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‘Una lluvia irlandesa’: teatro para reflexionar sobre el maltrato invisible

27/11/2023 - 

VALÈNCIA. Una pareja discute bajo la lluvia. Sus palabras hacen brotar, de alguna manera, gotas de agua de la mejilla de ambos, diluyendo el duelo. La lluvia es una buena analogía para hablar de lo que sienten y lo que se dicen, cada palabra les va empapando cada vez en una situación peor. El dramaturgo balear Josep Pere Peyró emplea la lluvia para hablar de algo que no se observa pero que se siente, y que desde fuera “es complicado percibir”, como es el caso del maltrato invisible dentro de la pareja. Del 1 al 10 de diciembre sube al escenario de La Máquina su obra Una lluvia irlandesa, en la que pone contra las cuerdas a Rafael Cruz y Gretel Stuyck mientras sitúa al público en la conversación transformando el teatro en una taberna, donde esta pareja se enzarza en una conversación imposible en la que las agresiones verbales resbalan como la lluvia y pueden ser perceptibles, o no, por el público.

La obra, a su vez, coloca a los intérpretes Rafael Cruz y Gretel Stuyck en un relato compartido con un público que se les acerca, con el que pueden llegar a tener la complicidad de conocerse y con el que tienen que lidiar en la discusión. Ambos son pareja en la vida real, por lo que esta escenificación les pone en un reto también en el que Stuyc confiesa que debe repensarlo todo desde dentro: “Los ensayos son densos y acabamos emocionalmente agotados y se nos mezclan muchas cosas. No nos conocemos en ese tono y esos personajes están muy alejados de nosotros, pero tenemos que actuar e imaginarlos”.

Explica Peyró que Una lluvia irlandesa es una obra que él comienza a escribir en el año 1993 y que recibe su primer estreno un año más tarde. Treinta años después, por desgracia, la problemática sigue siendo la misma: “Al final la obra habla de lo que es el poder que tiene uno sobre el otro, en este caso es el del hombre contra la mujer. Parece que quien tiene la palabra tiene el poder”, explica. Para comprender esto dentro del relato este se divide en cuatro momentos clave de su relación: cuando se conocen, cuando ella averigua que él le engaña, cuando aborta y cuando finalmente se separan. Lo que sucede durante estos procesos es que una voz en off introduce al espectador en un mundo en el conocen a ambos desde el subconsciente: “Al final esa voz lo que hace es igualar la comunicación, la consecuencia de la obra es que quien tiene la palabra es quien tiene el poder y el silencio produce todo lo contrario”.

La obra se salda con estos ratos de silencio en los que el hombre intenta “empoderarse”. Comenta Stuyc que esto se contempla a través de una situación de maltrato de pareja que parece casi invisible, donde el público tiene el reto de percibirlo desde fuera: “Al final el público se va introduciendo en la relación comprendiendo ambas partes, tanto la del maltratador como la del maltratado que se engancha a ese maltrato sin quererlo. Jose tiene una manera muy inteligente de mostrarlo sin juzgar, sin aleccionar ni señalar a nadie.. lo hace con un idioma en el que habla de relaciones”, explica. Con ello lo que hacen con la conversación es ir menospreciánose y desacreditándose en la pareja, construyendo algo tóxico para ambos y que se entremezcla en una “taberna de bar”.

Ahí se va transformando el teatro a través de la luz tenue, la música jazz y el ambiente desenfadado que introduce a los protagonistas en un lugar común. La conversación, en la que pesa lo dicho, transcurre en una relectura de su relación y de su vida acomodada que ahora se vive en dos niveles. El espectador vive esto como una especie de “voyeur” que a su vez debe intentar perceptor en qué partes está la violencia, ya que puede ser casi tan invisible como la lluvia: “Me interesa acortar las distancias y que se pueda confundir lo diccionario con lo real en los espectáculos, pienso en cómo el espectador es simplemente un elemento circunstancial en mi relato. Acortar la distancia entre público y escena permite reflexionar sobre cómo se viven este tipo de violencias”, explica el director de la obra. 

Este acercamiento, también, permite llevar al espectador a una reflexión sobre todo lo que se ve desde fuera y como cree comprenderlo todo, generando una distancia casi imperceptible entre persona y personaje: “Se nos permite comprender a través de la palabra y a la vez con los silencios, contemplamos y analizamos lo que el personaje quiere transmitir”. Stuyck añade que esta manera de crear la historia hace que adquiera otro tono de realidad, en el que las elipsis temporales y la manera que tienen ellos de moverse por el escenario deja ver lo que “les conviene”: “Nos esforzamos mucho en proyectar mucho y nada, es de alguna manera como la gente cuando ve solo un trozo de la relación del maltrato. Le decimos al público que no se preocupe si no entiende o no escucha todo, porque la obra está configurada de esa manera”, añade. 

El problema, tan antiguo como el tiempo, es de una violencia y una vigencia que no ha cambiado nada a lo largo de treinta años. Peyró se apena cuando descubre que las violencias de las que habla en los años noventa pueden persistir ahora, y que por desgracia no necesita modificar el texto: “Me impacta mucho que siga siendo vigente lo que contamos. La obra se entiende perfectamente así y no necesita nada más”, aclara el director.

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