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el interior de las cosas / OPINIÓN

Un saco de sueños y una sonrisa colgada del árbol

10/01/2022 - 

 Otro mes de enero para abrir una agenda sin estrenar e ir anotando, ordenadamente, los propósitos y deseos para 2022. Este año hay que dejar de fumar, -un deseo que se repite en todas las agendas desde hace demasiado tiempo-; desear que mi gente estimada siga gozando de salud y felicidad; disfrutar mucho más de mis pequeños, también de Panxo, mi perro y compañero desde hace más de diez años. (Esta pasada semana, por fin, el gobierno estatal ha decretado que los animales domésticos son un miembro más del núcleo familiar). Vaciar, de una vez por todas, las cajas de esas mudanzas que atormentan, vaciar los días de cargas tan dolorosas como innecesarias. Recuperar los libros de una vida de papel y palabras.

Otros muchos deseos se repiten: Cumplir a rajatabla una alimentación sana, cocinada en casa y en horarios racionales. Regresar al taichí sin excusas. Caminar descalza por la playa. Seguir mirando el inmenso cielo, la luna y las estrellas aunque griten las cervicales. Permanecer dentro de los árboles y montañas, desde las raíces que habitamos. No dejar de necesitar los abrazos ni los besos. Seguir deseando que en los patios interiores de mi casa no se deje de cocinar sofritos de paella, pucheros, asados, un hervido, una col… No olvidar nunca los paisajes físicos y anímicos. Indignarse ante las ignominias y los despropósitos de este nuevo y viejo mundo, seguir luchando por la igualdad, por las mujeres, por la erradicación de todas las violencias machistas…

Autor: Sinan Kiliç

Cada año intentamos reactivar otro ciclo, deseando que acabe este virus de mierda y sus variantes de mierda, que los test de antígenos sean accesibles para toda la población, no se entiende la disparidad de precios elevados de estas pruebas imprescindibles en estos momentos; que alguien detenga la MAT, nuestros pueblos no merecen ser lugares de paso de una autopista de Alta Tensión, necesitan combatir el despoblamiento y construir un futuro sostenible. La geopolítica europea no puede sacrificar pueblos y ciudades como solución a la construcción de nuevas infraestructuras energéticas.

Nuevo año, y la actualidad sigue atrapada en esa espiral de la manipulación, de los bulos, de las noticias falsas. Perdemos el hilo de tantas noticias no confirmadas, tergiversadas y difundidas en los primeros titulares de unos cuantos medios de comunicación. Se trata de informaciones que nadie contrasta en redacciones periodísticas que están demoliendo el poco prestigio que le queda a esta maravillosa profesión. Estrategias muy calculadas en las que lo menos importante es la verdad, lo mismo que ejecutó el expresidente Trump para ganar unas elecciones, lo mismo que están desarrollando los partidos populistas y fascistas europeos, lo mismo que está practicando el PP y Vox en este país en todos sus territorios.

Si la realidad pone sobre la mesa el indignante y prolongado proceso contra Zaplana, ese mismo día el PP introduce en su licuadora electoral unas declaraciones manipuladas de un ministro sobre macrogranjas, y, vertiginosamente, las redes sociales se llenan de acusaciones y petición de dimisiones. La licuadora ha expulsado el veneno sin escrúpulos. ¿A quién le importa el grave impacto medioambiental, el deterioro del hábitat rural, y el perjuicio económico, sí, económico, de estas megainstalaciones que contaminan aire, suelo y acuíferos, que no generan los puestos de trabajo que se anuncian y, además, producen una peor calidad cárnica?. En esta batalla política, el sector ganadero sostenible y tradicional es, sin duda, el más perjudicado. Además, hay una elevada irresponsabilidad y manipulación al defender las macrogranjas ya que, próximamente, las normativas europeas negarán, es obvio, estas explotaciones.

Autora: Julia Baier

Está sucediendo lo mismo en otros espacios. Si las ciudades evolucionan, afortunadamente, hacia un presente y futuro sostenible, la derecha y su ultraderecha se dedican a confrontar esta realidad, a mentir y enmarañar. El cambio climático es algo serio. Construir ciudades sanas es un objetivo común europeo y mundial. Pero, en este país, sólo interesa esta circunstancia a la derecha que gobierna, porque cuando este populismo es oposición se dedica a destruir y derrocar las normativas con el único objetivo de engañar a la ciudadanía. Y sobran los ejemplos cercanos.

Las factorías de la crispación, del discurso del miedo y del odio, están trabajando a pleno rendimiento. No debemos caer en estas trampas que dibujan un ambiente delirante en medio de la crisis más grave de este siglo. La  política y la sociedad no gozan de buena salud. Hay un desasosiego generalizado, demasiada política y político que mienten y han perdido toda educación y decencia. También hay demasiada gente que se cree las falsas noticias, que se enganchan a las profecías delirantes, que necesitan escapar de una aparente asfixia existencial para esconderse en otras cavernas. Atravesamos un peligroso tránsito que, jodidamente, recuerda a aquellos periodos entre guerras y el gran ciclo de la segunda postguerra mundial. No caigamos en la trampa. 

Estos días he regresado y releído a George Orwell y su imprescindible novela 1984 (escrita entre 1947 y 1948). Aquella ficción distópica se ha ido convirtiendo en una realidad palpable desde hace décadas. Su contenido ha sido libro de cabecera de conocidos líderes del autoritarismo y populismo, de programas televisivos que rompieron audiencias, manipularon y anularon personas. Hoy seguimos siendo esa sociedad observada y monitorizada, residente en espacios tristes y solitarios, abocados a unas previsiones políticas que produce escalofríos. Y, lo más sentido, como escribiera Orwell en 1984, hoy nos están imponiendo nuevos conceptos, robando y eliminando bellas palabras y verbos que son necesarios conjugar para poder vivir en paz y libertad. No caigamos en la trampa. 


Dejé abiertas las ventanas de la casa en la última madrugada del seis de enero. 
Llegaron unos reyes exhaustos, viejos y tristes, comieron los polvorones y bebieron el coñac y el ron.
Llegaron unos reyes que dejaron una estela de incienso.
También dejaron unos pequeños abrazos, un paquete envuelto de esperanza, una sonrisa colgada del árbol y un saco cargado de aliento y de sueños. 

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