CASTELLÓ. Este martes se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una jornada a la que suma el Col·legi Oficial de Treball Social de Castelló para poner el foco en una realidad “en tendencia ascendente en los últimos diez años a nivel mundial”, especialmente tras la pandemia y que se presenta en edades cada vez más tempranas, según señalan profesionales en contacto diario con personas en situación de vulnerabilidad y riesgo con ideas suicidas.
Así lo destaca la trabajadora social Ana María Torres, que ocupa la Jefatura de la Unidad de Trabajo Social del Consorcio Hospitalario Provincial de Castelló, donde trabaja en la Unidad de Media-Larga Estancia del área de Salud Mental. Esta profesional es tajante: “El suicidio es frecuente y devastador por el sufrimiento que provoca en las personas que pierden la vida y por la repercusión en el entorno familiar, para quien supone una cicatriz emocional permanente; muchas veces no se puede predecir, pero sí prevenir”.
Su prevención, indica, “es una responsabilidad que requiere de la participación activa de toda la sociedad y es la mayor contribución posible para ayudar a las personas con ideas suicidas”. Para ello, incide, “hacen falta políticas y planes de prevención y la formación de profesionales en este ámbito”. También, apostilla, es “fundamental el papel de los medios de comunicación y redes sociales hablando de forma responsable para contribuir a la concienciación de la ciudadanía”.
La trabajadora social confirma esa “tendencia ascendente” registrada en los últimos años “en cuanto a ingresos o visitas a urgencias de personas con trastornos de ansiedad y de depresión, autolesiones, tentativas de suicidio y trastornos por enfermedad mental, que ya se venía notando antes de pandemia y confinamiento pero que tras esta se han visto acrecentados”.
Indica además que la edad de debut de algunos de estos trastornos “está disminuyendo y la respuesta a las necesidades de salud mental en esta etapa de la vida es clave, ya que más de la mitad de las patologías mentales se inician en edades tempranas, por lo que detectarlas y tratarlas ayudará a prevenir y evitar estas enfermedades en el futuro”.
Las tasas de suicidio en jóvenes de entre 15 a 29 años “se ha visto en ascenso los últimos años y el registro de 1.600 casos de conductas autolesivas o suicida en centros educativos de nuestra comunidad autónoma en 2022, casi cuatro veces más que en 2019, ha obligado a poner en marcha nuevo protocolo de prevención en los centros educativos”, explica. No obstante, recuerda que el suicidio afecta a personas de cualquier edad, cultura o grupo social. “Si bien la frecuencia de suicidios entre los varones casi triplica al de mujeres en todas las franjas de edad, los intentos de suicidio son más frecuentes entre las mujeres”.
Las tasas del suicidio aumentan con la edad, entre varones a partir de los 45 años, y en las mujeres a partir de los 55, detalla. Las personas de la tercera edad son las que tienen mayores tasas de suicidio, “aunque socialmente no le demos tanta visibilidad como cuando se producen las conductas en los más jóvenes”.
La OMS identifica al suicidio y sus intentos como uno de los problemas más graves de salud pública, por lo que recomienda que sea atendido de forma prioritaria. Invisibilizado hasta hace poco, requiere de respuestas, advierte esta colegiada. “Debe entenderse desde la prevención, considerando factores de riesgo y protección, así como fortalecer la cohesión social entre familias y comunidad”.
Desde ese enfoque “y partiendo de que no hay salud sin salud mental, se deberían plantear acciones necesarias y coordinadas en los sistemas de salud pública, sanitario y social, así como educación, empleo, seguridad, justicia y la sociedad civil”, defiende.
Reconoce que siguen existiendo mitos en torno al suicidio “que ni ayudan ni protegen, y sólo intentan de forma simple dar respuesta al terrible porqué de una realidad compleja”. “La experiencia de vivir una pérdida por suicidio es terrible, pero aún lo son más las falsas creencias, los perjuicios que la sociedad en general tiene sobre la muerte por suicidio”.
En este sentido, señala que es “falso pensar que todas las personas que mueren por suicidio sufren un trastorno mental o decir que todas las personas que se suicidan desean morir”. Quienes realizan tentativas y acto suicida suelen estar ambivalentes acerca de la vida o la muerte. Lo que desean es librarse definitivamente del malestar emocional que sienten, explica esta profesional. “Querer morir indica un gran malestar y sufrimiento emocional pero no necesariamente un trastorno mental”.
Recuerda que la conducta suicida es el resultado de un “terrible sufrimiento emocional interno que constituye un problema multicausal, sin explicación sencilla, en donde debemos tener en cuenta diversos factores: psicológicos, sociales, biológicos, culturales y ambientales”. Esos factores de riesgo pueden ser de tipo personal, como haber sufrido algún acontecimiento vital estresante como ser víctima de maltrato o abuso, o por factores sociales, académicos, laborales o determinantes socioeconómicos, “algunos de ellos potencialmente prevenibles y que con una identificación temprana y un tratamiento adecuado se podrían reducir”.
Por ello, insiste: “Falso es también decir que el suicidio no se puede prevenir, cuando se ha demostrado que el porcentaje de casos donde no se observaron síntomas, factores de riesgo o indicadores previos es muy bajo”, asevera.
Suma aquí otro falso mito: pensar que hablar del suicidio aumenta su riesgo. “El estigma alrededor del suicidio es tan grande que la mayoría de personas que tiene pensamientos suicidas no sabe con quién compartirlo. Hablar de ello puede ser una oportunidad para prevenirlo, puede ofrecer una nueva visión de la situación y posibilidad de ayuda”.
Con todo, añade Ana María Torres, el mensaje en el que habría que incidir en un día como hoy es el de la necesidad de “seguir eliminando tabúes que están vinculados a la salud mental. Hablar sobre depresión, ansiedad, estrés, existencia de traumas se debe normalizar. Verbalizar los problemas para pedir ayuda y mantener el tratamiento del profesional es clave”.
“La inversión en salud y bienestar es una inversión en una vida y un futuro mejor, el cambio de tendencia es posible y el Trabajo Social debe jugar un papel relevante en la prevención e intervención con nuestro buen hacer y ética profesional”, concluye.