DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

Tambores de guerra

25/03/2024 - 

España inicia sus conversaciones para incorporarse a la OTAN durante el Gobierno de Adolfo Suárez y acuerda su participación en dicha alianza militar con Leopoldo Calvo Sotelo en 1982. Posteriormente, el pueblo español, estando ya en la Presidencia el socialista Felipe González, y tras una campaña deliberadamente ambigua bajo el lema "OTAN, DE ENTRADA NO",  mediante un referéndum en el que participaron un escaso 56% de los electores, se ratificó su permanencia con sólo el 59,4% de los votos favorables. Es decir, poco más de uno de cada cuatro españoles con derecho a voto dio el visto bueno a dicho ingreso. Además, en dicho referéndum se establecieron tres condiciones vinculadas al sí: no incorporar a España a la estructura militar de la OTAN, prohibir las armas nucleares en territorio español y reducir progresivamente la presencia militar de EEUU en España.

Resulta evidente que ninguno de estos compromisos se ha cumplido: nos encontramos metidos de lleno en la estructura militar, con tropas sobre el terreno en distintos conflictos; los buques de guerra americanos de la base de Rota pueden portar y, según algunos expertos las portan, armas nucleares; y la presencia de tropas de EEUU en nuestro país es cada vez más importante, como lo demuestra la ampliación del número de buques en la citada base militar aprobada recientemente por el Gobierno de España.

Conviene recordar todo esto ahora que se empiezan a oír tambores de guerra y nuestros dirigentes patrios y europeos lanzan mensajes cada vez más preocupantes sobre la "urgente necesidad" de armarnos para un inevitable conflicto bélico con Rusia porque, según nos cuentan, nos quiere invadir; aunque yo no entiendo qué interés pueden tener en ello y no sé por qué me viene a la cabeza la campaña mediática que 'justificó' la invasión de Iraq por parte de los EEUU y sus aliados so pretexto de las famosas "armas de destrucción masiva" que nunca aparecieron.

"nadie habla de buscar la paz, ni se ponen en marcha los mecanismos diplomáticos para ello"

Macron, el presidente de Francia, habla de enviar tropas a Ucrania para que sustituyan a las que éste país tiene en la frontera con Bielorrusia, y así poder reubicar estas tropas en frente oriental de la guerra con Rusia. Bruselas pone en marcha mecanismos para la compra conjunta de material bélico y el impulso de la industria armamentística europea, mientras Borrel deja caer que tendremos que asumir la reducción del gasto social y el incremento del gasto militar. Y nuestro presidente, Pedro Sánchez, se reúne hace tan sólo unos días con los fabricantes de armas de nuestro país –empresas de capital extranjero todas ellas-, mientras su ministra de Defensa anuncia el envío de no sé cuántos más carros de combate Leopard a Ucrania, por poner sólo algunos ejemplos recientes.

Y nadie habla de buscar la paz, ni se ponen en marcha los mecanismos diplomáticos para ello.

Esta actitud belicista, de búsqueda del conflicto, no es nueva. De hecho, cuando miro para atrás se me revela como clave la actitud de la OTAN ante la 'implosión' de la URSS que tuvo lugar al final de la década de los años 80 y cuyo hecho histórico más mediático fue, sin duda, la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. En aquellos años, se pudo constatar que 'el oso ruso' con el que nos habían estado metiendo miedo tras la guerra fría, en realidad, era un ogro con los pies de barro. Rusia, y con ella todos los países que habían formado parte del Pacto de Varsovia, estaban en la más absoluta ruina.

Algo que puede constatar en primera persona en 1990 y 1991 en sendos viajes que realicé a Praga y a Cracovia, este último en mi coche llegando a Rusia. Ciertamente el comunismo había dejado arruinados moral y económicamente esos pueblos del Este de Europa: era tarea casi imposible comprar gasolina, los cortes de suministro eléctrico eran continuos, los comercios estaba desabastecidos –en todo un escaparate habían a lo mejor un par de botellas de champú- y, lo peor, se respiraba una cierta tristeza y frustración entre la gente. En Katowice, el pueblo donde nació Juan Pablo II, en plena Silesia, antes importante polo minero e industrial, todo estaba viejo, abandonado y ennegrecido y, por primera vez en mi vida, pude ver mujeres borrachas tirada por la calle… y llegué a dudar de que, llegado el caso, si algún loco mandatario quisiese pulsar el botón rojo nuclear contra occidente, aquello funcionase en un país donde nada funcionaba. Seguro que estarían oxidados los mecanismos, las comunicaciones no se establecerían, el mantenimiento no habría sido el adecuado o los técnicos, mal pagados y desmotivados, estarían borrachos o buscando qué llevar de comer a la mesa de sus familias, pensé.

Y fue por aquel entonces cuando Putin, sí la encarnación del mal, causa y chivo expiatorio de todos los problemas que nos afligen en occidente, planteó a Clinton en junio de 2000 la posibilidad de que Rusia se incorporase a la OTAN. Cuestión a la que rápidamente, no sea que la cosa fuese a mayores, el presidente de los EEUU, tras consultar con sus asesores, le contestó un rotundo no.

"LOS ANGLOSAJONES MANDAMASES DE LA OTAN VIERON UNA OPORTUNIDAD DE ORO PARA HACERSE CON LAS INMENSAS RIQUEZAS QUE ATESORA LA FEDERACIÓN RUSA"

Pronto se vio que los planes de los EEUU junto con sus aliados de la OTAN era, precisamente, el contrario a buscar un nuevo marco de relaciones de cooperación para la paz entre antiguos enemigos. Así, incumpliendo las promesas realizadas a Gorbachov y Yeltsin de que la OTAN no se ampliaría hacia el Este, continuaron haciéndolo y, tras la incorporación de Hungría, Polonia y la República Checa en 1999, vino la de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia en 2004, y la de Albania y Croacia en 2009 y de Montenegro en 2017. Y finalmente, alentados por EEUU y sus aliados, Ucrania y Georgia mostraron su interés de unirse a la OTAN.

