Hoy vengo aquí a reivindicar en una pelea a navaja la superioridad de la monarquía inglesa frente a la versión descafeinada que nos ha tocado en estas tierras (caudillo mediante). Partamos de la base de que contar con un rey como jefe de Estado es un insulto a cualquier sistema democrático. “Ay, pero es una monarquía parlamentaria, mimimimi”. No. Se trata de una institución anacrónica que se carga todos los principios de igualdad entre los ciudadanos y que se pitorrea del derecho al sufragio para elegir a nuestros representantes públicos. Resulta una patochada sideral tener que asumir como líder vitalicio a un señor designado por mandato divino y, en el caso de Españita, como simpática herencia franquista. Que una dinastía ostente cargos institucionales porque su porvenir esté trazado en las estrellas por los siglos de los siglos es una trama argumental que no se sostiene, cariño.
Dicho todo esto, nos encontramos con unas élites reaccionarias encantadísimas con la idea de un mandatario nombrado por criterios reproductivos y a un PSOE empeñado en defender que no es el momento de plantear un cambio al respecto. Ni siquiera de consultar a la ciudadanía sobre su parecer. Aquí no hay nada que ver, circulen. Fíjate que su alma es republicana, ¿eh? Pero, por lo que sea, nunca encuentran el hueco en la agenda para abordar este asunto. A mí me pasa lo mismo con lo de descongelar la nevera, les entiendo. Pero es que, encima de estar financiando una monarquía, nos toca comernos también la matraca sobre lo profesionales y competentes que son Felipe y Letizia en todos sus cometidos. Sobre su gran compromiso con el puesto y, mi favorita, la suerte que tenemos de contar con una Casa Real “tan austera, moderna y pegada a la realidad”. Con esa pequeñísima fortunita que tienen, apenas nada, una riqueza diminuta que, además, les importa poquísimo porque ellos solo son embajadores asépticos, casi burócratas. “Ay, son como una familia normal, pero con más responsabilidades”, suspiran los fanses de Zarzuela. ¡Pues menuda cutrada, así te lo digo!
Si tenemos que mantener a esta gente con fondos del erario público, si van a disfrutar de instalaciones que nos pertenecen a todos y privilegios a los que jamás tendremos acceso por cuestiones meramente biológicas, al menos, que nos proporcionen espejismos de fastuosidad, pompa y boato como hace la Corona británica. ¿Qué es esto de presentar a los soberanos como una especie de emprendedores con una start-up de relaciones institucionales? ¿Acaso son Felipe y Letizia los CEO de una empresa tecnológica que desarrolla software y la Zarzuela un coworking con futbolín? ¡Me niego! O me dan una república o se sumergen en una sobredosis de oropeles y enaguas a lo Windsor. Exijo un protocolo complejísimo y absurdo, exijo un Balmoral. Carrozas. Vajillas de 35.000 piezas. Cuatrocientos millones de caballos desfilando en cada acto. Quiero mantos de armiño y tiaras hasta donde alcance la vista. Quiero uniformes decimonónicos por todas partes. O me das Sisí emperatriz vibes o no me des nada.
Yo estaría encantada de que la opinión pública se lanzara a destripar los lazos de la monarquía con sanguinarias dictaduras de ayer y de hoy. Pero como no tiene pinta de que eso vaya a suceder en breve (Partido Socialista Obrero Español, te vuelvo a hablar a ti, te recuerdo tu nombre por si lo tienes olvidado en un archivador de los apuntes de primero de carrera), me consolaría ver a Felipe VI haciendo sketches cuquis sobre merendar con Peppa Pig, igual que Isabel II hizo con Paddington (la pérfida Albión finge que la difunta soberana no tuvo nada que ver con la represión en las antiguas colonias de su imperio, pero al menos salía compartiendo sándwiches con un peluche, nosotros ni eso). Esta cosa tibia y mediocre de hacer sus discursitos insípidos y sus inauguraciones y luego irse a casa como si volvieran de una agotadora jornada de oficina me parece una estafa total (dentro de la estafa que es en sí cualquier monarquía).
Quiero miles de reportajes fotográficos empalagosos con todas esas joyas y propiedades fruto de la opresión a nuestros antepasados. Quiero iconos pop, mascotas carismáticas y espectáculo, miriñaques y sombreros. Quiero rígidas costumbres que lleven vigentes desde hace cuatro siglos. Si hemos de someternos al expolio de las arcas públicas en ese delirio que es una Casa Real, al menos merecemos unas migajas de retorno en forma de cursilerías vetustas.
Y en vez de toda esa magia, nos venden la farsa de una monarquía tecnócrata, ¡lo peor de los dos mundos! Para eso, que se hagan franquiciados de Los 100 Montaditos o influencers y nos dejen elegir periódicamente al jefe del Estado que queramos. No creo que haga falta ser la patata más avispada del saco para entender que no se puede modernizar una institución cuya esencia misma se basa en premisas completamente desfasadas. ¡Que llevan la naftalina en el ADN! Una corona adaptada a los tiempos es una corona que debería disolverse.
Si no tenemos justicia social, exijo, al menos, una cantidad obscena de fantasía.