidad de conversar con un artista que lleva seis décadas cabalgando la profesión con una determinación e intensidad casi descabellada. Si nos detenemos a analizar las cifras que su trayectoria -entre ellas, más de cincuenta millones de discos vendidos-, y a renglón seguido le escuchamos hablar a sus 81 años sobre su actividad reciente y sus planes para el futuro inmediato, nos asalta la convicción de que este hombre hace tiempo que se ha pasado el juego y está reescribiendo el código del siguiente.
Raphael nos fascina a todos y todas. Incluso a las personas que escuchamos géneros musicales completamente distintos y no hemos visto un solo programa de La Voz en nuestra vida; a las que nos trae sin cuidado lo que ocurre en OT y nunca trasnochamos para ver el Festival de Eurovisión, ni siquiera como divertimento irónico. Incluso dentro de ese nicho de público minoritario al que ninguna gran discográfica persigue, la figura de Raphael inspira respeto y admiración. ¿Por qué? Porque es auténtico; te lo crees. Porque sabe muy bien lo que hace y ha llevado siempre las riendas de su carrera con gracia e inteligencia. Porque su presencia escénica es magnética y convincente. Porque su estilo, tan único y deliberadamente teatral e histriónico, tiene más conexiones con el espíritu indomable de Prince y Bowie que con el de cualquier otro gran cantante español de su generación.
Raphael es un personaje difícil de entrevistar, decíamos, porque tenemos la sensación de que no quedan flancos por explorar. Cualquier pregunta que le dirijamos va a rebotar irremediablemente en el vacío con el eco molesto de los temas redundantes. El cantante jienense se ha sometido a entrevistas, tanto ligeras e intrascendentes como comprometidas y algo dolorosas, en miles de ocasiones. Además, ha contado su vida con bastante detalle en varios documentales televisivos, con especial mención a la miniserie Raphaelismo estrenada por Movistar en 2022.
En noviembre de ese mismo año, después de recibir el Premio Latin Billboard a su trayectoria, Raphael presentó su álbum número 82, denominado Victoria en alusión a la percepción retrospectiva de su propia vida como un inmenso triunfo (lo que no significa, por supuesto, que haya estado exento de momentos muy complicados).
Este disco, integrado por once canciones, es una nueva apuesta de Raphael por la juventud. Siempre atento a la nueva savia del panorama musical, jamás tentado a vivir de las rentas de los éxitos pretéritos, el cantante depositó en Pablo López (Fuengirola, Málaga, 1984) la confianza de componer un disco completo para él. “Sé distinguir el talento -afirma-, pero para mí es difícil encontrar gente que diga algo nuevo. Alguien a quien pueda explicarle una idea y lo encaje a la primera. He tenido pocos compositores, pero los que he tenido han sido lo más. Manuel Alejandro y yo inventamos una nueva forma de hacer canciones, y José Luis Perales me ha compuesto canciones maravillosas y eternas. Yo en Pablo he visto no solo lo que es capaz de crear para mí, sino lo que puede aportarme en el futuro. Va a hacer cosas muy fuertes. Históricas. Ya lo verás. Estamos ya trabajando en otro disco juntos”.
Nos preguntamos cómo funciona el proceso de creación cuando un compositor, con mucho talento, pero al fin y al cabo muy joven, trabaja con un artista como Raphael. ¿Cuando le presentan una canción, sabe inmediatamente si va a poder hacerla suya, o necesita un tiempo para analizarla? “Qué va, lo sé inmediatamente -contesta, con la rapidez de una bala-. Enseguida sé si voy a poder con ello, o no me interesa para nada. Hay canciones que son tremendamente claras, y otras imposibles. Si no sé qué puedo hacer con ella, es que no soy el indicado para interpretarla. La canción que me gusta, la defiendo a morir, a capa y espada, y las hago históricas, porque no dejo de cantarlas nunca”.
¿Nunca se le atraganta alguna de esas canciones icónicas? ¿Nunca siente la tentación de dejar fuera del repertorio de un concierto alguno de esos temas que, de tan universales, se reclaman como si fuesen un derecho adquirido? “Hay canciones inamovibles, que se han ganado el derecho a estar siempre. Pero, sí, a veces se me quitan las ganas de cantar alguna de ellas y en esos casos, yo, muy infantilmente, la quito. Sé que me estoy equivocando pero, como me creo el dueño del cotarro, cojo y la quito igualmente. Entonces lo que ocurre es que a los 15 días, o al mes, la extraño tanto que la rescato y la devuelvo al repertorio. Esto me ha ocurrido con “Cuando tú no estás” y con “Yo soy aquel”, por ejemplo”.