Procede, en este momento del relato de los hechos, una pregunta ingenua: ¿por qué se mantuvo e incluso se amplió la OTAN cuando se suponía que la principal razón de su ser era hacer frente a la amenaza soviética y ésta había desaparecido?

Para mí que los anglosajones mandamases de la OTAN vieron una oportunidad de oro de hacerse con las inmensas riquezas que atesora la Federación Rusa: gas, petróleo, minerales preciosos, tierras raras, inmensos recursos forestales, agrarios y pesqueros, entre otros. Ningún momento más propicio para ello que el de una Rusia postrada en la que, como nos informaban los medios de comunicación y mostraban imágenes en los telediarios, los mendigos de los parques en Moscú sobrevivían gracias al canibalismo y la población, para comer carne, compraban latas de comida para perros.

Pero, ¡ay!, la moza les salió respondona y, con Putin afianzado en el Gobierno, los oligarcas rusos y sus socios occidentales vieron frustradas sus ansias expoliadoras de las riquezas rusas, lo que, sin duda, era más de lo que estaban dispuestos a consentir.

Cada vez hay más evidencias de que los servicios secretos occidentales estaban detrás de la revuelta de la plaza del Maidán de Ucrania en la que francotiradores apostados en terrazas dispararon y mataron manifestantes, y que supuso un salto cualitativo respecto de la revolución naranja de unos años antes y contribuyó de manera decisiva al denominado golpe de estado blando con la salida de Yanukovich, otro corrupto de los que tantos había y hay en Ucrania. Recientemente declaró la portavoz del Departamento de Estado de los EEUU, Victoria Nuland, que gastaron más de 5.000 millones de dólares en aquellos años en Ucrania para su "democratización".

No es mi intención valorar en este artículo los múltiples factores que desembocaron en la actual guerra de Ucrania, y mucho menos de parte de quién está la razón, porque seguro que todas las partes tienen algo de ella. Sólo trato de poner sobre la mesa lo obvio: que detrás de todo conflicto bélico siempre hay unos intereses económicos que desprecian el sufrimiento de las personas, de los pueblos, que ven cómo se empobrecen y sus hijos mueren o quedan mutilados en el frente de batalla, mientras los accionistas y los fondos de inversión detrás de las empresas armamentistas se frotan las manos con pingües beneficios, al mismo tiempo que los gobernantes ocultan sus nefastas políticas y sus corrupciones tras la niebla de la guerra.

"es el momento de poner pie en pared y decirles que NO queremos la guerra"

Por ello, ahora es el momento de poner pie en pared y decirles que NO queremos la guerra, que trabajen diplomáticamente para alcanzar acuerdos que, seguro, por malos que sean, serán mejor que una buena guerra. Que nos dejen vivir en paz, comerciando con nuestros vecinos y no tan vecinos, porque el comercio es el lubricante de las relaciones de los pueblos y facilitan, tal y como se puede comprobar a lo largo de la historia de la humanidad, el acercamiento imprescindible para poder conocernos, paso previo a tomarnos cariño.

Es el momento de decirles que NO queremos más sanciones económicas que, en el mejor de los casos, sólo sirven para distorsionar los mercados y hacer sufrir a la gente de los países sancionados, no a sus dirigentes, y en el peor, como nos está sucediendo a los europeos, son como pegarnos un tiro en el pie, con consecuencias nefastas para nuestra economía y bienestar social.

De gritar ¡basta ya! de lanzar noticias falsas, alarmistas y sensibleras que, si bien luego se desmienten, van propiciando una aceptación del discurso de la guerra por parte de las masas consumidoras de los telediarios oficiales. Basta de manipular a la gente. La guerra es, o mejor dicho debería ser, el último recurso y sólo en legítima defensa, que antes hemos de hacer todos los esfuerzos necesarios para evitarla. No alentarla como si se tratase de un juego de niños, inconscientemente o, lo que es peor, con intereses espurios y miserables.

Conviene recordar que a la I Guerra Mundial se llega de manera alegre, incluso, según algunos historiadores, de manera entusiasta, pensando que aquello era como ir de picnic. Hacía más de 50 años de la última guerra en Europa, la guerra Franco-Prusiana, y los que la habían sufrido ya estaban muertos (el paralelismo con el momento actual asusta).

Cuentan que al concluir la guerra le preguntaron en una entrevista a Clemenceau, el que fuera primer ministro de Francia durante aquel conflicto bélico, que cómo había podido suceder y contestó que ¡no lo sabía!, que nadie quería la quería pero que cuando se dieron cuenta, en el verano de 1914, toda Europa estaba en guerra. Una guerra que costó la vida a más de 10 millones de personas y dejó heridos en combate a otros 20 millones, sumió a Europa en el abatimiento y el resentimiento que trajo unos años más tarde la II Guerra Mundial, e implantó en la conciencia de los europeos un sentimiento de culpabilidad que todavía no hemos superado y lastra nuestra identidad como europeos.

No, las guerras nunca traen nada bueno. ¡Abramos los ojos! Exijamos a nuestros gobernantes patrios y europeos que dejen de echar leña al fuego, porque nos vamos a quemar, y que trabajen para corregir sus nefastas políticas que ha contribuido a la actual masacre en Ucrania. Que se pongan a trabajar para restablecer la paz y dejen de tocar los tambores de guerra.

¡NO A LA GUERRA!

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