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tribuna libre / OPINIÓN

Unidos en la diversidad y en la adversidad: la UE ante el 'desorden' internacional

Foto: ROBERTO PLAZA/EP
5/05/2023 - 

Los cimientos del orden internacional se tambalean y la Unión Europea quiere liderar el proceso de cambio para enderezarlos. La creciente temperatura de la tierra, el proceso disruptivo de la digitalización, enfermedades epidemiológicas, conflictos bélicos o la alteración de las relaciones internacionales, son solo algunos de los retos que confeccionan una larga lista de asuntos de enorme transcendencia intergeneracional.

Ante lo que se puede acuñar como el nuevo 'desorden' internacional, las capacidades individuales de los Estados para dar respuesta efectiva al complejo entramado de problemas globales se ven rápidamente diluidas por la magnitud de los mismos. Dentro del sistema de gobernanza multinivel en el que se sitúa, la Unión Europea se erige como la entidad mejor posicionada para hacer frente de forma eficaz a dichos problemas. La Unión, setenta y dos años después de la histórica Declaración Schuman, y treinta años después de su efectivo nacimiento, trata de seguir adaptándose y de dar respuesta, con mayor o menor acierto, a los nuevos desafíos planteados por el vertiginoso cambio del orden internacional.

En contra de lo que vienen señalando los más euroescépticos, el creciente carácter supranacional que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo la Unión, ha reforzado la eficacia de la respuesta conjunta. No obstante, el viejo intergubernamentalismo basado en la mera cooperación entre Estados sigue ralentizando el proceso de toma de decisiones, más aún teniendo en cuenta la proliferación de partidos extremistas en el mapa político europeo. De ahí la necesidad de más Unión. La falta de coordinación apreciable en toda Europa cuando el coronavirus aterrizó en el viejo continente no puede repetirse. Falta de coordinación derivada de la falta de competencias de la Unión y no de la "incompetencia" de la misma como algunas voces euroescépticas erráticamente en su día quisieron señalar. Pensar esto último es incurrir en un error gravísimo de comprensión de nuestro modelo político. La Unión únicamente puede moverse dentro del marco dibujado por los Tratados.

La guerra de Putin en Ucrania, por otro lado, también ha puesto de manifiesto la necesidad de avanzar en la definición progresiva de una política común de defensa. Y con ello en la creación de un ejército común europeo. En respuesta al nuevo contexto geopolítico, el pasado mes de abril el Parlamento Europeo aprobó una resolución orientada a impulsar la creación de una Capacidad de Despliegue Rápido. Si bien, todavía queda camino por recorrer en este sentido.

Los cambios producidos en el orden internacional también permiten vislumbrar la necesidad de reforzar la figura del alto representante de la Unión para asuntos exteriores y política de seguridad, Josep Borrell. Una figura que todavía dista mucho de lo que sería un auténtico ministro de asuntos exteriores. Hablar con una sola voz, más allá de las fronteras exteriores, es una asignatura pendiente, a pesar de los avances del último Tratado modificativo, y de la negociación conjunta que desarrolla la Unión en algunos foros multilaterales y organizaciones internacionales, como pueda ser en la Organización Mundial del Comercio.

Asimismo, resulta necesario definir una estrategia común europea frente a China. Esto quedo suficientemente de manifiesto tras las conversaciones que con Xin Jinping mantuvieron Ursula Von der Leyen y Macron, cuyas declaraciones a la prensa no estuvieron precisamente alineadas. Desde el asentamiento de las bases de las relaciones comerciales entre las antiguas Comunidades Europeas y la República Popular de China, los lazos con el gigante asiático han ido creciendo favorablemente. Si bien dicho crecimiento no ha estado exento de altibajos diplomáticos y de dificultades técnicas.

En el plano diplomático, el futuro de las relaciones con China dependerá del apoyo que ésta pueda acabar proporcionando a Rusia en su invasión a Ucrania. Hasta la fecha, el posicionamiento de Xi Jinping ha sido de aparente neutralidad, dejando entrever su deseo de que la soberanía y la integridad territorial de Ucrania sea respetada. Tal y como se desprendió, si bien tímidamente, de su conversación con Putin en el pasado mes de marzo, y de su llamada telefónica con Zelenski a finales de abril. Muy lejos de lo que precisamente predica Pekín con respecto a Taiwán. Un potencial conflicto bélico al que, desde el Parlamento Europeo, se presiona para que la Unión, entendida en su conjunto, se posicione al respecto en consonancia con su socio transatlántico, los Estados Unidos.

En el plano comercial, la Unión trabaja con el objetivo de reducir la dependencia del mercado chino. Los procesos de producción de las empresas europeas no deberían de detenerse por alteraciones en la cadena de suministro. De las treinta materias primas acuñadas como críticas, diez son obtenidas principalmente de China.

La idea de que la Unión debe ser autosuficiente se hace extensible a la estrategia de erradicar la dependencia europea de los combustibles fósiles rusos. La energía se instrumentaliza como arma geopolítica, y las consecuencias de su escasez acaban por afectar ineludiblemente a la economía doméstica y al coste de producción de la empresa europea. De ahí que la Unión haya diversificado su suministro energético con otros socios comerciales a través de la implementación de su plan REPowerEU. Plan que viene a complementar el conocido Pacto Verde Europeo, el cual, junto al reto de la digitalización, constituyen los dos ejes centrales sobre los que se vertebra la política de la Comisión Europea bajo la administración Von der Leyen, y que vienen a converger en la reconversión del modelo industrial europeo.

El desarrollo de los acontecimientos en este primer cuarto de siglo dependerá, y mucho, de la voluntad política del marco institucional europeo por hablar con una sola voz en la escena internacional, así como en la capacidad de los colegisladores europeos, Parlamento y Consejo, en dar luz verde a las numerosas propuestas legislativas que desde la Comisión se les ha hecho llegar.

No hay duda de la capacidad del Parlamento a la hora de confeccionar auténtica política supranacional, si bien esta afirmación no puede hacerse extensible al Consejo de la Unión, al ser en esta última institución donde están representados los intereses nacionales. Lo que tradicionalmente lo ha convertido en el embudo legislativo europeo. Por ello, la Presidencia española del Consejo, que arrancará a comienzos del próximo mes de julio, deberá desarrollar un papel conciliador significativo, más allá del estrechamiento de lazos con América Latina a la que la Presidencia está llamada.

Difícil parece tenerlo Sánchez, dada su aparente incapacidad por hacer participe en la Presidencia rotatoria del Consejo al principal grupo de la oposición, el Partido Popular. Cabe recordar que la Presidencia del Consejo será de todos los españoles, y pretender desempeñarla por su cuenta y riesgo denotaría, más allá de apatía y desinterés por la realidad de la Unión, cierto interés partidista. Lo que se traduciría en un golpe directo a la democracia representativa del colegislador europeo, dificultando en consecuencia la ansiada conciliación en el Consejo de la Unión para hacer la tan necesaria política europea.

Miguel Verdeguer Segarra. Prof. Dr. Internacional en Derecho y Economía de la Unión Europea. EDEM Escuela de Empresarios y CEU San Pablo-Madrid

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