Las diferencias entre Joan Ribó y María José Catalá son muchas, es evidente. Pero tienen una cosa en común: ser alcaldes de Valencia, el mayor honor al que puede aspirar un servidor público que ama esta ciudad.
Esta semana el exalcalde de Valencia, Joan Ribó, ha dejado atrás la primera línea de la política; ha cedido su acta como concejal de Compromís y ha abandonado el consistorio. Podía haber sido una salida más de un político que decide jubilarse y dejar paso a los jóvenes, un paso al lado que solo tiene transcendencia para su propio partido. Pero la alcaldesa, María José Catalá, ha optado por darle protagonismo y despedirlo con todo el respeto institucional que la retirada de un alcalde merece. Qué gran diferencia a cómo actuó él con su predecesora.
A más de uno le ha llamado la atención algo que debería ser habitual: que la alcaldesa reciba a quien le precedió en el cargo en su despacho, compartiendo preocupaciones comunes y sin olvidar sus grandes e insalvables diferencias; con respeto, sin estridencias.
Catalá ha entregado a Ribó, en nombre de toda la corporación local varios obsequios. Entre ellos, un ejemplar de las actas de los plenos en los que Ribó asumió el cargo de primer edil y lo renovó. La alcaldesa le ha vuelto a agradecer el regaló que le hizo Ribó cuando llego a la alcaldía: una olivera que cuida cada día para que crezca, símbolo de su forma de cuidar València, para que cada día sea una ciudad mejor.
Después de tanto tiempo de ruido, de broncas dentro y fuera del hemiciclo, de ataques en las redes sociales, este encuentro me ha hecho recordar el motivo por el que estoy aquí. Los principios y valores por los que un día decidí dedicar mi vida al servicio público y me sumé al Partido Popular. Un encuentro que nos demuestra que esta política es posible. Es la que nos pide la sociedad.
Recuerdo cuando el Ayuntamiento de Valencia nombró concejal honorario a título póstumo al concejal de Hacienda, Ramón Vilar, en 2020. Era socialista y el Partido Popular votó a favor. Me sentí cómoda haciéndolo. ¿Por qué no? Un político puede estar más o menos de acuerdo con las ideas de otro, pero si ha trabajado con empeño por su ciudad elegido por la ciudadanía, no tiene ninguna justificación oponerse.
De la misma forma nos hubiese gustado que hubieran respondido Compromís y PSOE cuando nosotros propusimos conceder a la alcaldesa Rita Barberá la distinción de Alcaldesa Honoraria de la Ciudad de Valencia, a título póstumo, en 2021 y se negaron. Un reconocimiento por haber sido una figura fundamental en la historia reciente de la ciudad y por su gestión municipal con la que consiguió la mayor transformación y proyección internacional de Valencia de las últimas décadas.
Afortunadamente, conseguimos sacar este merecido reconocimiento adelante en cuanto accedimos al gobierno. Rita Barberá dedicó 24 años de su vida a esta ciudad, porque así lo decidieron una y otra vez los valencianos. Más allá de las diferencias políticas, el reconocimiento de los méritos y la trayectoria de una figura que impulsó Valencia para convertirla en la ciudad de referencia que ha conseguido ser, debería servir para unir en lugar de separar.
Nosotros queremos mantenernos en el respeto y la lealtad institucional, por muy difícil que nos lo pongan. El nivel de crispación es tan elevado que parece imposible bajar los decibelios. La izquierda siempre está en modo campaña electoral: el “no porque no” y el “y tú más”.
Pero señores, no se trata de vivir constantemente en un contexto bélico para ganar unas elecciones. El mejor ejemplo lo tenemos en el gobierno de Sánchez, empeñado en la batalla continua con el objetivo de perpetuarse en el poder, desviar la atención sobre la corrupción de su partido y seguir aferrado al sillón. Y aquí entra el “todo vale”, lo hemos visto en sus ataques desmedidos y chabacanos a la presidenta Ayuso.
No nos puede sorprender que quien es capaz de pactar con los peores enemigos de España para mantenerse en la Moncloa, aunque suponga tener el país bloqueado, sin presupuestos y sin capacidad de avanzar, premie con ministerios a aquellos que demuestran tener la lengua más afiliada y que van a dar más juego en las televisiones, como Óscar Puente.
Pero hay límites que nunca se deberían pasar: sólo demuestran la falta de argumentos, de ideas y la calidad humana... Entre estupor y tristeza escuchaba hace unos días a la concejala socialista Sandra Gómez mandar a nuestra alcaldesa María José Catalá al infierno. Así, como lo oyen. Ella, con su feminismo de boquilla, no se le ocurre ningún argumento político con más peso que decirle a otra mujer en un acto público, en el que la alcaldesa no estaba presente, “vaya con mucho cuidado, porque tiene un lugar muy especial reservado en ese infierno”. Y lo hizo burlándose de su condición de creyente (Pues menos mal que estábamos en plena Semana Santa Marinera y la socialista dice que la respeta. Visto lo visto, será solo de boquilla). Y todo así. Lo vivimos con hartazgo en cada Pleno.
Quizás algún día consigamos superar esta etapa de polarización que no beneficia a nadie, y en lugar de escribir titulares como Ribó versus Catalá, podamos escribir Ribó y Catalá. Dos políticos, uno gobernando y otro en la oposición, con ideas totalmente opuestas, capaces de dialogar en beneficio de Valencia.