Pancho caminó ayer con desgana. Íbamos buscando la sombra en el Parque Ribalta, no madrugamos y hacía calor. Caminamos lentamente, moviéndonos al ritmo de los achaques reumáticos, o a saber, de la edad. Anunciamos cambio de tiempo. Desde la pasada semana, uno de los bancos de madera del parque permanece okupado por señoras rezando, con el apoyo y convocatoria del Obispado Segorbe-Castellón, frente a una clínica médica donde se practican abortos. Esta acción de movimientos ultracatólicos se denomina “40 días por la vida”. Ayer, día católico del descanso del señor, no había turnos de rezo. De hecho, Pancho y yo nos sentamos en el mismo banco, frente a la clínica, para ocupar espacios, por si acaso acudía alguien. Es delirante que el Obispado y estos grupos ultra se posicionen contra la ley, contra el estado de Derecho, además de dar soporte al acoso que sufren profesionales médicos y pacientes que acuden a la clínica.
Sentada en el banco, ayer, frente al centro sanitario, pensé en dejar un papel escrito con el contundente y necesario grito feminista: Saquen sus rosarios de nuestros ovarios. No llevaba ni un trozo de papel en el bolso, pero comencé a enlazar ’40 días por la vida’ con aquel pasaje de la Biblia, 40 días y 40 noches. Cristo, tras ser bautizado por Juan Bautista, vivió 40 días de ayuno en el Desierto de Judea, allí Satanás intentó tentarlo tres veces y no lo consiguió. Asimismo, 40 días y 40 noches es el plazo, según relata el Antiguo Testamento, que duró el diluvio universal que Dios anunció a Noé: Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de sobre la faz del suelo todos los seres que hice. Cuando Noé completó el arca, entraron con él su familia y los animales que le habían mandado. “Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches”.
Diluvio universal, ayuno, rezos, rosarios y la salvación eterna. En pleno siglo XXI los movimientos de la ultraderecha crecen en provocaciones, intenciones y acciones. Alguien tiene que hacer algo para detener tantísima ignominia. Hoy, como todos los días, volveré al banco de madera donde reanudarán los rezos, para observar si habrá diluvio universal o si arderemos todos en la hoguera de las vanidades, il falò delle vanità que encendió la Iglesia en 1497, en Florencia, el Martes de Carnaval, para quemar todos los objetos considerados pecaminosos.
En los tiempos que corren este tipo de acciones, nada inocentes, se suman al grave caos anímico que nos habita entre la indiferencia, racismo, machismo, desigualdades y la violencia extrema que estamos sufriendo. El paso de los días nos sigue marcando, también, de dolor y rabia con el genocidio de un señor irracionalmente sanguinario que se quedó solo en la ONU hace unos días en su discurso belicista, anunciando que no va a detener los ataques contra Palestina y Libano, que va a seguir asesinando a decenas de miles de civiles, de niñas y niños. Solamente le acompañaron en su discurso el grupo de palmeros habitual, además de su patrocinador EEUU, porque sin este poderoso apoyo otro gallo cantaría. ((Regresamos a la Biblia cuando cuenta que en las últimas horas de vida de Jesucristo, éste predijo que Pedro negaría conocerle hasta en tres ocasiones "antes que el gallo cante dos veces”.))
Netanyahu no va a acabar nunca con Hamás ni Hezbolá, aunque asesine a sus dirigentes. (No hay que olvidar, además, que el propio genocida israelí ayudó a financiar el nacimiento de Hamás, como grupo armado que podría dividir al pueblo frente a la Autoridad Palestina). Estos grupos son la ideología de la resistencia palestina, de la lucha por la pertenencia a una tierra, de la identidad de un pueblo que comenzó su tragedia entre 1946 y 1948, cuando expulsaron a miles de familias de sus hogares. Desde entonces, este éxodo palestino, la Nakba, se ha ido repitiendo, además de sufrir el ignominioso apartheid de Israel que busca el exterminio de los palestinos, para extender definitivamente la ocupación de la tierra de la franja Gaza y del resto de Cisjordania. Porque la muerte no se ha detenido en Gaza. En Cisjordania las víctimas civiles siguen creciendo. Y ahora se vive otra catástrofe, otra Nakba, la peor, el maldito traslado en tu propia tierra, en una estrecha franja, huyendo de una muerte que siempre les alcanza. Mientras en estos territorios ocupados, Netanyahu no cesa de matar, Líbano comienza a vivir su propia Nakba y los días en los que la vida no vale nada.
Mi vecina Carmen maldecía ayer mientras preparábamos la mesa para comer. Maldecía el silencio internacional sobre las guerras, la ausencia de decisiones para alcanzar la paz, la falta de condena contra el genocidio israelí, la colonización palestina. Maldecía contra Netanyahu y el incumpliendo del derecho internacional, remarcando que los países que venden armas a Israel dejen de hacerlo, porque están a punto de apretar el botón de una tercera guerra mundial.
Mientras se indignaba cada vez más, Carmen dejaba reposar una maravillosa paella valenciana con su ramita de romero, cubriéndola con un gran paño de algodón para que respirara. En homenaje al pueblo palestino y libanés, elaboré la crema de berenjenas asadas. Y comimos en paz.
Carmen, por otra parte, había estado el jueves en València, en el Palau de la Música, para ver el concierto Víctor Manuel Sinfónico, junto a un amigo común, Juan, el del pelo blanco, por su cabellera de canas bellísimas. Tras la comida, me pidió que fuera a buscar el ordenador para ver si podíamos escuchar alguna grabación del concierto. En Amazon Music encontramos el concierto que realizó en Madrid. Retiramos la mesa, nos sentamos en los dos magníficos sillones con reposapiés que presiden el salón de Carmen, brindamos con las pequeñas copas de absenta de Segarra y escuchamos al guaje asturiano.
El abuelo Víctor, La planta 14, Soy un corazón tendido al sol, La madre, Adónde iran los besos, La primavera deshojada, En el pozo María Luisa, también conocida por SantaBárbara Bendita, He cortado estas flores, reivindicando las fosas del olvido… Bajo el brazo traigo una luna llena. Bajo el brazo traigo una nube blanca.
Escuchamos cada tema, con la piel chinita, con emocionadas lágrimas en los ojos. En València, Victor Manuel estuvo acompañado por la magnifica Orquesta de València y la Coral Consortium Vocale Valentiae, así como la propia banda del cantautor.
En el Pozo María Luisa murieron cuatro mineros…Traigo la camisa roja de sangre de un compañero… Traigo la cabeza rota que me la rompió un barreno… Mira, mira Maruxina, mira como vengo yo…
Buena semana. Buena suerte.