La bailarina Sol Picó visita Les Arts del 27 al 29 de octubre con su espectáculo 'Malditas Plumas', una oda a los personajes secundarios que merecen su lugar en el universo de la danza y una historia sobre dejar de temer al fracaso y la frustración
VALÈNCIA. De Sol Picó se podría decir que lleva bailando toda su vida. La alcoyana, con 56 años, es considerada como una de las mejores de la escena contemporánea española y acumula hasta 10 premios Max y el Premio Nacional de Danza, que obtuvo en el año 2016. Lleva la mitad de su vida a los mandos de la Compañía Sol Picó, dedicada a la danza contemporánea, y confiesa que, con el paso de los años, solo hace que aprender nuevos movimientos y nuevas formas de trabajar.
“La danza tiene muchas ramas, no hay que estar solo en el escenario. El texto y la interpretación me encantan, y permiten que se abran todo tipo de posibilidades ante ti”, confiesa, y se atreve a estas nuevas posibilidades en su nuevo espectáculo Malditas Plumas, que aterriza en Les Arts del 27 al 29 de octubre. En este cuenta “la historia de una muerta que quería ser vedette”, y rinde homenaje a las bailarinas de Paral·lel de Barcelona, personajes secundarios de un relato en el que merecen convertirse en protagonistas.
Junto a la escritora Cristina Morales (Premio Nacional de Narrativa en el año 2019) elabora los textos que rinden homenaje a las bailarinas del Paral·lel de Barcelona, un viaje a los años 20 para contar la historia de unas niñas que querían presentarse a un concurso para convertirse en la Scarlett O’Hara española. Sobre el escenario, Picó baila, reflexiona, actúa y dialoga con los espectadores en un espectáculo que según ella crea “nuevos adictos a la danza” gracias a su novedosa estructura.
En esta especie de danza fusionada con teatro, toca elementos muy humanos como la frustración, el paso del tiempo y la idea de no querer intentar algo si no existe la certeza de que vaya a salir perfecto. Con todo ello, Picó se sube al escenario para abordar todos esos temas que aterrorizan a cualquiera en el largo camino para alcanzar el éxito. Que empiece el baile.
-¿Por qué homenajear a las artistas de Paral·lel?
-Me gusta crear paralelismos entre la ficción y la realidad. De alguna manera, es algo que acaba acercándome mucho a mí misma. Quería contemplar el mundo desde sus luces y sus sombras, hablar de esas personas que pasan tanto tiempo de su carrera esperando llegar a ser algo más que un personaje secundario. Ese sentimiento se traslada a algo universal, a la idea de estar esperando algo que nunca se va a cumplir. La obra va también de cómo se encaja eso, de la muerte, de la decadencia...
-¿Trabajas estas ideas desde la autoficción?
-Jugamos siempre entre dos mundos, entre ficción y realidad. Siempre se cuela un poco de mi vida. Es un concepto que salta y que a veces puede confundir a quien intente averiguarlo, y funciona para intentar comprenderme. El texto lo trabajo también con otros autores: Cristina Morales, Francisco Casavella y Heinrich Böll. En conversación con ellos mezclamos la historia con el concepto de la frustración.
-Concepto que está presente en toda la obra, y en la vida
-Para mí, la frustración forma parte indispensable de cualquier persona. Me da la sensación de que la escondemos y enseñamos solo lo bueno… Hay que sacar también lo que nos duele, forma parte del camino y nos construye. Subestimamos mucho el éxito, sin tener en cuenta que, tras este, hay muchos fracasos a los que hay que darles más peso.
-¿Tiene Sol Picó miedo a ese fracaso?
-A mí me sigue pasando constantemente. Sigo recibiendo “noes” y comentarios como “esto que has hecho no me gusta o interesa”. Tras esto hay mucho dolor y tenemos que saber llevarlo.
-Ligado con la idea de la frustración, hablas también en el espectáculo de hacerse mayor y dejar de “servir” para algo, algo que sucede en el mundo de la danza
-No hay que confundir este concepto con el fracaso. En el mundo de la danza no hace falta estar solo sobre el escenario, hay que leer todas las posibilidades que se abren a tu alrededor. Eso sí, el trabajo físico requiere un esfuerzo cuádruple al de antes. Ahora minimizo energía y un masajista me ayuda tras cada función. No hay otra. Lo que antes era una hora de entrenamiento, ahora son tres. Eso implica dolor y cansancio.
-¿Valora el público el factor de la edad?
-Yo veo una sociedad que todo lo que ve a partir de cierta edad cada vez le interesa menos… No queremos admitirlo, pero hay cierto desprecio sobre las cosas que son feas y que están “arrugadas”.
-¿Y cómo lo vives tú?
-Pienso que hablar sobre esto es un trabajo que hago a mi favor. Podemos ser grandes, pero saltamos todo lo necesario. [Ríe] Para mí, el espíritu es reivindicable y no se puede entrenar. El cuerpo, sí. Hay que tener ganas de hacer muchas cosas, y que el cuerpo acompañe al espíritu en este caso.
-¿Qué consideras que te queda por hacer?
-Muchos proyectos, cosas enfocadas más allá del escenario. Tengo mis ideas; la ilusión y las ganas que tengo por hacer me mantienen viva. Me queda mucho por aprender, voy activamente a cursos y siempre me voy formando. La vida te ofrece tantas cosas respecto al arte que nunca terminaría.
-Y en este espectáculo escribes, actúas y además bailas.
-Aprendo mucho de cada actuación. En el caso de este espectáculo, aprendo que siempre que compartes tu punto de vista, tu dolor, tu fracaso y tu forma de explicar las cosas, aprendes que no estás sola, que el mundo no es tuyo ni de nadie y que hay mucha gente compartiendo las mismas cosas que tú. Encuentro reconfortante reflexionar sobre estas perspectivas de la vida, de la muerte y de las mujeres. Son ideas compartidas que, cuando las plasmo en el espectáculo, me quedo con el corazón lleno.
-¿Qué aporta Malditas Plumas al público?
-Mucho más que danza. Es un espectáculo muy abierto que puede entrar en las almas de la gente que no esté acostumbrada a ver danza. Es una mezcla entre teatro, historia y danza que creo que puede funcionar muy bien.