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EL INTERIOR DE LAS COSAS / OPINIÓN

Todos los sonidos del silencio

6/02/2023 - 

La calle Sant Blai de Castelló celebra, mientas les escribo, ayer, el último día de sus fiestas patronales que este fin de semana han tenido un sol espléndido y una  total participación vecinal. Suena un constante disparo de cohetes que, por la proximidad, tienen a Pancho recluido en el último rincón, bajo la cama, de la habitación para dormir. Se asoma si cesa el ruido, viene a suplicarme ayuda y, pobre, en cuanto se reanudan los disparos vuelve a escabullirse corriendo a su escondite, al borde de la taquicardia. Los perros no son amigos de la pólvora ni de quienes disparan indiscriminadamente estos crueles petardos imprevisibles. 

Este fin de semana parecía el avance de una inminente primavera, una ciudad tendida al sol en las plazas y en el mar. Corazones tendidos al sol brevemente, esperando una nueva oleada de frío, un regreso a la normalidad invernal. En los patios interiores de mi casa los olores de este domingo son mágicos, alguien está cocinando una fideuá o un suquet de peix. Brutal. Un aroma memorable y celestial que recorre velozmente las corrientes de aire de este edificio habitado de demasiados patios.

Una vecina mayor, a la que adoro y que vive sola, me ha comentado lo triste que es residir en una casa grande de cinco habitaciones. Me habla del horror del vacío y del silencio de un largo pasillo. Cada noche recorre cada espacio para ver si sus dos hijos han llegado a casa y están durmiendo, para arroparlos y depositar un beso en su frente. Los recuerdos, y una rutina vital de cuidados, común con todas las mujeres, le mueve a seguir sintiendo la algarabía de sus pequeños, los portazos de aquellos adolescentes, la felicidad de sus parejas y sus hijos e hijas, la enorme tristeza y la mala causalidad de que sus profesiones les llevaran lejos de Castelló.

Bernard Piossu.

Ella, con su andador, se mueve como nadie por el barrio, necesitando escuchar y hablar con alguien, detenerse con quién sea para intercambiar cuatro palabras. Me impresiona su coraje y la decisión de salir de casa para buscar el sonido de las palabras. Tiene ochenta años y se encuentra bien, tan solo esos problemas de movilidad que la recluyen pero de los que se escapa constantemente.

Ella es una más de las miles y miles de personas que viven solas en este pequeño país mediterráneo, en esta bella ciudad castellonense. La soledad es uno de los principales problemas de una sociedad desbordada de emociones y decepciones. Hay demasiadas personas, sobre todo mujeres, que caminan a diario aferradas a un andador o a un carro de la compra, como si fuera una coraza para afrontar un día más en solitario. 

Mi vecina es una de ellas, tímida pero necesitada del intercambio de palabras. Me cuenta que cuando sale por las mañanas tiene la voz ronca… "Es por las demasiadas horas que he permanecido en silencio"…  Los últimos años de su vida son una travesía dolorosa, y al tiempo bellísima, en busca de cualquier sonido y sonrisa que se cruce en su camino. Ella goza con estas experiencias que le hacen sentirse viva, ella es especial.

Keisuke Yamamoto.

Hace unos días me conmovió verla con su andador por la calle Zaragoza de Castelló, a paso lento, cabeza baja y con ese diminuto bolso que cuelga de una de sus manos, un bolso que debe ser una especie de amuleto de colores que tuvo en algún tiempo feliz y pasado. Mi vecina estaba desesperada por un problema bancario, nada importante pero algo fundamental. Necesitaba dinero en efectivo para abonar una domiciliación bancaria de un recibo retrasado. Con su libreta en mano me pidió ayuda y me comentó que no se aclara con la nueva situación de bancos y “cajas de ahorro”.

La rutina de años de estas personas no es compatible con las nuevas formas y normativas bancarias. Mi vecina aprendió a manejar cajeros electrónicos próximos a nuestro domicilio, siempre con la ayuda de alguna persona. Ahora no tenemos cajeros próximos, ni la oficina de la Avenida Rey don Jaime en la que entrábamos para que se nos atendiera de forma presencial.

Mi vecina, a la que ayudé a resolver su problema, me confesó que se siente decepcionada con este nuevo mundo. Me cuenta que escucha en la radio los grandes beneficios de la banca, de empresas importantes, y me dice que el mundo es injusto, que si han reducido oficinas bancarias, han cerrado cajeros y han despedido a tanto personal, algo no funciona. 

Ella, con sus ochenta años, sufre con la realidad que atravesamos, sufre porque sus hijos, en los países que residen y trabajan no lo tienen mejor. Porque nadie lo tiene mejor, porque vivimos momentos jodidos. 

Mustafa Mutiu.

Tras solucionar sus problemas bancarios, hemos regresado a su enorme casa de cinco habitaciones, acompañando los suspiros que expira con cada golpe de aire, recorriendo las estancias que recuerdan a una familia de cuatro, revisando las fotografías que rodean innumerables objetos de toda una vida, un bautizo, una comunión, una graduación universitaria, una boda… Su casa es un maravilloso refugio de varias vidas, arropadas por pequeños adornos de ganchillo, por una mesa camilla de las que ya no existen. Ella pone sobre esta mesa unos platos, vasos y cubiertos. Nos sentamos y advierte que ese espacio es el más caliente de la casa. Con las piernas cubiertas por la manta que cubre la mesa, sigo escuchando sus historias, sus ausencias y sus sueños no cumplidos.

Porque ella es la autora del mejor aroma de los patios interiores, la creadora de la geografía anímica de una escalera, es la guía sensorial de esos sofritos y pucheros que nos hacen salivar cada día cuando abres la puerta de la calle, y porque mi vecina -¿saben?- nos cocina a quienes habitamos solas y solos como ella.

 

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