¿Quedará algo en pie cuando echemos a Atila Sánchez? A lomos de su caballo Isidoro, el presidente galopa por todo el país destruyendo lo que encuentra a su paso. Pero el animal, exhausto de tanta correría, es inocente. Hay que crear un fondo para rescatarlo del jinete pálido
Mi madre es una taurina que nunca ha pisado una plaza de toros. Por la tarde, a la hora de la merienda, le gusta ver las corridas que emite la televisión pública de Castilla-La Mancha. Es su manera de matar el tiempo. Lo que más le agrada son las corridas de rejones, por los caballos. Mi madre dice que el caballo es el animal más hermoso de la naturaleza, además de inteligente, porque en una plaza pone toda su astucia para salir bien librado del morlaco que le ha tocado en desgracia.
Yo coincido con ella en que la equina es una de las razas animales más elegantes y bellas. Si no fuera tan miedica, hubiera sido jinete como la hija de Ferrer-Salat. Ya que no me atrevo a montarlos, lo compenso comiendo su carne. Sé que lo que digo no agradará a la parroquia vegana, pero para mí comerse un filete de caballo es una decisión muy razonable. En el restaurante l’Encert, de València, lo he pedido de segundo plato. Y está riquísimo. Hace tiempo que no voy.
El caballo es también animal querido por los cronistas históricos. Todo gran hombre se ha distinguido por cabalgar a lomos de un jaco. Alejandro ganó batallas montando a Bucéfalo; el Cid hizo lo propio con Babieca; y Espartero presumía de los atributos del suyo, bien visibles en las estatuas ecuestres de Madrid y Logroño.
Pero quizá no haya habido uno con más fama que Othar, el caballo de Atila, el último caudillo de los hunos. Se decía que por donde pisaba no volvía a crecer la hierba. Atila es uno de los malotes de la historia, como lo es ahora Vladímir, por su crueldad y perfidia.
Sin embargo, muy pocos han reparado en que los españoles tenemos también a nuestro Atila, conocido por Atila Sánchez, quien no procede de Asia sino del barrio madrileño de Tetuán. Es, sin duda, más apuesto que el llamado “azote de Dios”.
A Atila Sánchez, además del baloncesto, le apasiona la hípica. Y es probable que cualquier día, aconsejado por uno de sus once mil asesores vírgenes, haga un posado a lomos de un potro, ocultando la mirada con sus gafas de Tom Ford, que le quedan fenomenal cuando vuela en el Falcon. Al caballo de Atila Sánchez lo hemos bautizado con el nombre Isidoro, muy del español corriente.
Triste, desagradecida e ignorada es la existencia de Isidoro. También por donde galopa no vuelve a crecerla hierba; deja de haber signos de vida animal o vegetal. Su jefe le da órdenes desde 2018, cuando se hizo dueño del cortijo (España) entrando por la puerta del servicio. Va para cinco largos años en que Isidoro trota por todo el país destruyendo todo lo que encuentra a su paso, economía, sanidad y educación incluidas, y esto le crea mala conciencia, además de incertidumbre sobre su futuro penal cuando el jinete de Tetuán sea desalojado del poder en las elecciones generales.
“La lista de destrozos del caballo de Atila Sánchez es terrible. Isidoro ha pateado la mayoría de las instituciones del Estado”
La lista de destrozos ocasionados por el caballo de Atila Sánchez es terrible. Isidoro ha pateado la mayoría de las instituciones del Estado: el Parlamento, semicerrado en los meses del encierro domiciliario; la Fiscalía General del Estado, la Abogacía del Estado, el CIS, el Tribunal de Cuentas, la Policía Nacional, la Guardia Civil y, por último, el CNI. Solo le falta cocear a una parte de la judicatura, que se le resiste al jinete pálido, y el Banco de España.
Como tiene mala conciencia —ya quedó dicho—, el caballo de Atila Sánchez intenta ocultar la sangre que chorrea de sus pezuñas. Es la sangre de altos funcionarios del Estado que fueron descabalgados de sus responsabilidades para contentar a la hidra independentista. En la cuneta están los cadáveres de Paz Esteban, Carmen Tejera, Edmundo Bal, Manuel Sánchez Corbí y el coronel Diego Pérez de los Cobos. La sangre también alcanza a antiguos correligionarios de partido, como el maestrillo de Torrent, don Ábalos, y la señora Carmen Calvo de Cabra.
Ver a Isidoro correteando por la espaciosa y triste España me hiela el corazón, me acongoja. Veo sus ojos lacrimosos y sé que lo está pasando mal. No puede más, está exhausto y le cuesta responder a los golpes de la fusta de su amo. Cuando relincha, nos está diciendo que lo salvemos de su señorito. Esta actitud tiene un puntito de patriotismo. Pero no espere el corcel que las dos derechas (la derecha finolis del discreto Alberto y la montaraz de Santi el Asirio) hagan nada por rescatarlo. En los momentos decisivos siempre salvan a Atila Sánchez, como se vio en el trámite parlamentario de la nefanda Ley de Seguridad Nacional.
En tales circunstancias es urgente emprender una campaña de recogida de fondos (crowdfunding, lo llaman los jóvenes entendidos) para pagar el rescate de Isidoro y, de paso, detener lo poco que queda en pie de España. El partido animalista debería comprometerse en esta iniciativa. Allá donde un animal sufre por maltrato, debe haber un ser humano poniendo remedio. Los niños como mi sobrino, instruidos en la defensa y el cariño a todos los seres vivos, entienden lo que digo. Isidoro somos todos. Librémoslo de Atila Sánchez y que sea libre trotando por una dehesa de nuestro querido Enrique Ponce. Será el primer paso para reconstruir España.