VALÈNCIA. Durante casi diez siglos, la Iglesia Católica ha venido siendo, posiblemente, el mayor mecenas cultural que ha existido sobre el orbe terrestre, bien patrocinando miles, sino, millones obras de arte de todo tipo y edificios, como coleccionando bienes de la antigüedad. El caso más paradigmático es el de los Museos Vaticanos (se nombran en plural porque son, sin no me equivoco 23 museos), quizás los más antiguos del mundo y que se configuraron a partir de las obras de arte privadas que el cardenal Giuliano della Rovere, cuando fue elegido papa en 1503, con el nombre de Julio II, trasladó al patio del Belvedere y su gran jardín, que decoró con esculturas de la antigüedad clásica. No se trataba de esculturas religiosas sino mitológicas como el Apolo de Belvedere, la Ariadna dormida y el impresionante grupo del Laocoonte, obra maestra hallada de forma casual el 14 de enero de 1506 en la Domus Aurea.
Tras Julio II los sucesores de la mitra papal, siguieron construyendo nuevos edificios para ampliar las colecciones que llegaban al vaticano, provenientes de las grandes familias italianas con miembros en la curia y de las excavaciones en el subsuelo romano. La situación ha cambiado en muchos aspectos, afortunadamente, en tanto que la institución eclesial hace un uso de sus recursos de forma mucho más racional, también dadas las apretadas circunstancias económicas y los condicionamientos sociales. Digamos que hoy en día la Iglesia nada tiene que ver con aquella opulenta y grandiosa institución: de hecho, hoy me recuerda a ese noble venido a menos que vive en su palacete, heredado, cuajado de obras de arte pero con una renta que obtiene de algunas haciendas que le dan para poco más que vivir con cierta comodidad, y, llegado el caso, acometer obras de mantenimiento que suben un pico. No pasa apuros, pero que ve con cierta preocupación como sus generaciones venideras, si la cosa no cambia, tendrán que comenzar a “realizar patrimonio” empezando por la plata y acabando por quien sabe qué.
La Iglesia seglar y sus numerosas órdenes tienen que reinventarse, no les cabe otra. Parten, eso sí, de la inmensa fortuna de atesorar un patrimonio cultural enorme, pero cuyo mantenimiento es inabordable económicamente por ella misma (el abandono del mundo rural es otra pesada losa), pero también por las instituciones públicas que pueden comprometer su dinero hasta un punto que es cada vez más limitado, puesto que hay muchas partidas que atender de forma perentoria.
Sin embargo, en ocasiones, suceden cosas que hay que celebrar, porque van en la buena línea. Esto no tiene nada que ver con creencias ni con ser o no practicante. Estamos hablando de cultura. El pasado martes quedó inaugurada en la magnífica iglesia de San Joaquín, o como popularmente se conoce, las Escuelas Pías de Valencia, en la calle Carniceros, una exposición permanente con el nombre de “Escolapiart”, que acoge obras relacionadas con la orden y con su fundador San José de Calasanz (1557-1648).
En ella se pueden contemplar desde piezas litúrgicas como cálices, portapaces o casullas, a obras de arte tanto pictóricas como escultóricas desde el siglo XVII al XX, e interesantes documentos, algunos manuscritos, relacionados con las Escuelas Pías y su fundador. Una admirable iniciativa que me consta que se ha puesto en marcha con gran entusiasmo, y que es relevante, puesto que no son habituales proyectos de estas características. No existen demasiados espacios religiosos en la ciudad que se destinen no sólo al culto sino también a la promoción cultural salvo la Catedral y su flamante reciente museo absolutamente recomendable, el histórico museo del Patriarca, la excelente intervención en la iglesia de San Nicolás, como no, gracias a la Fundación Hortensia Herrero, o el proyecto que se lleva a cabo desde hace tiempo en el conjunto de la Iglesia del Hospital en la calle Trinquete Caballeros. Excelente sería que la iglesia de los Santos Juanes, una vez acabe su restauración se erija como otro de los centros culturales en una ruta del XVIII, que junto a San Nicolás y ahora las Escuelas Pías empiece a cobrar cuerpo.
Volviendo a San Joaquín, les recomiendo la visita de forma particular, así como recomiendo que sea incluido este importante templo en el circuito de visitas guiadas a los espacios más importantes de la ciudad y formar parte de alguno de los itinerarios del Barroco y Neoclasicismo valenciano. Aunque fuera sólo por poder acceder al espacio que se habilitado en el amplio deambulatorio situado a unos quince metros de altura entre el arranque de la impresionante cúpula y la nave principal vale la pena, y mucho, subir las angostas escaleras. Una experiencia más en una ciudad que no acaba. La de los Escolapios, para situarnos, si alguien no lo sabe, es la cúpula por antonomasia en una “ciudad de cúpulas azules”, ya que posee el mayor diámetro de las levantadas en España tras la de la parroquia de San Francisco el Grande de Madrid.
Sin embargo, y aquí viene la parte menos agradable, hay que mencionar que la citada cúpula se encuentra actualmente en unas condiciones cuanto menos delicadas, puesto que desde hace unos años presenta unas grietas estructurales preocupantes cuya reparación debería acometerse a la mayor brevedad posible, no porque podría acontecer una situación irreversible de forma inminente, es decir, el peligro está por ahora descartado, pero que en un futuro no lejano podría dar lugar a problemas más graves que conllevarían un mayor coste de intervención y una dificultad mayor para su restauración. El problema con el que nos encontramos es el de siempre en estos casos: la financiación de un proyecto ya presupuestado y que, al menos por el momento, no se puede abordar económicamente. Se me ocurren muchas formas de hacerlo, intentarlo, y se tendrá que pensar en ello: desde la subvención pública pero también la iniciativa privada, el micromecenazgo a través de una campaña ciudadana y la monetización de las visitas guiadas etc. Hay que explorar todas las vías y me consta que están en ello.
Para amar el patrimonio primero hay que conocerlo, y desgraciadamente, un lugar tan espectacular como este, todavía no es todo lo conocido que merece por los propios ciudadanos de Valencia. Son lugares que si estuvieran en otras ciudades llamarían más nuestra atención. No soy nadie para dar consejos, pero la Iglesia tiene una oportunidad enorme y, más si cabe, en un mundo interconectado a través de las redes, para dar a conocer su patrimonio, para volverlo a exhibir como merece, recuperar, si es factible, en unos espacios que son únicos.
El conjunto de edificios religiosos de nuestra ciudad si lo “imaginamos” de una forma unitaria, es, sin duda el gran espacio museístico a pocos pasos unos de otros, con distintas sedes, y eso es algo que no puede pasarse por alto. Es un lujo que no se puede permitir la institución que haya espacios cerrados de alto valor patrimonial porque no hay personal (se me ocurren San Juan de la Cruz o la Trinidad). Pienso que hay que pensar más en una oferta cultural global, en una red a la que se sumen los distintos templos de la ciudad que cada uno haga la guerra por su cuenta. Pienso que es algo que desde hace un tiempo vuelve a considerarse desde dentro de la Iglesia: además de la Palabra, la cultura es una buena herramienta para convertir los templos en lugares de encuentro.
Las modificaciones respondían a la necesidad de mejoras en Colón 80 como centro de valoración de discapacidad antes del cambio de planes de Vicepresidencia