La primera novela de Paula Bonet, La anguila, relata en profundidad todos los significados del cuerpo de la mujer como campo de batalla. El cuerpo femenino que engendra, que pare, que sufre el ciclo menstrual, que es objeto de deseo, que es placer pero también dolor, abuso, violación, un cuerpo que envejece, que deja de ser deseado. La artista y escritora vila-realense describe con precisión la realidad de muchas mujeres, su vida, la supervivencia en una sociedad hostil y machista. El cuerpo de la mujer estigmatizado, manipulado, comprado, forzado y usado hasta gastarse. Mujeres que siguen siendo agredidas verbalmente, psicológicamente, socialmente, fisicamente. El cuerpo de la mujer como arma del lenguaje sexista, de la publicidad, de estereotipos infinitos que han ido dibujando todos los campos de batalla. A veces es muy difícil identificar situaciones de maltrato o de abuso o por qué la experiencia de las mujeres no forma parte del canon, explica Paula Bonet en una reciente entrevista en El País.
Mi amigo M.G., que ha seguido las presentaciones de Paula Bonet, quedó impresionado y ha querido transmitirme el contexto de La anguila, ese poso de rebeldía y clarividencia que nos queda a las mujeres cuando abusan de nosotras, nos humillan, menosprecian y utilizan. Los campos de batalla, donde residen demasiadas mujeres, son cotidianos, silenciosos, invisibles. El cuerpo de la mujer, en esta sociedad que respira el machismo ambiental, sigue siendo una mercancía para el chantaje emocional, psíquico y físico. Mi generación viene de sociedades encorsetadas, obsoletas pero vigentes, de mundos imposibles para permitir que las mujeres fueran libres. Crecimos marcadas a hierro por la culpa, señaladas por la pureza e impureza de nuestros cuerpos, clasificadas, analizadas y expuestas a un mercadeo permitido socialmente. Paula Bonet nos advierte, y con razón, que dentro de cada mujer habita una serpiente, y las serpientes no tienen siempre significados demoledores, al contrario, una serpiente debe aprender a navegar contracorriente, serpentear, morder, y a seguir viviendo aunque le extirpen la cabeza.
"Crecimos marcadas a hierro por la culpa, señaladas por la pureza e impureza de nuestros cuerpos, clasificadas, analizadas y expuestas a un mercadeo permitido socialmente".
Los campos de batalla son múltiples en esos momentos. Combatimos como mujeres y ciudadanas, desde la resistencia y la trinchera que hemos ido construyendo a lo largo de la vida. Sigue en la brecha de las audiencias televisivas el relato de los hechos sufridos por Rocío Carrasco que han aportado, como único dato positivo, el elevado aumento de llamadas y consultas al 016. Estando muy en contra del mercado del dolor y la violencia de género, hay que admitir que en este país seguimos adorando la hipocresía. Hay miles de campañas institucionales que advierten y divulgan las consecuencias de la violencia de género, que llaman a la responsabilidad de una sociedad que debe denunciar. Pero basta la sobrexposición de un personaje famoso y morboso para que se dispare la conciencia y certeza de miles de mujeres que están sufriendo en silencio una violencia que no es visible, la denominada ‘luz de gas’. La violencia cotidiana, psicológica, admitida socialmente. Esas agresiones, micromachismos, que, poco a poco, van destruyendo a la mujer a base de faltas de respeto, humillaciones, mentiras y abuso de la posición doméstica del hombre que precisa a una esposa cuidadora, sumisa y callada.
Castelló ha tenido un fin de semana luminoso, espléndido. El azahar ya se extiende por toda la ciudad desde los huertos cercanos. Una inyección de alegría en medio de la noticia leída este domingo sobre las consecuencias del grave ataque de la ciberdelincuencia al sistema operativo del Ayuntamiento. Una información periodística que habla del robo de datos privados. Un gran delito que produce miedo y ratifica la vulnerabilidad de instituciones públicas, empresas y ciudadanía. No hay sistemas de seguridad suficientes para combatir lo más sofisticado y avanzado de este ciberterrorismo. Porque se trata de delincuentes dedicados a atacar ferozmente el sistema. Porque este mundo está en las manos de grandes estafadores que no van a parar, que siguen intimidando y atacando a las instituciones públicas. Afortunadamente, el Ayuntamiento de Castelló cuenta con un equipo técnico excepcional que se está dejando la piel desde el pasado 31 de marzo, cuando se supo del ataque al corazón informático de la institución. En medio de esta pandemia, de tanto sufrimiento, de tanta incertidumbre, la acción de un ciberataque es excesivamente cruel.
Las redes sociales están inundadas de llamadas a la vacunación. A quienes convocan, lo está compartiendo en este escaparate público, esperando a que, después, publiquen la imagen de haber sido vacunados. Mi generación está rodeada de estas llamadas, de estas muestras de optimismo contagioso por ser inoculados. Yo, también estoy positiva. Pero no sabemos nada de nada. Transitamos soportando una saturación de información confusa, contradictoria y demoledora para quienes tenemos la esperanza de abandonar este oscuro túnel en el que nos ha situado la pandemia.
Mi amigo A.T. me advierte sobre qué es lo que hay, y no hay más que pensar o decidir. Compartimos la incertidumbre y la certeza que, con dificultad, conviven al mismo tiempo dentro de nosotros. Y, entre grandes ciberataques y un virus que nos ha cambiado la vida, nos acerca sentir que estamos inmersos en una transición, en una transformación importante, superando, incluso, y metafóricamente, la ciencia ficción. Para reconfortarnos y abrir la mirada a todos los campos de batalla, releemos juntos a Fernando Pessoa, a Leopoldo María Panero y a Konstantino Kavafis. Somos seres intensos, íntimos, inquietos por este presente y por este futuro, y seguimos descubriendo nuevas Ítacas en nuestro largo camino propio y compartido, -porque aún nos quedan más y mejores descubrimientos-, como lo hacen tantas mujeres y hombres que se despiertan cada día en medio de esta crisis.