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Subir nueve escalones mirando por el retrovisor

9/11/2023 - 

Venía siendo recurrente en los últimos tiempos, en el discurso de la ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant, la mención de que España ocupa la posición número 11 en producción científica a nivel mundial, pero se sitúa en el puesto número 29 en los rankings de innovación.

La novedad que viene produciéndose de un tiempo a esta parte, con motivo de las conversaciones privadas previas a la potencial investidura de Pedro Sánchez, es que ahora la política valenciana apostilla que el reto de la próxima legislatura será mejorar esa posición y situarse en el puesto número 20.

Subir nueve escalones en cuatro años suena a verdadero desafío de país, un propósito por el que sí vale la pena ilusionarse. Pero no resultará sencillo conseguirlo si no se acometen cambios estructurales de calado. Y eso no parece muy probable en las circunstancias actuales. Por desgracia, los rankings de innovación que elaboran entidades independientes y serias, como el World Economic Forum, no se pueden trucar, algo a lo que somos tan propensos. Nos encanta mostrar una apariencia de plenitud que no existe.

Escuchar a la vicepresidenta económica Nadia Calviño hablar de su ‘España de las Maravillas’, por ejemplo. Frases como “España está a la vanguardia de la transformación digital en Europa, ya se empiezan a ver los frutos de este esfuerzo colectivo”, como dijo en su intervención en el Foro de Ametic en Santander, verdaderamente deben de sonar chirriantes en cualquiera de los grandes foros tecnológicos. Y no convienen.

Nadia Calviño fue capaz de citar en aquel discurso el informe ‘Artificial Intelligence Index 2023’ de la Universidad de Stanford como un logro, porque en él se alude al alto volumen de referencias a la inteligencia artificial en la normativa española. Como si fuera un mérito. No hizo la salvedad de que en el mismo documento queda reflejado que la inversión de España en IA entre 2015 y 2021 ha sido un tercio de la de Francia y tenemos ocho veces menos empresas especializadas en ese ámbito tecnológico que Reino Unido. Su número dividido por ocho.

No será fácil subir al puesto 20 del ranking mundial en innovación, como se conjura Diana Morant. El problema no radica exclusivamente en la dificultad para superar a los países que tenemos por delante, que ya resulta significativa, sino en la velocidad a la que avanzan los que tenemos por detrás, en los que la apuesta por políticas de fomento de la I+D+i, la implicación de las universidades con la industria y el impulso de la colaboración a nivel global van realmente en serio.

La agresividad para captar talento de los países en vías de desarrollo con altos niveles de liquidez, como los Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Singapur, además obviamente de China, y los que empiezan a contar con capacidad para competir en el Sudeste asiático y el Este de Europa, resulta sobrecogedora. Están dispuestos a crear sectores de la nada. La tecnología no es el problema, las materias primas tampoco y cada vez lo es menos el talento.

Foto: RON LACH/PEXELS

Sueldos astronómicos para atraer directivos de primer nivel, escuelas internacionales de primer nivel para sus hijos, universidades de vanguardia con científicos referentes en sus campos, happylands (protegidos por un muro de la realidad de los ciudadanos en régimen de semiesclavitud) con billetes en primera clase en la aerolínea estatal para ver a la familia cuando se desee…

Cuando por razones profesionales te aproximas a iniciativas como el proyecto The Line de NEOM en Arabia Saudita muchas cosas suenan a ciencia ficción: una ciudad aparentemente imposible de 500 metros de altura, 200 metros de ancho y 170 kilómetros de longitud. Uno ya no sabe qué pensar, están convencidos de hacerlo. Y su mercado no es Europa ni Estados Unidos. Qué nos está pasando en Occidente.

“En mi hambre mando yo”, es la frase que tuvo que escuchar un investigador valenciano, procedente de uno de los grandes hubs científicos mundiales, del jefe de departamento de una de nuestras mejores universidades cuando trató de entender por qué se le ofrecía apenas un cuarto de 40 metros cuadrados para montar un laboratorio y la posibilidad de dar clase a alumnos de Primero de su grado. Como no reaccionemos pronto, esa será la frase que acabará definiendo el reparto de poder en nuestro ecosistema de innovación: que cada cual mande en su trocito de hambre.

No conviene seguir creyendo en los atajos, sería la recomendación para la clase política. El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, tenía una prueba de fuego en su reunión con el Alto Consejo Consultivo en I+D+i (quizás debería de actualizarse la web para que no siga apareciendo Ximo Puig, sugiero). El ACCIDI es el espacio de encuentro de lo más potente y admirable del talento científico-tecnológico de la Comunitat Valenciana.

La cuestión es que, tras escucharle, entre la audiencia seguía sin quedar muy claro todavía el mensaje acerca de cuál es la propuesta del nuevo Consell para impulsar el ecosistema de I+D+i. Tampoco la consellera de Innovación, Industria, Comercio y Turismo, Nuria Montes, despejó mucho las dudas con su intervención.

Se da por hecho que se potenciará el modelo competitivo en el reparto de fondos públicos, en detrimento de las subvenciones directas, lo que ha hecho reaparecer los fantasmas de la gestión que llevó a cabo en su día Máximo Buch. Las universidades podrían encontrar el camino menos diáfano, porque no son porcentualmente las más hábiles en este tipo de convocatorias, como se pudo ver en el reparto de fondos del H2020. Alicante va a echar de menos su posicionamiento como sede en el ámbito de la innovación, Distrito Digital y la Fundación Ellis no han conseguido desarrollar un efecto tractor suficiente.

En un momento tan convulso desde el punto de vista geopolítico, Europa sólo mantiene el liderazgo en innovación en el sector automovilístico, tanto en patentes como en inversión en I+D. Sigamos la pista de los países que cuentan con grandes bolsas de liquidez: los productores de petróleo invierten en la industria que sucederá a la de los combustibles fósiles, una de más valor añadido, desde química a energía, y los países del sudeste asiático que han conseguido crecer con costes bajos de mano de obra también trabajan en los nuevos sectores que tomarán el relevo de sus industrias manufactureras.

Imposible olvidar la forma en la que el científico Manuel de León relata su viaje a los centros de investigación en matemáticas que ha puesto en marcha China. Si él alucina, qué podemos hacer nosotros. Y las matemáticas son el lenguaje de la inteligencia artificial (también en buena medida de la humana), de modo que menos frivolidades acerca de nuestro liderazgo en cosas en las que hemos renunciado a invertir como estrategia de país. Subir esos nueve escalones, Diana Morant, costará sangre, sudor y lágrimas. ¿Estamos dispuestos a renunciar a parte de nuestra confortable vida para conseguirlo?

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