la cultura invisible / OPINIÓN

Si el amor es un bosque, San Valentín es un pino en una maceta

16/02/2019 - 

 Uno en esta vida ha sido de escribir poemas de amor y canciones. De enviar misivas anónimas en manos de amigos de confianza, buenos amigos, de esos que lo delatan a uno en las causas del amor, que son en las que se lo debe delatar a uno. Porque si uno no encuentra el valor para decir un «me gustas» con trece años, alguien debe hacerlo por ti. Y que llegue la calabaza lo antes posible. No se debe perder un segundo ni un gramo de amor por un amor que no sea de dos, entre dos y para dos. El amor de uno solo no es amor. Es un relato que nos puede ayudar a ver pasar las estaciones, las de tren y las otras, que ambas saben mucho de besos que no llegan nunca. Pero el amor de uno hacia fuera no es amor. Deseo, anhelo, necesidad o sueño, quizá, pero no amor.

Y así, uno pasa la niñez, la adolescencia y la juventud rodeado de poemas, de canciones, de detalles invisibles en los que uno construye su yo, con un tú que llega de pronto y luego se va hasta otro yo que es un tú. Siempre hay un yo y un tú en el amor, o mejor que no haya amor. Y tras todas estas letras rendidas al amor inocente, tantas canciones fotografiando madrugadas; la lluvia torrencial sobre un coche aparcado en una gasolinera bajo una tromba de agua donde dos vidas se dicen adiós; una noche en un cine con dos únicos espectadores que saben que es el último pase de su historia de amor; un beso que se deja para más tarde una noche de bares y que nunca llega, ni pasados los años, ni las vidas, ni pasados otros amores ni nada.

Porque fuera no hay nada. fuera no hay música, ni siquiera hay silencio. Sin amor, del tipo que sea, no hay nada. Ni ventisca, ni nada.

Y con todos estos ir y venir a la gente le sorprende que uno nunca haya celebrado el 14 de febrero. No es una guerra. No voy vociferando una causa abierta contra San Valentín. No es una posición. Ni siquiera una convicción. Simplemente, no le veo interés. No es una fecha que me haga conmemorar mi amor por nadie. Tampoco por nada. Es una fecha tan genial como el 13 o como el 15 de febrero. Y tan poco genial como el 13 o como el 15 de febrero. No he conocido a nadie un 14 de febrero. Ni he dado un primer beso. Ni he concebido un hijo. Ni siquiera he dado mi número de teléfono a nadie un 14 de febrero. En ninguna relación ha supuesto un momento especial, ni me ha traído un recuerdo. Ningún 14 de febrero ha consolidado mi amor por nadie, ¿por qué iba a celebrar con nadie, pues, esa fecha?

Conmemoro el amor, sí. Cada minuto del amor. Porque fuera no hay nada. Fuera no hay música, ni siquiera hay silencio. Sin amor, del tipo que sea, no hay nada. Ni ventisca, ni nada. Incluso tengo un recuerdo de cariño para el amor pasado. Tengo fechas que me traen minutos, segundos, besos, noches, tardes, cielos nubosos o vientos polares. Tengo fotogramas que me hacen cerrar los ojos a veces y ver películas en las que salgo yo. Pero ninguno de esos días fue ni es San Valentín.

Si el amor es un bosque, San Valentín es un pino en una maceta. Un día no puede alimentar un amor, ni por pequeño que sea. El amor no cabe en un recipiente. El amor es o no es. O somos un bosque, o no podremos ser ni una planta. Si me permiten un consejo, amen todo lo que se menea, desde ustedes mismos hasta el cepillo de dientes, o no florecerá ni una molécula de amor. Erich Fromm lo tenía claro. El amor es una actitud. Respect.


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