VALÈNCIA. El rock no lo inventaron los hombres. Tampoco inventaron los hombres el punk o la música electrónica. Estas y otras corrientes tomaron forma gracias a que había mujeres y hombres trabajando en ellas. El rock & roll que conocemos le debe mucho a la Hermana Rosetta Tharpe y a Big Mama Thornton. El punk no habría sacudido a Inglaterra de la misma manera en 1976 sin la intervención de Jordan –fallecida el pasado 3 de abril-, Soo Catwoman, Helen Welllington-Lloyd alias Helen of Troy, Siouxsie Sioux y Vivienne Westwood. El documental Sisters with transistors –dirigido por Lisa Rovner y estrenado en Filmin hace unos días- nos enseña que la música electrónica también contó con muchas pioneras.
Muchas de ellas han quedado olvidadas o ensombrecidas por sus colegas. “No caigamos en la trampa de intentar proclamar al hombre como inventor de la música electrónica. Como en la mayoría de los inventos, veremos que muchas mentes se entusiasmaron al unísono al vislumbrar posibilidades de largo alcance”, escribió una de las precursoras británicas en esta área, Daphne Oran, en An individual note of music, sound and electronics, ensayo publicado en 1972. Unos años más tarde, Brian Eno se sacó de la manga el término scenius, relativo a las escenas artísticas y creativas, campos en los que, según él, lo natural es compartir talento, pero donde siempre destacan uno o más individuos calificados como genios, que son los que despuntan y se llevan todo el mérito. Las creadoras que desde los años treinta se dedicaron a la música electrónica han sido víctimas del efecto scenius. Los nombres de Clara Rockmore o Bebe Barron se mencionan infinitamente menos que los de Leon Theremin –inventor del theremin- o Robert Moog.
“La tecnología da libertad para explorar, rompe con las estructuras de poder”, dice la voz en off de Laurie Anderson, que hace de hilo narrativo en el documental. Anderson es una figura que ha gozado de notable visibilidad desde que en 1981 tuvo un inesperado hit con el single “O Superman”, un recitado sobre una base musical minimalista de nueve minutos de duración que le llevó a firmar un contrato con Warner. Antes de eso, Anderson ya transformaba los elementos tradicionales por medio de la tecnología. Llevaba haciéndolo desde que realizó sus primeras perfomances a principios de los setenta. Muchas de las mujeres que aparecen en Sisters with transistors fueron artífices de sus propios instrumentos.
Investigaban con nuevas posibilidades en un mundo especializado que siempre parece patrimonio exclusivo del hombre. La ciencia, la tecnología. El documental nos muestra como Clara Rockmore consiguió hacer del theremin un instrumento estrella en conciertos de piezas clásicas. Robert Moog fue uno de sus más declarados fans. Daphne Oran fue cofundadora del departamento de efectos especiales de la BBC, conocido como BBC Radiophonic Workshop, un laboratorio sonoro en el que también trabajó Delia Derbyshire. Cuando Oran y Derbyshire hablan en el documental a través de imágenes de archivo, vemos una vez más que la necesidad de descubrir, ampliar, renovar, inventar es inherente a la mujer, quizá porque la mujer siempre ha de diseñar un mundo propio.
Cuando Oran y Derbyshire hablan, expresan sus conocimientos técnicos con una claridad, con una convicción tales que uno puede imaginarse las caras de perplejidad de muchos de sus compañeros en aquellos tiempos, finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Ambas muestran ejemplos prácticos de su trabajo que no consiste en otra cosa más que en inventar nuevos sonidos. Otra pionera que es homenajeada en el documental, Pauline Oliveros –alguien dice de ella que lo tenía todo en contra para conseguir que se le prestara atención: mujer, lesbiana y dedicada a la música experimental- buscaba que el oyente se concentrara en la profundidad y las capas de los sonidos. Estamos hablando, al fin y al cabo, del acto de escuchar, la escucha como puerta para alimentar la comprensión y la emoción. Las mujeres de este documental querían, tal como ha dicho Anderson, cambiar el modo en que escuchamos porque “el sonido puede recalibrar nuestro cuerpo y nuestra mente”.
De todas las mujeres que aparecen en Sisters with transistors, posiblemente la más popular sea Wendy Carlos. Consiguió un enorme éxito comercial en 1968 al trasladar algunas composiciones de Bach al lenguaje del sintetizador Moog, que poco después usarían los Beatles para una de las canciones de Abbey Road. Carlos, que también es una de las primeras mujeres trans con un papel destacado en la historia de la música popular, recibió el encargo de Stanley Kubrick para componer la banda sonora de La naranja mecánica. Una de las voces femeninas contemporáneas que interviene en el documental es la de la teclista Mandy Wigby. Forma parte de un laboratorio de teclistas que investigan los sonidos electrónicos. Se hacen llamar Sisters of Transistors –sin duda su nombre inspiró a Rovner para bautizar su documental- y en 2009 grabaron un álbum producido por Graham Massey, de 808 State, que también ejercía como batería del grupo.
Cada una de sus componentes añade la palabra sister a su nombre artístico y en sus actuaciones lucen brillantes túnicas anaranjadas, como si estuvieran predicando una nueva forma de evangelio musical. Por la sororidad a la electrónica y viceversa. Muchas de sus antecesoras funcionaron sin tener conocimiento del trabajo de sus colegas. A diferencia de las Sisters of Transistors, que han creado un espacio común, casi todas ellas tuvieron que construirse una habitación propia. Espacios en los que en lugar de crear literatura daban forma a nuevos sonidos. Habitaciones propias llenas de cables y transistores habitadas por mujeres que eran conscientes de que tenían que transformar el mundo para poder afianzar su lugar en él.