CASTELLÓ. Es lunes y es diciembre, el tiempo del celofán y las luces de un gran almacén prometen el borrado de todos los socavones del año. Pedaleo hacia el trabajo y me siento feliz de que cada uno de los que me cruzo tenga en su mirada un destino, una ocupación, un lugar desde el que intervenir en el mundo. Es lunes, ¿sobreactúo mi lunes? Pedaleo fuerte para dejar atrás la desdicha de este mes de noviembre que nos hizo a todos la zancadilla e intento olvidar todo lo que sé sobre la parte oscura del mundo. Sé que estoy de buen humor porque me digo que mi historia tiene encaje en esta gran historia y ni siquiera siento fatiga al escalar el puente Calatrava con mi bici, voy subiendo de ánimo como un globo. El buen humor es la fórmula, me digo, para atravesar este siglo que se oscurece con guerras y atrocidades, que cada vez nos arrincona más en una extrañeza difícil de alojar como inquilina perpetua. Pero, ¿cómo se invoca el buen humor?, ¿quién consigue dominar sus requiebros?
La mañana es cristalina y el sol es dulce en la cara, pero eso pasa casi siempre en nuestro invierno valenciano y apenas reparamos en ello. Hoy veo cómo abrimos las persianas de nuestros pequeños negocios, nuestros pequeños destinos, y soñamos con llegar al viernes sin haber perdido el sentido de vivir. Bajo los ficus monumentales de la Glorieta, miro pasar bancos de turistas en bicicleta como pececillos y no me cambia el humor, veo un negocio en obras y me habla de promesas, de gente que planifica y arriesga, de un sueño materializado. Las flores que venden en la papelería de Artes Gráficas me han parecido más baratas de lo que esperaba y este detalle me delata: creo que tengo el síndrome de Amelie pero, ¿acaso me he caído en la marmita de un druida? Mi humor es tan bueno que la gente que ocupa las terrazas me parece tocada por la suerte, sobre todo si no fuerza la nuca con sus móviles, si tiene alguien delante a quien mirar a los ojos. Mirar a los ojos se ha convertido en un lujo contemporáneo y aún no le hemos puesto precio, ¿o sí?
Atravesamos nuestro lunes colectivo con empeño en ignorar lo feo que está el mundo. Nos decimos suertudos aunque estemos de lunes, las tragedias se reparten por el mundo y también tocan cerca, pero se vive, se empuja la semana. A pesar del dolor del mundo (Weltweh, lo llaman los alemanes).
Manuel Vicent proponía en una de sus piezas una fuga de Bach y un poema de Rimbaud para ducharse por dentro, ya que el ambiente político está tan sucio. Yo también me subo a la belleza del arte como quien se encarama a una caseta de luz en la riada. Lo hago después de haberme arañado un poco con el mundo, leer la prensa es un gesto terrible y tan mundano ya como cepillarse los dientes y escupir hilillos de sangre en el lavabo. Las mandíbulas del fascismo están por todas partes, aunque se le busquen nombres nuevos, Alemania planea crear refugios antiaéreos y el gobierno sueco ha publicado una guía titulada In case of crisis of war (toca hacerse con una radio a pilas y agua para una semana). Un editorial de Muñoz Molina sobre la propaganda de Goebbels me lleva a Chaves Nogales, que entrevistó a la bestia en el 33. Todas sus propuestas se parecen tanto a Trump que no me asombro demasiado, ni siquiera me visita un déjà vu. Molina me causa terror cuando nombra la autocomplacencia de los intelectuales progres, que crece con el pánico. A más pánico, más complacencia. Y vuelta a Manuel Vicent. Y a Rimbaud.
Hace tiempo que no leo a los pensadores, sólo admito bellos textos de ficción. No sé si todavía quiero entender este mundo que muta, el final de las sociedades libres, el ascenso de los jóvenes fascistas. Hay voces que desentrañan de maravilla cómo hemos llegado hasta aquí, pero no doy con ninguna que diga cómo hemos de salir o, si lo dice, no convence a nadie. Lo único que ayuda a encarar nuestros lunes, de momento, es excavar refugios mentales, proveerlos de agua y comida, de radios a pilas. Bañarse en Bach y en Rimbaud, acudir a un sofá de lectura y apagarlo todo, encenderlo todo. Avanzar en la lista de pequeños bricolajes como, en mi caso, este de escribir, profundizar hacia adentro, emitir pequeños textos que nos resulten evocadores, sentir que uno no ha dejado de bruñir las palabras y que cada día gana más oficio.
Se acerca la navidad y será dura en muchas familias valencianas, pero también viene enriquecida. Hemos entendido que nos tenemos unos a otros. Que una cena de nochebuena merecía todos los indultos y amnistías. Los afectos son un refugio que preparar como un sótano bien provisto de latas, medicación, purificadores de agua y semillas.
Escribir es hacer dibujos en el agua. Quererse en estos días también lo es. Hacer buenos propósitos y creer que serán reales. En un lapso más breve de lo que quisiéramos, nos habremos borrado, pero habrá tenido sentido si nos mantuvimos ocupados. Ocupados en la amplia concepción del término.
Serebriakov, el personaje de Chejov, se despide de Tío Vania y deja la casa con su bella esposa después de que hayan intentado matarlo. A Telégin, tierno desocupado y tañidor de guitarras rusas, le dice “permita que un viejo añada a su despedida una observación: ¡hay que ocuparse en algo! ¡Hay que hacer algo útil!” Feliz Navidad para los ocupados del mundo y para los que lo estarán en breve.