¿Cómo se diseña el set list de un concierto en el que se presenta material nuevo, pero que al mismo tiempo obliga a escoger un puñado de clásicos, de entre un sinfín de éxitos? “No me equivoco nunca al poner el orden de las canciones porque sé las fuerzas que tengo y hasta donde puedo dar. Todo está calculado para el momento en el que sé que voy a necesitar sentarme o cuándo la atmósfera pedirá una canción más dulce o más agitada. Es la sabiduría del escenario”.
De todas las enseñanzas que ha extraído a lo largo de su trayectoria, ¿cuál es la más valiosa, en lo que se refiere a las actuaciones en directo? ¿Cuál es el error que no hay que cometer nunca? “No ser claro con la gente. Si te encuentras mal, dilo. Eres un ser humano. Muchas veces he tenido que parar y comunicar al público: Tal y como están viendo, hoy no estoy muy bien, pero venga, ¡voy para allá!. Es decirlo, y ponerme bien. Lo tengo comprobadisimo (ríe). En cuanto hablas con honestidad y explicas al público lo que ocurre, te calmas y empiezas a cantar bien, porque tienes la tranquilidad de no estar ocultando nada a nadie”.
Hablemos de cómo es pisar un escenario cuando ya lo has hecho un millón de veces antes. De si la experiencia altera -o no- los mecanismos físicos y mentales que modulan el nerviosismo, la dopamina, la capacidad de disfrute. “Hay tres momentos muy importantes: el primero es cuándo te reciben; el segundo se produce más o menos a mitad de concierto, cuando ves que la cosa va bien y el público empieza a ponerse de pie, y el último es cuando te despiden. Es muy bonito ver esa entrega, porque no me dejan irme, no quieren”.
Más allá del entusiasmo que entendemos que siempre hay en el público como norma general, seguro que hay pequeños matices entre una audiencia y otra. ¿En qué cosas se fija Raphael cuando está actuando? ¿Cómo le toma la temperatura al público? “Los momentos que más gratamente me sorprenden, aquellos en los que veo algo especial, se dan cuando llegan las canciones que necesitan mucho silencio y de repente, sin pedirlo, miles de personas se callan y te dedican una atención absoluta. Es una maravilla escuchar ese silencio. Es un reconocimiento muy bonito para el artista cuando actúa delante de un público que sabe distinguir cuando hay que armar jaleo y excitarse y cuando hace falta parar y escuchar”.
Raphael se ha labrado a lo largo de los años la fama de ser extremadamente puntual y generoso en los tiempos. Es el primero en llegar al recinto y sus conciertos rara vez duran menos de dos horas y media. También se dice que es un todoterreno. “Yo normalmente me siento a gusto en todos los escenarios. Es raro que le ponga peros a alguno porque estoy tan acostumbrado que le saco partido a todo. No sé cómo me las apaño, pero siempre acabo haciendo que incluso los malos escenarios parezcan buenos. ¿Y sabes cuál es el secreto? Que me gusta mucho lo que hago y me sigue dando mucho subidón saber que he llegado tan lejos. Que son cinco generaciones, señores. Que es tremendo. Se dice pronto”.
Y cuando termina el espectáculo… ¿Es Raphael muy dado a darle vueltas a lo que ha salido bien y lo que podría haber salido mejor? “Sigo saliendo a actuar con el mismo entusiasmo de siempre, pero también sigo encontrando cosas defectuosas de vez en cuando. Lo bueno es que, afortunadamente, los árboles me dejan ver el bosque. Normalmente, cuando termino un concierto me voy a la cama feliz. Y lo celebro mucho, pero no con palabras, sino para mí solo. Me digo: ¡Qué bien te has portado! Sigue cuidándote, porque todavía tienes tela que cortar” (ríe). “Porque ya te digo que yo no pienso despedirme nunca, y menos con una gira. No podría, estaría todo el día llorando. El día que lo haga, será por fuerza mayor, por enfermedad. No diré nada, me callaré y ya está. Para mí es demasiado doloroso”.