A lo largo de toda la campaña se ha repetido hasta la saciedad la importancia de estas elecciones europeas y, sin embargo, conforme se acercaba la cita electoral, veíamos cómo la interesada lectura de los comicios como un nuevo plebiscito a Pedro Sánchez y al Gobierno progresista de España se iba adueñando de la escena mediática, por encima de los retos y de lo mucho que nos jugamos en Europa. Al otro lado, la importancia del resultado de estas europeas se veía más en términos de seguir avanzando o retroceder y de hacer frente a la amenaza del crecimiento de la coalición ultraderechista.
Mientras el país alcanza cifras récord en términos económicos y de políticas de igualdad, gracias en una parte muy importante a la apuesta por políticas socialdemócratas europeas ante las crisis de estos años, la crispación sigue estando alimentada por aquellos que se proponen por todos los medios liquidar esa Europa de los derechos y las libertades, una Europa que es claramente compatible con el crecimiento sostenible y la paz por encima de todas las cosas, con el único objetivo de volver a imponer las recetas del pasado.
Esa exacerbada apuesta del Partido Popular por seguir crispando era proporcional al miedo que tenían de perder o, mejor dicho, de no ganar en los términos en los que esperaban. Hay que recordar que comenzaron la campaña electoral con encuestas que les daban una victoria sobre el PSOE de más de 15 puntos. Estimaciones que se fueron desinflando a medida que pasaban los días y que, en cuanto tenía ocasión (no hace falta forzarlo en exceso), el señor Feijóo se encargaba de boicotear metiéndose en un charco tras otro.
Las expectativas siempre son complicadas de gestionar.
Ya les pasó el 23 de julio. El señor Feijóo ya se veía entrando en Moncloa. Esa expectativa incumplida lo desnortó. Le hizo entrar en ese camino de la radicalidad, abrazando a la ultraderecha en las CC AA y quitándose la careta de defensores del estado del bienestar para apuntarse a los discursos racistas y permitir la negación tanto de la violencia de género como la del cambio climático.
Esa radicalidad se ha llevado hasta sus últimas consecuencias en las últimas semanas, en las que hemos visto cómo a pesar de haber desplegado todas las artimañas posibles para denigrar al adversario político, convocando la comisión de investigación en el Senado todos los días de campaña de las europeas, haciendo comparecer a la presidenta del Congreso a dos días de votar, convocando plenos en esa misma semana cuando nunca antes se había hecho así, llevando a colectivos como Guardia Civil, Policía Nacional o funcionarios de vigilancia aduanera para presentar iniciativas de confrontación al gobierno sin intención real de avanzar en su demanda, su estrategia ha fracasado.
Pese a sus palabras de victoria, el lenguaje no verbal de los comparecientes para las valoraciones de los resultados de las europeas no estaba acompasado con sus expresiones. Recordaba aquella frase que se popularizó no hace mucho de “Las caras, Juan, las caras…”.
Una diferencia de dos escaños no da para más.
Una ventaja que, en realidad, se traduce en un enorme chasco para el PP, que aspiraba a todo y al que se le ha vuelto a escapar el globo (y el globo era la ilusión de derribar a Pedro Sánchez). En cambio, el PSOE resiste a pesar de la sucia campaña sufrida y tiene tres años de legislatura por delante para continuar su programa de convivencia territorial y avances sociales, además de seguir teniendo un peso decisivo en el mapa europeo, por ser la opción socialdemócrata con mayor respaldo en un país de la UE y el segundo en número de escaños.
Con todo, la mejor noticia es que las fuerzas europeístas han resistido también el embate de la ultraderecha y, por las declaraciones de Ursula von der Leyen, en el sentido de rechazar de plano un gobierno con los ultras en la Comisión Europea, ya sabemos que lo que ha fracasado en Europa es el “modelo Feijóo”, que en la Comunitat Valenciana tiene a un alumno aventajado, el señor Mazón, el presidente más radical de España.
Un presidente mimetizado con la ultraderecha que, en tan solo dos meses desde que se quitó la careta con su reforma que ataca la educación de nuestros hijos e hijas, los mecanismos de control de la corrupción y la independencia informativa de la radio y televisión pública valenciana, además de blanquear a dictadores, ya ha tenido su contestación electoral. Dos meses en los que los socialistas se han fortalecido con la llegada de una nueva secretaria general, Diana Morant, que el 9J mejoró en más de dos puntos, uno por mes, el resultado de las autonómicas.
A los valencianos y valencianas nos gustaría que Mazón empiece a trabajar para solucionar los problemas, como hace el Gobierno que, tal como conocíamos la semana pasada, invierte en la Comunitat Valenciana el triple que la Generalitat. Llegados al ecuador de 2024, las iniciativas en marcha del Consell son cero. La ejecución es cero. Y los pagos son cero. El Consell de Mazón es implacable con los recortes y desganado en la gestión.
La conclusión es clara y el fracaso del PP con la gestión de sus expectativas, contundente. Como decía Almudena Grandes, la expectativa de felicidad es más intensa que la propia felicidad, pero el dolor de una expectativa fracasada supera siempre la intensidad prevista en sus peores cálculos.