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tribuna libre / OPINIÓN

Una disyuntiva inexistente

9/07/2022 - 

La Guerra de Putin, además de haber precipitado un nuevo orden mundial, 'casualmente' ha venido a coincidir en el tiempo con algunos contenidos muy notables que quedaron inscritos en el acuerdo suscrito entre La Federación Rusa y la República Popular China pocos meses antes de la invasión de Ucrania.

En efecto. El 19 de febrero del año en curso, El País publicó un espléndido artículo, firmado por Andrea Rizzi y Elena G. Sevillano, en el que se transcribía extensamente dicho tratado, incluyendo interesantes comentarios planteados por los citados periodistas. Contenía importantes reflexiones sobre menciones tan importantes como la "conveniencia de la distribución del poder en el mundo respecto a la situación hegemónica actual de occidente, mantenida desde el final de la “Guerra Fría".  Ambas potencias dicen que el proceso "ya está en acto". En el fondo, y con toda claridad, parece afirmar que la hegemonía de las democracias liberales había que cambiarla. En dicho documento, también se afirma que las democracias "deben adaptarse a la realidad y naturaleza de cada país y no pretender defender que existe un solo modelo de gobierno democrático" como el defendido por Occidente. Es decir, también las "democracias populares" están llamadas a participar en la distribución de la gobernanza mundial. Es evidente que la equiparación de ambos conceptos democráticos, además de dudosa, no parece que representen idénticos valores de convivencia, de libertades públicas, derechos fundamentales o idéntico orden mundial. Más bien, representan diferentes formas de organización social.

Precisamente, no hace muchos días, Enric Juliana recordaba en La Vanguardia cómo acabaron las justas reivindicaciones sobre las transformaciones profundas tanto en la República Popular China como los tremendos esfuerzos de Mijail Gorbachov, allá por 1989, para introducir reformas profundas en la gobernanza de la Federación Rusa. Fracasaron ambas, porque quedaron en los cajones de la Historia precisamente aquellos cambios que pretendían democratizar la política. Tanto en la República Popular China como en la Federación Rusa se quedaron tan solo con las de carácter económico, distribuyendo su poder y gobernanza entre las capas dirigentes. Es decir, se mantuvieron las autocracias.

Es evidente que ya se inician los esfuerzos por disputarse la nueva gobernanza global. Queda abierta la carrera por la hegemonía mundial. Apuntada queda la disyuntiva: los valores que encarnan y representan las democracias liberales o que la gobernanza global se decante por las llamadas democracias populares.

Y ahí es donde reside el origen de la actual falsa disputa: o fortalecemos para garantizar el desarrollo sin fin de los valores encarnados en las democracias liberales -en palabras de Manuel Cruz, Democracia, la última utopía- o nos quedamos mirando cómo transcurre nuestra Historia.

Hoy creo que es errónea la disyuntiva: o protegemos la defensa de los principios y valores de las democracias liberales o destinamos esos recursos para fortalecer los escudos sociales que palien los desastres de la guerra que están sufriendo los segmentos sociales más desfavorecidos. Y ese es el error, porque las sociedades del bienestar, los escudos sociales, la lucha contra las desigualdades, la igualdad de oportunidades, las libertades para vivir y decidir han sido y seguirán siendo los valores que identifican las democracias liberales. Sin ellas, se desmoronan los valores que defendemos desde la izquierda. Son, precisamente, eso, los valores de la izquierda. Por eso no debemos situarnos en 'falsas' verdades.

El secreto de "la política" no radica en "el arte de lo posible". Esa es la posición de la derecha conservadora. La izquierda entiende la política de otra manera, desde otros principios, desde otras consideraciones, porque cree y debe practicar que, precisamente, la política es "hacer posible lo que es necesario". Y hoy, ante esta disyuntiva, ante la amenaza de la Guerra de Ucrania, o la de Putin, como mejor parezca, tan necesario es mantener el escudo social para combatir las desigualdades, como defender que nadie destroce los valores que encierran las democracias liberales. Sin democracia liberal no puede haber política de bienestar ni lucha contra las desigualdades. Son las caras de una misma moneda: sin democracia liberal no puede existir estado social y democrático de derecho. La política presupuestaria, hecha desde los valores de la izquierda, debe encontrar las fórmulas que permitan que ambas necesidades sean posibles. No sería la primera vez.

Manuel Moret Gómez es militante socialista  

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