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el interior de las cosas / OPINIÓN

Todos los colores del gris

9/08/2021 - 

Una estrella fugaz cruzaba el cielo de Els Ports en la madrugada del domingo,   vertiginosa, dejando una bella estela, un trazo efímero de luz que desapareció entre las líneas bien definidas de la vía láctea. La visión celestial desde las montañas permite ver este espectáculo cada noche. Hasta que surgen nubes que cubren el cielo, nubarrones que dejan caer el agua que transportan. El silencio y el fresco de la madrugada confluyen para otorgar el alivio frente a la canícula costera, una especie de poción mágica para engendrar fuerza y nuevas ilusiones. El verano es también un tiempo de contrastes que se mueven entre el calor y el frío, el descanso y la actividad, la pereza y la ansiedad. 

En Morella, y en otros municipios del interior o del litoral, un verano como este significa cruzar los dedos para que la temporada turística sea óptima. Y, mientras se busca el gozo vacacional, otras muchas personas tienen que entregarse al trabajo extremo, a largas horas delante de los fogones, sirviendo mesas o atendiendo tras mostradores comerciales. Son las obligaciones laborales que se dan en los destinos turísticos, en lo que llamamos temporada alta. Este año el sector ha comenzado a respirar, paulatinamente, tras larguísimos meses de pandemia, de un maldito virus que todavía nos persigue y señala. 

Aquí, entre montañas, los días pasan ajetreados. Las calles de los pueblos se llenan de visitantes que practican senderismo, cross country, runners que parecen añorar el asfalto, paseantes que disfrutan con la historia y sus monumentos, con la cultura, con la gastronomía, familias que cambian el escenario urbano por el rural… Nada parecido a la vida de estos pueblos que viven solitarios el resto del año, conviviendo pacíficamente entre ellos, sufriendo las mismas carencias colectivas, los mismos abusos y la amenaza de la autopista eléctrica que cruzará, -si nadie lo remedia-, las comarcas desde el norte hasta el sur. Una enorme línea de muy alta tensión (MAT) que puede dañar peligrosamente a los pueblos, a las personas, ecosistemas, medio ambiente. 

Esta tierra sabe mucho de luchas, desde aquellos años ochenta cuando los pueblos del norte se unieron contra Endesa y su central térmica de Andorra presentando una querella que se convirtió en uno de los primeros procesos por delito medioambiental. La lluvia ácida afectó a más de doscientas mil hectáreas de bosques. Después llegaron otras luchas contra otras amenazas ambientales, como el fracking, la fractura hidráulica para posibilitar la extracción de yacimientos de hidrocarburos en el subsuelo. Ahora es la MAT. Después llegarán otras… 

Esta mañana de domingo ha quedado plegada en todos los colores de gris. Cielo, agua, piedra, calles grises. Somos agua. Infinitas formas. Inestables. Mutantes. Somos movimiento. Instinto. Emociones. Somos líquido. Fluidos. Fuertes. Débiles. Somos agua, el elemento imparable. El espejo que nos refleja. Somos movimiento. Luz. Ruido. Vulnerabilidad. Intensidad. Lluvia. Tormentas. No dejan de llover piedras en los mapas del tiempo. Guijarros que ruedan, alertan, desestabilizan. Piedras que hieren. Flujos húmedos y cálidos procedentes del Mediterráneo, y de todos los mares, que enloquecen. Colisionan. Presión atmosférica de isobaras dispares, furiosas y, a veces, amables, generosas. 

Este mes de agosto se agosta distinto. Puedes arañar una nube y sentir que flotamos en el aire, sobrevolando esos tejados que tanto conoces, ese paisaje de piedra que se convirtió en un punto de partida. Sientes, con precisión, este vuelo anímico, desplegando al máximo las alas, para planear sobre los sueños de quienes duermen en esta madrugada. En vuelo libre, majestuoso, las aves de estas montañas realizan habitualmente los vuelos de la victoria.  

Hay pasos que caminan deprisa por estas viejas calles, pasos que se detienen a entregarse a los abrazos, pasos que saludan, pasos que huyen. Hay amigas que encierran tristeza en la mirada, amigas que ríen espléndidamente, amigas que estiman y son estimadas. El paso del tiempo nos ha dejado la fotografía fija de los afectos. 

Alguien muy querido me dice que el colega periodista Ximo Górriz ha recuperado, en las redes sociales, una entrevista que realicé, siendo becaria, con 21 años, a Luis Garcia Berlanga, un 7 de agosto de 1981 en el periódico Mediterráneo. Era mi primer encuentro con don Luis, luego llegaron nuevas citas periodísticas y una hermosa amistad que tejió mi querido y añorado amigo Enrique Armengot, allí, en Orpesa, en aquella casa de las flores, entre el cielo, el mar y la tierra. Pero esto es otra historia para otro momento, para contar, como dice mi amiga Reyes, “hace cuarenta que entrevisté a Berlanga”

Ya no pido ningún deseo a las estrellas fugaces. Mis deseos se quedaron en la estela que dejaron, quizás en una madrugada bajo el inmenso cielo de cualquier lugar. El tiempo nos va dejando nuevos deseos, nuevos sueños,  y, como las aves de estas montañas, planeamos el cielo con las alas extendidas, inmóviles, suspendidas en el aire.  

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