Morella amaneció ayer con un cielo transparente, de un azul rotundo, bellísimo. Tras las fiestas, las calles van vaciándose. El ruido de las ruedas de maletas componía, ayer, domingo, el mapa de los sonidos morellanos. Biel regresaba a la rutina de Castelló. Mi pequeño está radiante, sonriente y juguetón. Ha disfrutado como nadie de Els Gegants de Morella, ha seguido sus pasos y sus bailes por la principales calles, abrazando con sus diminutas manos las réplicas de estas figuras tradicionales, los gigantes más antiguos de este pequeño país mediterráneo. Biel, como su padre, cuando era bebé, se entusiasma con el tono de una gaita o de un tabal, con la Banda de Música de Morella que tan bien dirige el estimado Antoni Ortí. Biel seguirá mirando el cielo castellonense buscando los burros que vuelan que le ha enseñado mi hermano, su tío abuelo, como hiciera mi padre, que nos encandilaba, como lo hizo con mi primer hijo…
Mis tres pequeños han vivido un eterno agosto, como el resto de niñas y niños morellanos. Aimar ha devorado cualquier actividad, entregado, ilusionado y descubriendo a cada paso las tradiciones. Su hermano Quim, el pequeñín, ha aumentado la velocidad de gatear y de seguir regalando las mejores sonrisas. Mis nietos han sido la mejor hoja de ruta vacacional. El relevo generacional que hicimos hace años se vuelve a reproducir entre hijos y nietos. La vida nos regala estas emociones, recuperando el aliento y todas las esperanzas.
La oferta municipal de actividades infantiles ha sido un éxito, como toda la agenda festera, tras dos años de maldita pandemia. Morella ha recibido este año a todas y todos los ausentes. Ha sido un reencuentro tremendamente emotivo. Ha sucedido, asimismo, en los pueblos de la comarca de Els Ports, en todas las comarcas castellonenses y en todo el territorio autonómico. El tiempo recuperado ha significado prologados abrazos ciudadanos.
ha sido un verano amargo, de sobresaltos, de trágicos incendios forestales, de una incómoda anestesia informativa, política. Agosto ha transcurrido entre convulsos movimientos mediterráneos, europeos, mundiales
En las tardes, con las tormentas de verano -que aquí no han sido importantes- las casas son un espacio de trasluz, donde acomodarse para que la siesta se ocupe de nuestro descanso. Cuando llegan los maravillosos atardeceres de esta comarca, la vida regresa a un movimiento desenfrenado, de cenas y encuentros festivos. Y, piensas, que agosto te ha devorado el alma en vacaciones, y que solo faltan tres días para regresar a la cotidianidad laboral.
También ha sido un verano amargo, de sobresaltos, de trágicos incendios forestales, de una incómoda anestesia informativa, política. Agosto ha transcurrido entre convulsos movimientos mediterráneos, europeos, mundiales. Esta semana abre las puertas de par en par al nuevo curso, político y social, abriendo, asimismo, septiembre, el mes que esperamos con infinito recelo, con la creciente inflación pisándonos los talones. Septiembre, el mes del pistoletazo electoral hasta la próxima primavera. Los partidos políticos están preparándose para uno de los cursos institucionales más duros, más difíciles. Quienes gobiernan sienten de cerca esta presión bestial, una oposición centrada en la provocación, en la conflictividad social, en la irresponsabilidad y ausencia de solidaridad. Pero la gran presión es, sobre todo, internacional, y es asfixiante. El momento es gravísimo, crucial. El otoño será tiempo de más incertidumbre, de más confrontación. La tensión real y la diseñada por la derecha de este país y por su ultraderecha auguran malos tiempos.
Mientras la ciudadanía contenemos el aire que respiramos, la crispación es una amenaza insoportable. Los medios de comunicación que mercadean con la información están posicionándose según negocios y encuestas. Este mercado está escupiendo noticias supuestas, no confirmadas, dirigidas a la contaminación social, sin escrúpulos, sin un ápice de ética.
Hace tiempo que muriera la deontología profesional de este oficio que tanto quiero, del que aprendí, como primera enseñanza, que nuestra gran responsabilidad como periodistas era la de informar honestamente y de formar. Ya nada es como fuera. Hoy sufrimos una malvada y elaborada construcción de mentiras, de falsos testimonios que acaban, por ejemplo, en tremendos juicios y la dimisión de personas que han dedicado su vida al servicio público. La mentira repetida, el dinero como medio profesional.
Hace tiempo que muriera la deontología profesional de este oficio que tanto quiero, del que aprendí, como primera enseñanza, que nuestra gran responsabilidad como periodistas era la de informar honestamente y de formar
El periodismo, en esta dolorosa agonía, está matando las buenas perspectivas y el derecho constitucional a ser informados desde la honradez y el buen hacer, desde la verdad y la dignidad.
Regresamos en septiembre, necesitaremos apretar los dientes cada vez que algún medio de comunicación recite el mantra de la derecha y su ultraderecha, cada vez que mienta, que manipule y confunda. Nos quedan tres días de agosto para saborear la desconexión de tanto ultraje político, de tanto fascismo inmune.
Nos quedan tres días de agosto para respirar aire limpio, transparente, para no interrumpir los abrazos, los deseos que hemos conjurado. Tres días para seguir soñando con otro mundo, para sentir las caricias de esas pequeñas manos infantiles, para caminar libremente por las calles empedradas de estos pueblos de la montaña que también regresarán a su rutina, a la cruda realidad de un otoño e invierno que seguirá azotando sus casas y calles vacías.
Mientras, nos quedan grabadas en el corazón las notas de nuestras bandas de música, los sonidos de la fiesta, el ruido maravilloso de tantas niñas y niños sonriendo, jugando en las calles, tocando todos los tambores.